
Stonehenge permanece como uno de los grandes enigmas de la prehistoria europea. Ubicado en la llanura de Salisbury, Wiltshire, Inglaterra, este conjunto de piedras alineadas fascinó a viajeros, arqueólogos y curiosos durante siglos por su monumentalidad y precisión. Los investigadores consideran que su construcción comenzó hacia el año 3100 a.C., durante la transición de sociedades cazadoras-recolectoras a comunidades agrícolas sedentarias en la Europa noroccidental.
La estructura visible hoy representa apenas una parte del monumento original, que llegó a contar con unos 162 elementos de piedra. Los restos actuales incluyen un círculo interior de seis grandes bloques con tres dinteles, rodeado por un círculo exterior de 17 monolitos. Las excavaciones y los estudios históricos descartan atribuciones míticas, como la intervención de druidas, romanos o figuras legendarias. Las evidencias científicas modernas apuntan hacia las primeras comunidades agrícolas del Neolítico como los responsables de su edificación, quienes habrían aprovechado conocimientos avanzados de construcción y organización social.

Según precisó National Geographic, las primeras etapas de construcción de Stonehenge estuvieron marcadas por la erección de un terraplén y un foso circular de 110 metros de diámetro, en el entorno de lo que ya funcionaba como un paisaje ceremonial desde hacía por lo menos mil años. Esta zona albergaba túmulos funerarios colectivos, conocidos como “long barrows”.
Cien años después, las comunidades locales incorporaron estructuras de madera en el interior del terraplén. Finalmente, entre 2600 y 1600 a.C. comenzó la tercera fase, en la que Stonehenge adquirió su aspecto de círculo pétreo, con grandes bloques de arenisca (sarsen) y piedras de basalto azul (bluestones) traídas de largas distancias. Este esfuerzo implicó altos grados de planificación y cooperación, así como un desarrollo notable en técnicas de transporte y ensamblaje.
La procedencia de las piedras es una de las claves para analizar quiénes participaron en la construcción y de qué modo. De acuerdo a The Independent, estudios recientes vincularon las bluestones de Stonehenge con dos canteras localizadas en el suroeste de Gales, lo que implicó el traslado de rocas de unas 2 toneladas a lo largo de más de 200 kilómetros. Nuevas técnicas científicas permitieron profundizar sobre estos orígenes.

Un hallazgo realizado en 1924 adquirió nuevo significado cuando investigadores del Servicio Geológico Británico y la Universidad de Cardiff analizaron un diente de vaca encontrado junto a la entrada sur del monumento. La composición isotópica del diente probó una procedencia galesa, igual que las piedras, y una vida que incluyó desplazamientos largos. Este dato refuerza la hipótesis de que personas y animales recorrieron grandes distancias para erigir Stonehenge, y sugiere la utilización de ganado como fuerza de tiro para trasladar los megalitos.
Al adentrarse en la organización del trabajo, se advierte una complejidad social significativa. El proceso de construcción implicaba cavar agujeros con herramientas básicas, preparar rampas de madera y emplear grasa animal para facilitar el desplazamiento de los bloques. El sistema de caja y espiga implementado en la unión de soportes y dinteles demuestra un dominio de la talla y el ensamblaje poco común para la época. El diseño del monumento presenta alineaciones exactas con los solsticios de verano e invierno, lo que demuestra el conocimiento astronómico y la relevancia del ciclo solar para los constructores .

Las excavaciones arqueológicas revelaron una asociación entre Stonehenge y enterramientos humanos. Se encontraron cremaciones y tumbas de personajes provenientes de regiones tan lejanas como los Alpes y la península Ibérica. Algunos de los objetos hallados, como dagas de cobre traídas del Mediterráneo y cuentas de ámbar del mar Báltico, prueban la existencia de redes de intercambio y contactos sociales, así como la trascendencia del lugar más allá del ámbito insular británico.
Las teorías sobre el propósito de Stonehenge señalan su papel como centro ritual alineado con el ciclo solar. Esta interpretación se basa en la necesidad de las comunidades agrícolas de organizar los calendarios agrícolas conforme a las estaciones: la primavera y el verano ofrecían abundancia, mientras que el otoño y el invierno traían escasez. Los distintos alineamientos de Stonehenge permiten observar tanto el sol naciente del solsticio de verano, como la puesta de sol en el solsticio de invierno, y esto refuerza la hipótesis de festivales estacionales y ceremonias asociadas a conceptos de fecundidad, muerte, ancestros y creencias en el más allá.
Stonehenge no se construyó en una sola etapa ni por un grupo aislado. El monumento resulta de múltiples intervenciones a lo largo de milenios, reflejando cambios en la estructura social, el poder, la religión y las técnicas constructivas entre el Neolítico y la Edad del Bronce. A pesar de la magnitud del esfuerzo y el desarrollo de sus creadores, el lugar empezó a ser abandonado hacia 1500 a.C., por motivos que aún se desconocen. Probablemente, los cambios en las creencias o el surgimiento de nuevos centros de poder desplazaron a Stonehenge de su posición central en el paisaje ritual del sur de Inglaterra.

Las investigaciones actuales combinan análisis arquitectónicos, arqueología del paisaje, pruebas isotópicas y genética de los restos humanos y animales para reconstruir el origen de quienes participaron en la creación de este conjunto. Las fuentes documentales y científicas, como los proyectos Hidden Landscapes de la Universidad de Birmingham, Stonehenge Riverside Project de la Universidad de Sheffield y estudios del Servicio Geológico Británico, permitieron ampliar la visión sobre la procedencia de los materiales, la movilidad de las personas y la función del monumento.
Stonehenge se erige como un testimonio excepcional del ingenio y la cooperación humana en tiempos prehistóricos. Su construcción involucró a comunidades diversas, estableció lazos comerciales y culturales y reflejó una cosmovisión centrada en el movimiento del Sol y los rituales asociados a la vida y la muerte. Aunque persisten preguntas abiertas, los avances científicos y las excavaciones recientes continúan aportando detalles inéditos sobre quiénes y por qué erigieron este círculo de piedra, símbolo de misterio y memoria para Europa y el mundo.
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