Existen dos Chinas y Estados Unidos debe entender ambas

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El éxito tecnológico que ha captado la atención de muchos en EE. UU. es un aspecto de la economía china. Pero hay otro, uno más sombrío.

Dos Chinas habitan en el imaginario estadounidense: una es una superpotencia tecnológica y manufacturera preparada para liderar el mundo. La otra es una economía al borde del colapso.

Cada una refleja un aspecto real de China.

Una China --llamémosla China esperanzada-- se define por empresas como la compañía emergente de IA DeepSeek, el gigante de los vehículos eléctricos BYD y la potencia tecnológica Huawei. Todas ellas son líderes en innovación.

Jensen Huang, director ejecutivo de Nvidia, el gigante de los chips de Silicon Valley, dijo que China "no está por detrás" de Estados Unidos en el desarrollo de la inteligencia artificial. No son pocos los expertos que han declarado que China dominará el siglo XXI.

La otra China --la China sombría-- cuenta una historia diferente: un gasto de consumo lento, un desempleo creciente, una crisis crónica de la vivienda y una comunidad empresarial que se prepara para el impacto de la guerra comercial.

El presidente Donald Trump, mientras intenta negociar la resolución de una guerra comercial, debe tomar en cuenta ambas versiones del archirrival geopolítico de Estados Unidos.

Nunca ha sido tan crucial entender a China. No basta con temer sus éxitos o consolarse con sus dificultades económicas. Conocer al mayor rival de Estados Unidos exige ver cómo las dos Chinas son capaces de coexistir.

"Los estadounidenses tienen demasiadas ideas imaginarias sobre China", dijo Dong Jielin, un exejecutivo de Silicon Valley que acaba de regresar a San Francisco tras pasar 14 años en China enseñando e investigando las políticas científicas y tecnológicas del país. "Algunos esperan resolver los problemas estadounidenses utilizando métodos chinos, pero está claro que eso no funcionará. No se dan cuenta de que las soluciones de China conllevan mucho dolor".

Al igual que Estados Unidos, China es un país gigantesco lleno de disparidades: costa frente a interior, norte frente a sur, ciudad frente a campo, ricos frente a pobres, Estado frente a sector privado, generación X frente a generación Z. El propio Partido Comunista gobernante está lleno de contradicciones. Proclama el socialismo, pero se niega a proporcionar a sus ciudadanos una sólida red de seguridad social.

El pueblo chino también se enfrenta a estas contradicciones.

A pesar de la guerra comercial, los empresarios e inversores tecnológicos chinos con los que he hablado en las últimas semanas se mostraban más optimistas que en cualquier otro momento de los últimos tres años. Su esperanza comenzó con el avance de DeepSeek en enero. Dos inversores de capital riesgo me dijeron que planeaban salir del periodo de hibernación que iniciaron tras las medidas enérgicas de Pekín contra el sector tecnológico en 2021. Ambos dijeron que querían invertir en aplicaciones chinas de IA y robótica.

Pero son mucho menos optimistas sobre la economía: la China sombría.

Los 10 ejecutivos, inversores y economistas que entrevisté dijeron que creían que los avances tecnológicos de China no bastarían para sacar al país de su caída económica. La fabricación avanzada representa solo el 6 por ciento de la producción de China, mucho menos que el sector inmobiliario, que aporta alrededor del 17 por ciento del producto interno bruto, incluso después de una fuerte desaceleración.

Cuando les pregunté si China podría vencer a Estados Unidos en la guerra comercial, nadie dijo que sí. Pero todos coincidieron en que el umbral de dolor de China era mucho más alto.

No es difícil comprender la ansiedad que sienten los estadounidenses frustrados por las dificultades de su país para construir y fabricar. China ha construido más líneas de ferrocarril de alta velocidad que el resto del mundo, ha desplegado más robots industriales por cada 10.000 trabajadores de la industria manufacturera que ningún otro país, excepto Corea del Sur y Singapur, y ahora es líder mundial en vehículos eléctricos, paneles solares, drones y varias otras industrias avanzadas.

Muchas de las empresas con más éxito de China se han vuelto resistentes gracias a la recesión económica y están mejor preparadas para los días malos que se avecinan. "Llevan mucho tiempo aplicando medidas estilo DOGE", dijo Eric Wong, fundador del fondo de cobertura neoyorquino Stillpoint, que visita China cada trimestre, refiriéndose al esfuerzo de reducción de costos del gobierno de Trump, conocido como Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE, por su sigla en inglés). "En comparación, Estados Unidos lleva mucho tiempo viviendo en el exceso".

