
“Beber la sal de Epsom, como se promociona en algunos sitios, puede causar efectos secundarios graves, como diarrea intensa”, advierte el médico internista Ramiro Heredia, del Hospital de Clínicas José de San Martín.
Aunque la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA) reconoce su uso como laxante ocasional, los especialistas insisten en que la ingesta oral de este compuesto debe realizarse únicamente bajo indicación médica, ya que puede provocar cambios drásticos en el comportamiento intestinal, deshidratación y malestar.
En contraste, el uso tópico de la sal de Epsom —un compuesto de sulfato de magnesio descubierto hace más de cuatro siglos en la ciudad inglesa de Epsom— se ha consolidado como un pilar en los rituales de autocuidado y bienestar, con beneficios que abarcan desde la relajación muscular hasta el alivio del estrés.
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La historia de la sal de Epsom se remonta a los manantiales de Epsom, donde los granjeros notaron que el ganado evitaba beber de ciertas aguas ricas en magnesio y sulfatos. Pronto, los habitantes descubrieron que sumergirse en esas aguas generaba un efecto reparador y calmante en el cuerpo.
A finales del siglo XVII, el producto comenzó a comercializarse de forma separada, lo que facilitó su uso doméstico y expandió su popularidad más allá de los baños termales locales. Hoy, la sal de Epsom se encuentra fácilmente en tiendas físicas y plataformas en línea.
A diferencia de la sal de mesa, la sal de Epsom posee un sabor amargo que limita su uso culinario, pero su valor reside en la aplicación tópica. Al disolverse en agua caliente, sus componentes —magnesio y sulfato— pueden ser absorbidos por la piel o inhalados en forma de vapor, según explica Heredia.

Este proceso ayuda a reducir los niveles de cortisol, la hormona asociada al estrés, y favorece la relajación del sistema nervioso, lo que contribuye a mejorar la calidad del sueño. Estudios recientes respaldan que los baños calientes con sal de Epsom pueden facilitar el inicio del sueño y mejorar el descanso general.
La Clínica Cleveland detalla que estos baños alivian dolores musculares y de cabeza, especialmente en zonas como el cuello, los hombros, la espalda y el cráneo.
El magnesio presente en la sal de Epsom resulta útil para quienes sufren migrañas o dolores de cabeza, y muchas personas la emplean tras entrenamientos físicos intensos como parte de la recuperación muscular. Además, los baños calientes mejoran el flujo sanguíneo al transportar oxígeno y nutrientes a los músculos y aumentar la elasticidad del tejido conectivo, lo que puede reducir procesos inflamatorios tras esfuerzos físicos.

El impacto de la sal de Epsom no se limita al bienestar físico. Numerosos usuarios reportan un alivio emocional y una sensación de calma tras los baños de inmersión, lo que ha impulsado su popularidad en redes sociales y en la cultura del autocuidado. La tendencia de los baños de hielo como tratamiento antiinflamatorio ha coexistido con la defensa médica del uso del calor, que, según Heredia, puede ser igual de beneficioso para la recuperación muscular y la reducción de la inflamación.
En el ámbito dermatológico, la Fundación Nacional de Psoriasis de los Estados Unidos (NPF) recomienda los baños cortos con sal de Epsom, sales del Mar Muerto, aceite o avena para aliviar la picazón y eliminar las escamas propias de la psoriasis. La NPF también sugiere su uso como exfoliante suave y para la limpieza de cabellos con exceso de grasa. El procedimiento recomendado consiste en realizar un baño caliente y breve, enjuagar y secar la piel con palmaditas, y aplicar un humectante para mantener la hidratación.
Aunque la FDA aprueba el uso de la sal de Epsom como laxante ocasional, el portal especializado Medical News Today aclara que existen otros laxantes más eficaces y con menor riesgo de efectos adversos. La ingesta oral, pese a su promoción en algunos sitios, puede causar diarrea severa y deshidratación, por lo que los expertos insisten en evitar la automedicación.

Para quienes desean incorporar este ritual en casa, la Clínica Cleveland recomienda verter una taza y media de sal de Epsom en una bañera limpia mientras se llena de agua caliente, ajustar la temperatura al gusto, sumergirse durante 15 a 20 minutos y, al salir, secar la piel con suaves toques y aplicar crema hidratante para retener la humedad. Este sencillo procedimiento puede ofrecer un respiro tanto físico como mental, siempre que se utilice con precaución y se evite el consumo oral sin supervisión médica.
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