
Una cucharada de miel, una taza de té o un filete de tilapia parecen elecciones cotidianas e inofensivas en la mesa de cualquier colombiano. Sin embargo, detrás de su aparente inocuidad se esconde una amenaza microscópica que, poco a poco, se acumula en el organismo, los microplásticos. Dos informes de la Plataforma de Acción sobre los Plásticos (Npap Colombia), elaborados con el apoyo del Ministerio de Ambiente, el Foro Económico Mundial, el Gobierno del Reino Unido y WWF, revelaron la alarmante presencia de estas diminutas partículas en alimentos de consumo masivo en el país.
Los hallazgos no solo indican la existencia de microplásticos (MPs) y nanoplásticos en productos procesados y en especies naturales, también alertan sobre la cantidad y el alcance que esta contaminación alcanzó en el entorno colombiano. Desde los ecosistemas acuáticos del Magdalena hasta los cultivos industriales de pescado, pasando por productos tan comunes como el arroz, la sal, el té y el azúcar, los plásticos invaden la cadena alimentaria.
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Según las estimaciones contenidas en los estudios, una persona promedio podría estar incorporando entre 74.000 y 121.000 partículas plásticas por año a través del consumo habitual de alimentos y bebidas. Este nivel de exposición ya no es una conjetura científica, sino una realidad comprobada. Los investigadores encontraron estos contaminantes en órganos humanos clave como los pulmones, la placenta y el cerebro, lo que abre la puerta a graves riesgos de salud pública.
Uno de los casos más impactantes del informe proviene de estudios realizados en Manizales, donde se detectaron microplásticos en la sangre, la placenta y el cordón umbilical de mujeres gestantes. María Valentina Suárez, estudiante de maestría de la Universidad Nacional e investigadora del estudio, advirtió que, “sabemos que los microplásticos afectan el sistema inmunológico durante el embarazo. Que generan un mayor riesgo de preeclampsia y restringen el crecimiento intrauterino”. La presencia de estas partículas en una etapa tan crítica como la gestación es una señal clara de que el problema traspasó los límites del medioambiente para convertirse en una crisis sanitaria.
En cuanto a los productos más contaminados, la lista es tan variada como preocupante. Las bolsitas de té sintéticas, elaboradas con nailon o PET, liberan hasta 11.600 microplásticos por taza al entrar en contacto con el agua caliente. El arroz, un alimento esencial en la dieta nacional, contiene entre 2,3 y 6,3 microplásticos por gramo, lo que significa que una porción cocida de 100 gramos podría aportar hasta 630 MPs. El agua embotellada, por su parte, puede contener hasta 314 partículas por litro; quienes beben los dos litros diarios recomendados, podrían estar ingiriendo cerca de 628 MPs al día.

Los alimentos marinos tampoco escapan a esta amenaza. El camarón, el cangrejo y los mejillones presentan entre 0,36 y 1,8 microplásticos por gramo, mientras que peces emblemáticos como el bocachico del Magdalena o el bagre rayado, muy consumidos en el país, son identificados como especies altamente expuestas debido a la contaminación de sus hábitats. En el caso del pargo lunarejo, muy popular en la región Caribe, se detectaron MPs incluso en tejidos internos, lo que sugiere una bioacumulación que podría escalar en la cadena trófica.
No solo los alimentos de origen animal están en la mira. La sal de mesa, con hasta 680 MPs por kilogramo, puede sumar entre 10 y 50 partículas por cucharadita. Incluso el azúcar, con hasta 217 MPs por kilo, y la miel, con 166 MPs por kilo, aportan microdosis de estos contaminantes a la dieta diaria.

El problema de los plásticos, que en algún momento fue percibido como una amenaza lejana centrada en la contaminación de los océanos, mostró ahora su faceta más íntima, se está colando en nuestros cuerpos con cada sorbo, cada bocado, cada ingrediente. Y no llega solo. Estas partículas funcionan como vehículos de sustancias altamente tóxicas, como metales pesados y disruptores hormonales, capaces de causar alteraciones reproductivas, metabólicas y neurológicas. En otras palabras, el cuerpo humano no solo está digiriendo plástico, también su carga química.
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