
Andréi Chikatilo, un hombre de aspecto discreto y vecino respetado, ocultó durante años una vida de violencia extrema, atrayendo a jóvenes y mujeres con engaños antes de someterlos a actos de crueldad. Su historia resuena como una advertencia en la memoria colectiva de la Rusia postsoviética. De acuerdo con The New York Times, este asesino en serie mató a más de 53 personas entre los años más duros del estalinismo y el colapso de la Unión Soviética, dejando al descubierto las grietas de un sistema que prefirió negar antes que investigar.
La escena parecía trivial: un hombre flaco, con gafas grandes y traje modesto, parado junto a una parada de autobús. En su bolsa, chicles; en su mente, una serie de fantasías crueles. Era diciembre de 1978 y, en la ciudad de Shajty, una niña de nueve años aceptó el dulce sin saber que estaba frente a su asesino. Ese crimen marcó el inicio de una pesadilla que se prolongaría durante más de una década.

Según The New York Times, Andréi Romanovich Chikatilo nació en 1936 en una Ucrania devastada por la política agraria de Josef Stalin, que provocó una hambruna masiva conocida como Holodomor. Este episodio dejó huellas profundas en millones de familias soviéticas y, según The Spectator, influyó marcadamente en la psique de Chikatilo. De niño, escuchó repetidamente historias sobre el presunto asesinato y canibalización de su hermano mayor por vecinos desesperados.
La infancia de Chikatilo estuvo marcada por el hambre y la muerte. La Segunda Guerra Mundial solo profundizó la tragedia familiar: su padre fue capturado por los nazis, una circunstancia considerada vergonzosa por el régimen soviético, que marginó aún más a la familia. Las privaciones y traumas vividos alimentaron una personalidad atormentada, como documenta The New York Times.
Durante la adolescencia, Chikatilo sufrió aislamiento social debido a su timidez, problemas de miopía severa y enuresis persistente hasta los doce años. Estos factores lo convirtieron en objeto de burlas. Su primera experiencia sexual fue traumática, marcada por la impotencia, lo que más tarde sería vinculado por especialistas en psiquiatría forense con impulsos reprimidos de ira y frustración.

Logró graduarse como profesor, aunque, según The New York Times, fue considerado un docente mediocre. Pronto acumuló denuncias por comportamientos sexuales inapropiados hacia estudiantes, lo que derivó en constantes traslados y, finalmente, en su despido. Terminó trabajando en una fábrica, donde su rol administrativo y la flexibilidad de horarios le permitieron moverse libremente entre estaciones de tren, terminales de autobuses y zonas boscosas, escenarios que usaría para perpetrar sus crímenes.
El inicio de una serie de asesinatos
El primer asesinato confirmado ocurrió en diciembre de 1978. Chikatilo llevó a Elena Zakotnova, una niña de corta edad, a una vivienda apartada, donde la mató. The Spectator detalla que la brutalidad de este crimen marcó el inicio de una escalada de violencia: Chikatilo obtenía satisfacción únicamente a través del sufrimiento extremo de sus víctimas.
Durante 1982, se le atribuyeron siete asesinatos; en 1984, la cifra ascendía a trece. Las víctimas eran, en su mayoría, menores de edad, adolescentes, mujeres solas y personas en situación de vulnerabilidad, como residentes de orfanatos, alcohólicos o trabajadoras sexuales.
Utilizaba engaños para atraerlas: ofrecía comida, dinero o boletos de tren. Una vez en zonas aisladas, cometía los crímenes con un nivel de sadismo extremo: apuñalamientos, mutilaciones y, en algunos casos, canibalismo. Según The Spectator, algunas víctimas aparecieron con los ojos arrancados, ya que Chikatilo creía supersticiosamente que los globos oculares retenían la imagen del asesino.
La sociedad, mientras tanto, se encontraba desconcertada. Los mecanismos de seguridad del Estado resultaban ineficaces, y el régimen comunista intentaba suprimir cualquier evidencia: admitir la existencia de un asesino serial contradecía la narrativa oficial de orden absoluto.
“El Carnicero de Rostov”
La prensa local, finalmente, rompió el silencio informativo. Una vez sorteada la censura, comenzó a circular ampliamente el apodo “El Carnicero de Rostov”, con el que los medios bautizaron al asesino en serie. Las autoridades, presionadas por la opinión pública, lanzaron la Operación Lesopolosa, encabezada por el detective Viktor Burakov.
Se investigaron hasta 25.000 sospechosos, pero la investigación estuvo plagada de errores. Un fallo en la tipificación sanguínea permitió que Chikatilo eludiera a la justicia durante años, pese a que la evidencia en su contra era considerable. La impunidad se mantuvo bajo el amparo del secretismo y la represión oficial.
Mientras los rumores crecían, Chikatilo continuaba desplazándose sin restricciones. Siempre portaba su maletín, cargado con cuchillos y cuerdas. Su apariencia anodina le permitía pasar desapercibido, incluso ante los niños, que lo veían como un vecino inofensivo.
Captura y confesión

Fue capturado en 1990, tras más de una década de asesinatos. Inicialmente se negó a confesar, pero el psiquiatra Aleksandr Bukhanovsky, que había trabajado con él anteriormente, logró obtener su testimonio. Chikatilo admitió haber cometido 56 asesinatos.
A pesar de la abrumadora cantidad de pruebas, el proceso judicial revisó cada caso de forma individual. La sentencia fue emitida en febrero de 1994: pena de muerte. Según Daily Mail, la ejecución se llevó a cabo en los sótanos de la prisión de Novocherkassk, donde recibió un disparo en la nuca.
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