
La deforestación de Rapa Nui —también conocida como Isla de Pascua— se atribuyó durante siglos a la sobreexplotación humana. Sin embargo, un estudio reciente, realizado por el Dr. Terry Hunt, de la Universidad de Arizona, y el Dr. Carl Lipo, de la Universidad de Birmingham, desafía esa visión tradicional.
Identificaron a las ratas polinesias (Rattus exulans) como factor central en la desaparición de los bosques de palma de la isla, al demostrar que la introducción de estos roedores resultó mucho más determinante de lo que se creía, pues destruyeron la mayoría de las semillas de palma y, junto a la actividad humana, precipitaron la transformación ecológica de la isla.
El análisis, publicado en 2025 en el Journal of Archaeological Sciences, señala que la llegada de un solo par de ratas polinesias generó un aumento explosivo de su población, que alcanzó hasta 11,2 millones de individuos en solo 47 años. Este crecimiento masivo llevó a la destrucción del 95% de las semillas de palma (Paschalococos disperta), impidiendo la regeneración de los bosques originales.
Lipo explicó que las semillas de la palma de Rapa Nui, grandes y ricas en nutrientes, representaban un recurso energético considerable para las ratas, que roían sus gruesas cáscaras. “Las nueces de palma resultaron altamente vulnerables por varias razones… Para las ratas, cada nuez de palma significa una recompensa energética sustancial que justifica el esfuerzo de atravesar la cáscara”, detalló el investigador.

El modelo ecológico desarrollado por Hunt y Lipo demuestra que la estrategia reproductiva de la palma —pocas semillas grandes y nutritivas por árbol— la hizo especialmente susceptible a la depredación de una especie invasora capaz de alcanzar densidades extremas.
El estudio de restos de ratas recuperados en excavaciones en Anakena, entre 1986 y 2005, permitió identificar un patrón de “boom-bust”: tras un crecimiento vertiginoso de la población, esta colapsó en un 93% al agotarse los recursos alimenticios, en este caso, las semillas de palma. Este fenómeno contrasta con la hipótesis anterior, según la cual la disminución de ratas obedecía a la presión humana directa, como la caza, en ausencia de otros recursos.
El trabajo comparó el caso de Rapa Nui con otras islas del Pacífico. En O’ahu, Hawái, la llegada de ratas precedió al colapso de las palmas Pritchardia, incluso antes de la presencia humana. En cambio, en Nihoa y Huelo, donde nunca introdujeron ratas pese a siglos de actividad humana y uso del fuego, las palmas lograron sobrevivir. Estos paralelos refuerzan que la presencia de ratas polinesias resultó determinante en la deforestación de Rapa Nui.
No obstante, la acción humana también tuvo responsabilidad. Hunt señaló que “las ratas alcanzaron cada rincón de la isla en pocas décadas tras la llegada humana, devoraron semillas de palma e impidieron que la siguiente generación de árboles brotara. Las personas despejaron tierras para jardines cerca de la costa, pero las ratas avanzaron en número y se expandieron por toda la isla”. El uso del fuego para transformar la naturaleza en tierras agrícolas aceleró el proceso de deforestación, sumando el impacto humano al de la especie invasora.

Esta revisión de la historia ambiental de Rapa Nui desafía la noción de “ecocidio” —la idea del colapso de una civilización por la destrucción de su entorno— y propone una visión más compleja.
Según Hunt, la adaptación y transformación del paisaje permitieron el éxito de la sociedad rapanui: “Nuestro estudio revisa de forma radical el ‘ecocidio’ y lo convierte en la historia de una especie invasora en una isla aislada. Pero los impactos se intensificaron por las acciones de las personas que usaron fuego para limpiar la tierra”. El modelo ecológico sugiere incluso que, sin intervención humana, las ratas por sí solas podrían haber llevado a la extinción de las palmas, aunque a otro ritmo.
Las conclusiones de este trabajo invitan a reconsiderar el papel de las especies invasoras en la transformación de ecosistemas insulares y a evaluar de forma crítica la interacción entre factores humanos y no humanos. Para la arqueología ambiental, esto exige analizar el impacto combinado de invasores y personas y anticipar resultados difíciles de prever si se consideran por separado.
El caso de Rapa Nui ilustra la magnitud de los cambios que pueden provocar las especies invasoras, un desafío aún presente en islas y ecosistemas de todo el mundo.
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