
En los días más sofocantes del verano, cuando la humedad se vuelve asfixiante y las temperaturas superan los 29 grados, los tambos australianos enfrentan una amenaza que no se combate con ventiladores ni con sombras: la caída abrupta en la producción de leche.
En esas condiciones, las vacas dejan de alimentarse, se agrupan de forma anormal y, en ocasiones, colapsan bajo el estrés térmico. Frente a esta crisis sostenida, que puede reducir la producción láctea entre un 25 y un 40 %, los ganaderos del país han optado por un camino poco habitual pero cada vez más eficaz: la genética.
Una pérdida crítica para la industria
La industria lechera australiana, tradicionalmente expuesta a veranos intensos, ha visto cómo las altas temperaturas afectan tanto la fisiología como el comportamiento de sus animales. La pérdida de apetito, el letargo y el hacinamiento en los corrales no solo reducen la ingesta de alimento, sino que también deterioran el bienestar del ganado. Estos efectos, multiplicados por la humedad y el calor constante, provocan una baja considerable en la producción láctea diaria.
En ese contexto, los criadores se enfrentan a una ecuación insostenible: menos leche, menos ingresos, mayores riesgos para los animales... Por eso, y ante la falta de soluciones efectivas en el corto plazo, la ciencia genética comenzó a ocupar un lugar central en las estrategias de adaptación.
Nace el ABV: un índice genético para el futuro

En 2017, tras cuatro años de investigación y recopilación de datos, la científica Thuy Nguyen logró desarrollar el primer índice genético del mundo para medir la tolerancia al calor en el ganado lechero.
Conocido como ABV, por sus siglas en inglés (Australian Breeding Value for Heat Tolerance), este índice se convirtió en una herramienta revolucionaria para los ganaderos, ya que permite seleccionar ejemplares con mayor resistencia fisiológica y comportamental ante las olas de calor.
Según explicó la propia Nguyen en la serie especial Land Line de ABC, el objetivo del ABV no es solo aumentar la eficiencia productiva, sino también mejorar el bienestar animal. “Es fantástico ver que tiene repercusión mundial”, afirmó, y destacó que Estados Unidos ya probó el sistema en su propio entorno y confirmó su utilidad.
Un cambio de paradigma en la medición del estrés térmico
Uno de los hallazgos más significativos del desarrollo del ABV fue que la temperatura corporal central de las vacas no era el mejor indicador para evaluar su capacidad de soportar el calor. Lejos de los enfoques tradicionales, la doctora Nguyen optó por observar cómo se modifica el comportamiento social de los animales en jornadas de mucho calor.
Entre los síntomas clave que identificó, se encuentran el amontonamiento excesivo, la reducción del apetito, la tendencia a orinar y defecar en el mismo lugar (lo que aumenta la humedad en la zona donde se resguardan) y el letargo generalizado. Esta perspectiva conductual le permitió diseñar un modelo de análisis más preciso, centrado en las señales visibles que indican malestar térmico.
En ese sentido, el ABV no es un indicador clínico tradicional, sino un marcador genético asociado a variables observacionales, lo que le otorga una flexibilidad práctica mucho más valiosa para su uso cotidiano en tambos.
De la teoría al campo: cómo se aplica el ABV

Trevor Parrish, propietario de la lechería Kangaroo Valley, fue uno de los primeros ganaderos en adoptar el sistema ABV. Su experiencia personal sirve como ejemplo del impacto real que puede tener este tipo de innovación genética.
De hecho, al analizar a sus toros reproductores mediante el índice, descubrió que uno de ellos tenía un valor “sustancialmente inferior a 100”, lo que lo calificaba como intolerante al calor. En cambio, otros dos toros mostraban valores superiores a 100, lo que indicaba que eran candidatos óptimos para la reproducción.
Parrish decidió entonces orientar su cría hacia esos ejemplares más adaptados al calor, con el objetivo de mejorar la resistencia térmica de las generaciones futuras. “Tenía mucho sentido investigarlo e intentar usar toros más tolerantes al calor para ayudar a la siguiente generación”, dijo durante la entrevista con Land Line. Y agregó: “Recomiendo totalmente a otros ganaderos que usen el ABV. No hay mejoría”.
Los resultados no tardaron en aparecer: sus vacas redujeron la caída de producción en verano y mostraron signos de mayor estabilidad y comportamiento menos errático durante los días más exigentes del calendario.
Un modelo que traspasa fronteras
El desarrollo del ABV no pasó desapercibido fuera de Australia. Países como Estados Unidos, Italia y España comenzaron a estudiar la posibilidad de adaptar el índice a sus propios entornos productivos. El respaldo financiero de instituciones locales y el uso extensivo en distintos estados australianos consolidaron al ABV como un modelo pionero a nivel global.
La singularidad de esta herramienta radica en que se trata del primer marcador de tolerancia al calor diseñado expresamente para fines comerciales de cría en la industria lechera. Su aplicación permite pensar en un futuro donde las vacas estén naturalmente mejor preparadas para enfrentar el cambio climático, sin necesidad de infraestructuras costosas ni intervenciones artificiales.
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