
El sol brillaba a través del agua turquesa. Las palmeras relucían en la cálida brisa. Y para cierto grupo de estudiantes de último año de bachillerato de Nueva York, el spring break en la Isla Paraíso de las Bahamas —sus vacaciones de primavera— había comenzado.
La semana pasada, cientos de adolescentes de una decena de bachilleratos privados participaron en lo que se ha convertido en una tradición no autorizada, retozando por las playas de arena fina del lujoso complejo Atlantis Bahamas y su “paisaje acuático de 14 acres” de piscinas, playas, cascadas y lagunas llenas de rayas.
Algunos cenaron en el restaurante Nobu del complejo, donde el menú incluye un sashimi de 34 dólares y una ensalada de langosta de 65 dólares. Algunos se vistieron completamente de blanco para asistir a una “fiesta blanca” en un club nocturno llamado Waterloo. Algunos se lanzaron por un tobogán acuático tubular transparente rodeado de tiburones.
Como dijo un alumno de la Ethical Culture Fieldston School, reconociendo su buena suerte mientras tomaba el sol en la playa el miércoles por la tarde: “Sin una sola preocupación”.
En una ciudad donde la brecha económica se manifiesta a veces de forma más prominente en las aulas, este tipo de extravagancia está fuera del alcance de la mayoría de los estudiantes. Es un mundo cerrado de riqueza y conexiones que muchos nunca pisarán: incluso antes de decidir a qué universidad asistirán este otoño, estos adolescentes, procedentes de algunos de los bachilleratos más exclusivos y caros de Estados Unidos, socializan entre la capa social más alta de la próxima generación.

En la mayoría de los casos, los padres de los estudiantes estaban pagando una cuenta de casi 3000 dólares, sin incluir las comidas.
El viaje, organizado por una empresa de turismo llamada GradCity, ofrecía también una oportunidad para establecer contactos a los futuros agentes de poder de Estados Unidos. Históricamente, los bachilleratos privados han producido exalumnos que ocupan puestos en las altas esferas de la política, las finanzas y otras instituciones influyentes del país.
Durante el viaje de la semana pasada, un adolescente descendiente de los Rockefeller descansaba bajo una palmera cerca de una laguna azul. Esa tarde, los rumores se arremolinaban en la playa: ¿Acaso era un joven vástago de los Koch el que había sido visto en el casino del complejo? Sus compañeros confirmaron que estaba en el viaje. En Isla Paraíso, todo es posible.
Los estudiantes que socializaban intercambiaban cuentas de Instagram y números de teléfono, encontrando a futuros compañeros de universidad, quizá futuros hermanos de fraternidad y hermanas de sororidad, e incluso “futuras oportunidades”, como lo planteó un estudiante de último año.
En Isla Paraíso, la edad mínima para los juegos de azar es 18 años. También es la edad a la que está permitido beber. Los estudiantes aprovecharon ambas cosas.
Durante cinco noches, una marejada de 1200 adolescentes recorrió el complejo con cocteles enlatados en las manos y luciendo quemaduras de sol con marcas de tirantes y cuellos salpicados de chupetones, listos para tomarse selfis en cualquier momento. Zigzagueaban entre los compradores en Christian Louboutin y Balenciaga y paseaban junto a los yates atracados en el puerto deportivo. Las familias que vacacionaban, sorprendidas por el grupo, agarraban a sus hijos de la mano. Una niña pequeña gritó: “¡Estoy rodeada de adolescentes!”.

“P.I.”, como llaman los estudiantes a la isla situada al norte de Nassau por su sigla en inglés, ha alcanzado un estatus mitológico en algunos centros escolares, donde se empieza a hablar del viaje desde el noveno grado. Muchos adolescentes entrevistados por The New York Times en Isla Paraíso —además de otros que habían viajado allí anteriormente— no quisieron que se utilizaran sus nombres, ni siquiera los nombres de sus escuelas, para evitar dañar reputaciones.
El viaje anual suele provocar escalofríos a los administradores escolares.
“Sepan que las vacaciones de primavera sin supervisión en lugares como el Caribe no son un rito de iniciación que la Marymount School respalde”, rezaba una nota enviada a las alumnas por la directora de esta escuela para mujeres del Upper East Side, donde los grados escolares están en números romanos y la matrícula será de 67.510 dólares el año próximo.
Topher Nichols, vocero de The Dalton School, donde la matrícula es de 64.000 dólares anuales, dijo en un comunicado que la escuela “no patrocina, organiza ni respalda estos viajes”.
Y añadió: “Informamos a las familias que la participación es una decisión personal y las animamos a considerar detenidamente todos los factores”.
Este año, como en otras ocasiones, algunos padres se quedaron en el centro turístico o a poca distancia en coche, por si acaso.
Los alumnos del viaje de la semana pasada se congregaron en el hotel principal del complejo, The Royal, donde los huéspedes se registran bajo un alto óculo en forma de cúpula y del techo del casino cuelgan y giran esculturas de cristal de Dale Chihuly valoradas en 1 millón de dólares.

