
La muerte de Borges está rodeada de un halo de habladurías e indignidades que, antes que en él, hacen foco en su viuda, María Kodama. Contradicciones y verdades a medias que, con todos los protagonistas muertos, quedarán sin resolverse.
Según ella, Borges había decidido pasar sus últimos días en Ginebra. Él tenía un cáncer irreversible y no quería que hicieran un espectáculo alrededor de su enfermedad. Borges era una figura mediática que aparecía continuamente en los medios. La revista Gente le había dedicado un número especial, la separación con Elsa Astete había sido cubierta por las revistas sensacionalistas; hasta El Gráfico lo había tenido alguna vez en la portada. Morir en Ginebra —ciudad que amaba casi tanto como Buenos Aires— le aseguraba, si no el anonimato, la distancia para evitar el circo mediático. La razón de Kodama, entonces, era totalmente válida: cómo iba a poner en debate la resolución de un hombre a las puertas de la muerte. Viajaron a Ginebra y allá —vía un poder de Paraguay— contrajeron matrimonio.

Fanny Úveda, quien fuera la empleada doméstica de la familia Borges durante treinta años, daba otra versión. En El señor Borges, un libro escrito junto a Alejandro Vaccaro, Fanny decía que Borges le rogaba a Kodama no irse del país: presentía el destino funesto de aquel viaje. El señor Borges fue uno de los primeros libros que hizo temblar el relato borgiano que Kodama buscaba sostener, pero el libro que lo demolió definitivamente fue el diario de Bioy Casares. Publicado veinte años después de la muerte del amigo, el diario habilitó una serie de lecturas e investigaciones a contrapelo de las verdades que Borges y su viuda habían impuesto. Bioy consignaba la última conversación por teléfono que mantuvo con Borges. En una llamada breve y triste, los dos hablaban con medias palabras hasta que a Borges se le empezó a quebrar la voz y, desde más atrás llegó la voz de Kodama, que le pedía que cuelgue.
Dice Julio Premat en Borges. La reinvención de la literatura que en aquellos días finales Borges pedía que le leyeran el pasaje del Quijote que narra la muerte de Alfonso Quijano. Una suerte de rito de paso con el que el propio Borges intentaba dejar su vida y convertirse en un personaje de ficción. A Kodama le tocó sobrellevar el recuerdo de Borges y convertirse, a su vez, en otro personaje: Kodama fue la villana perfecta que supimos construir, una mujer fría y arrogante que se adueñó del más grande escritor del país. Pero, si encarnó a la villana perfecta, también lo hizo porque ella aceptó ese cáliz. Durante años batalló con un fantasma que se engrandece cada vez más y del que todos sentimos que una parte nos pertenece. Ella actuó con mano de hierro para preservar su legado, negoció contratos y mantuvo un celo puntilloso para cuidar la obra —a veces llevado a un extremo imperdonable, como en el juicio a Pablo Katchadjian—. Si Borges sigue siendo Borges, en parte lo es gracias a ella.

Borges murió el 14 de junio de 1986. Cuatro días después, el diario La Nación publicó una carta de lectores de Norah, la hermana menor: “Me he enterado por los diarios que mi hermano ha muerto en Ginebra, lejos de nosotros y de muchos de sus amigos, de una enfermedad terrible que no sabíamos que tuviera. Me extraña mucho que su última voluntad fuera ser enterrado ahí, ya que siempre quiso estar con los antepasados y con nuestra madre en Recoleta (no en el Cementerio Británico, como dice el apoderado). Aunque él esté muerto, los recuerdos de toda una vida nos siguen uniendo”. La simpleza y la concisión de la nota condensa un dolor que no necesita adjetivos. Al fin y al cabo, Norah hacía un culto a la atenuación —el understatement— que no sólo era propiedad de Borges.
La muerte de María Kodama —el 26 de marzo de este año— abrió una nueva etapa de esta historia. Primero, con la desprolijidad de la falta de un testamento que exprese claramente qué hacer con la herencia. Ahora, los sobrinos nietos de Norah dicen que quieren repatriar los restos de Borges y cumplir así su deseo de descansar junto a la familia. Los cementerios son para los vivos: es la memoria abierta de quienes recuerdan y necesitan un lugar para el consuelo y desahogo. La decisión de la familia, en tanto familia, debería ser respetada.
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