Pero mientras nos maravillamos ante los supuestos milagros de China, es necesario preguntarse: ¿A qué costo? No solo financiero, sino humano.

El modelo de innovación vertical de China, que depende en gran medida de las subvenciones e inversiones del gobierno, ha demostrado ser ineficaz y derrochador. Al igual que el exceso de construcción en el sector inmobiliario, que desencadenó una crisis y eliminó gran parte de la riqueza de los hogares chinos, el exceso de capacidad industrial ha agravado los desequilibrios de la economía y planteado dudas sobre la sostenibilidad del modelo, sobre todo si empeoran las condiciones generales.

La industria de los vehículos eléctricos muestra la fuerza de las dos Chinas. En 2018, el país contaba con casi 500 fabricantes de vehículos eléctricos. En 2024, quedaban unos 70. Entre las bajas estaba Singulato Motors, una empresa emergente que recaudó 2300 millones de dólares de inversores, incluyendo gobiernos locales de tres provincias. En ocho años, la empresa no entregó ni un solo coche y se declaró en quiebra en 2023.

El gobierno chino tolera el despilfarro de inversiones en las iniciativas que elige, lo que contribuye al exceso de capacidad. Pero se muestra reacio a realizar el tipo de inversiones sustanciales en pensiones rurales y seguros de salud que ayudarían a elevar el consumo.

"La innovación tecnológica por sí sola no puede resolver los desequilibrios económicos estructurales de China ni las presiones deflacionistas cíclicas", dijo Robin Xing, economista jefe para China de Morgan Stanley, en una nota de investigación. "De hecho", escribió, "los avances tecnológicos recientes pueden reforzar la confianza de los legisladores en el camino actual, aumentando el riesgo de una mala asignación de recursos y capital".

La obsesión de los dirigentes chinos por la autosuficiencia tecnológica y la capacidad industrial no está ayudando a sus mayores retos: el desempleo, la debilidad del consumo y la dependencia de las exportaciones, por no mencionar la crisis inmobiliaria.

Oficialmente, la tasa de desempleo urbano de China es del 5 por ciento, excluyendo a los trabajadores migrantes que no tienen trabajo. El desempleo juvenil es del 17 por ciento. Se cree que las cifras reales son mucho más altas. Tan solo este verano, más de 12 millones de solicitantes de empleo nuevos se graduarán de las universidades chinas.

Trump no se equivocaba al decir que en China se están cerrando fábricas y la gente está perdiendo su empleo.

En 2020, Li Keqiang, entonces primer ministro, dijo que el sector del comercio exterior, directa o indirectamente, representaba el empleo de 180 millones de chinos. "Un descenso en el comercio exterior casi con toda seguridad golpeará duramente al mercado laboral", dijo al inicio de la pandemia. Los aranceles podrían ser mucho más devastadores.

Pekín está restando importancia al efecto de la guerra comercial, pero mientras los negociadores mantenían conversaciones el pasado fin de semana con sus homólogos estadounidenses, su impacto era evidente. En abril, las fábricas chinas experimentaron la mayor desaceleración mensual en más de un año, mientras que los envíos a Estados Unidos se desplomaron un 21 por ciento respecto al año anterior.

Todas las repercusiones económicas recaerán sobre personas como un hombre con el que hablé, de apellido Chen, quien solía ser bibliotecario universitario en una megaciudad del sur de China. Me pidió que no mencionara su nombre completo ni el lugar dónde vivía para proteger su identidad de las autoridades.

Chen vive en la China sombría. Dejó de tomar los tan elogiados trenes de alta velocidad porque cuestan cinco veces más que un autobús. Volar también suele ser más barato.

Él perdió su trabajo el año pasado porque la universidad, una de las principales del país, se enfrentaba a un déficit presupuestario. Muchas instituciones estatales han tenido que despedir a gente porque muchos gobiernos locales, incluso en las ciudades más ricas, están muy endeudados.

Dado que tiene casi 40 años, a Chen se le considera demasiado mayor para la mayoría de los trabajos. Él y su mujer habían renunciado a comprar una casa. Ahora, con la guerra comercial, espera que la economía se debilite aún más y que sus perspectivas de empleo sean peores.

"Me he vuelto aún más cauteloso con los gastos", dijo. "Calculo cada céntimo".

Li Yuan escribe la columna El nuevo Nuevo Mundo, la cual se enfoca en la creciente influencia de China en el mundo examinando sus empresas, su política y su sociedad.