Tomaban el sol en más de una decena de piscinas y hacían fila para comer hamburguesas de Shake Shack. Su edad, una mezcla de adulto y niño, era totalmente evidente. El miércoles por la tarde, tres chicos se sentaron en el bar de la piscina a tomar unas copas. Un grupo venía de jugar golf. Otros cuatro paseaban y charlaban mientras lamían cucuruchos de helado.
A medida que avanzaba el día, grupos de chicos rodeaban las mesas de dados, ruleta y blackjack del casino. Estallaban en gritos y chocaban los cinco.
“¡Voy ganando por dos mil!”, gritó un joven con una pulsera roja de GradCity en la muñeca mientras agitaba billetes de 100 dólares a sus amigos frente a una mesa de blackjack con una apuesta mínima de 25 dólares.
Antes de los eventos nocturnos, los largos pasillos del hotel tenían el ambiente de una residencia universitaria, con adolescentes descalzos que iban de una habitación a otra. Se oía música detrás de casi todas las puertas tras las cuales se reunían pequeños grupos de estudiantes, a pesar de las advertencias de la empresa de turismo de no organizar fiestas en sus habitaciones.
Puede que se hayan roto reglas. Tras un alboroto el martes por la noche, los plásticos de varias señales de salida de los pasillos estaban rotos. El miércoles, alguien activó el sistema de rociadores del séptimo piso. El jueves, uno de los ascensores estuvo brevemente fuera de servicio después de que demasiadas personas se apretaran dentro.
Las vacaciones de primavera fueron alguna vez el dominio de los estudiantes universitarios, y han sido famosas por las borracheras, el libertinaje, los lavados de estómago y, a veces, los accidentes horribles.
Pero en los últimos años, los viajes de vacaciones de primavera se han hecho populares entre los estudiantes de bachillerato. Algunos rellenan sus currículums con excursiones educativas o filantrópicas. Otros viajes son solo por diversión. Empresas como GoBlue Tours se dirigen a los estudiantes de bachillerato; GradCity empezó a enfocarse exclusivamente en viajes de vacaciones de primavera para estudiantes de bachillerato hace unos cinco años, dijo Kathleen Osland, vocera de la empresa.
Entre sus clientes hay estudiantes de Míchigan, Luisiana y otros lugares.
Los estudiantes de “colegios basados en la tradición” de Nueva York son clientes habituales, comentó Osland. Otro representante de GradCity y estudiantes de Nueva York que han hecho viajes en el pasado dijeron que no se habían producido incidentes peligrosos graves cuando ellos fueron.
Los estudiantes en Isla Paraíso dijeron que casi el 80 por ciento de la generación por graduarse de Trinity School se había unido al viaje. La mitad de los alumnos de último año de Hackley School, una preparatoria de Tarrytown, Nueva York, en el condado de Westchester, estuvo allí.
Un alumno de cada escuela es nombrado informalmente representante de GradCity, y reúne a sus compañeros para reservar el viaje y sirve de enlace con la empresa. En algunas escuelas, el cargo se otorga como un honor.
Los viajes cuestan alrededor de 2700 dólares por persona, por cinco noches con cuatro estudiantes compartiendo habitación. Un “pase platino” adicional de 250 dólares brinda acceso a cruceros al atardecer y otros servicios. Las estancias más largas y las habitaciones privadas cuestan más. A cambio de su trabajo, los representantes de los estudiantes pueden tener derecho a un viaje con descuento o gratuito. A veces, los estudiantes recaudan fondos o juntan dinero para cubrir los viajes de compañeros que no pueden pagarlos.
Las comidas pueden ser caras. Un desayuno en el hotel cuesta 45 dólares. Las bebidas alcohólicas no están incluidas en el precio del viaje. La empresa de turismo organiza eventos: una fiesta de “vestirse para impresionar”, una “noche neón” y un concierto de los DJ australianos Stafford Brothers.
Representantes de GradCity viajan a Isla Paraíso y ofrecen sesiones informativas sobre seguridad y conferencias sobre comportamiento responsable.

“Mis padres estaban muy nerviosos”, dijo Anjali Anand, de 19 años, que estudió en una escuela pública de Jericho, Nueva York, y el año pasado formó parte de un grupo de adolescentes de Long Island que hicieron otro viaje de vacaciones de primavera con GradCity a Breezes, un complejo turístico de las Bahamas con todo incluido. “Mi madre puso AirTags en todas mis cosas. Quería que los llevara en los zapatos”.
Anand recordó que, paseando por el hotel Breezes, vio a una estudiante que llevaba una sudadera de la Universidad del Sur de California. Ella acababa de decidir matricularse ahí. Las dos se hicieron amigas rápidamente.
“En retrospectiva, los viajes de vacaciones de primavera no son lo mío”, dijo. “Creo que este viaje de vacaciones de primavera en concreto sí lo es. Tener la capacidad de conocer amigos es superimportante”.
El viaje a Isla Paraíso coincide con uno de los periodos que más ansiedad provocan en los estudiantes de bachillerato: las notificaciones de las universidades sobre las admisiones.
Los estudiantes dijeron que varias universidades habían enviado decisiones de admisión durante el viaje. Los consejeros escolares les habían instado a no abrir los correos electrónicos hasta que estuvieran en casa.
Khari Taylor fue a Isla Paraíso el año pasado, cuando cursaba el último año en la Brooklyn Friends School, una escuela privada “guiada por la creencia cuáquera de que hay luz divina en todos”, según su sitio web.
Parte del viaje incluía un viaje en barco a una pequeña isla donde tocaba un DJ, se servía el almuerzo y los alumnos podían pasar el rato en cabañas de playa, jugar vóleibol o nadar con cerdos.
“Dios mío, fue precioso”, dijo Taylor.
En el viaje de vuelta en barco, varios adolescentes empezaron a gritar. Miró su teléfono y se dio cuenta de lo que estaba pasando: la Universidad del Sur de California acababa de anunciar sus decisiones de admisión.
Hizo clic en el correo electrónico y se enteró de que no lo habían aceptado. Ya se había inclinado por aceptar una oferta de la Universidad de Miami, así que no se sintió decepcionado.
“No me molestó”, dijo Taylor.
(c) 2025, The New York Times
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