Josef Fritzl, conocido por su atroz crimen de encerrar a su hija durante 24 años en un sótano insonorizado para abusar sexualmente de ella y engendrar siete hijos, se enfrenta a un nuevo capítulo en su encarcelamiento. Según decidió un tribunal en Krems an der Donau, Austria, Fritzl será trasladado a una prisión “ordinaria” y abandonará el centro penitenciario especial para delincuentes con trastornos mentales en el que había estado recluido desde su condena a cadena perpetua en 2009. No obstante, la decisión no permite su liberación anticipada debido a “motivos preventivos especiales”, informó el medio local, Zeit.
De acuerdo con el medio alemán, BR24, el tribunal justificó el traslado argumentando que el hombre, de 89 años, que padece demencia progresiva, “ya no representa un peligro que requiera su internamiento en un centro terapéutico forense”. Un informe psiquiátrico concluyó que el trastorno de personalidad que motivó originalmente su condena está “enterrado” por su deterioro físico y cognitivo. Sin embargo, “la energía criminal sin precedentes” mostrada en sus crímenes impide asumir su futura incapacidad para delinquir, agregó un juez citado por este medio.

El sótano de Amstetten: 24 años bajo tierra
El 26 de abril de 2008, en el hospital regional de Mostviertel, en Amstetten, los médicos examinaban a una joven en estado crítico. Se trataba de Kerstin, una adolescente de 19 años con síntomas severos de fallo renal. Nadie sabía su apellido real. Nadie sabía de dónde venía. Nadie había oído hablar de ella antes. Ni los archivos escolares ni los registros médicos. Solo había un hombre que respondía por ella: Josef Fritzl, un jubilado ingeniero electricista que dijo haberla encontrado, enferma, en la puerta de su casa.
La historia no cuadraba... Un médico desconfió y llamó a la policía. Aquella sospecha médica rompió un secreto que se había mantenido sellado por ocho puertas de acero, algunas de hasta 500 kilos, detrás de una biblioteca falsa en el sótano de una vivienda en la ciudad austríaca de Amstetten. Aquel mismo día, Elisabeth Fritzl, de 42 años, fue llevada al hospital, y ante los doctores reveló: “Soy prisionera de mi padre desde 1984”.

El calabozo de Josef Fritzl
Fritzl la había encerrado cuando tenía solo 18 años. De padre, se había transformado en su captor, su violador, su carcelero. Durante 24 años, ella vivió sin luz solar, sin contacto con el mundo exterior, en un espacio de 60 metros cuadrados que su padre había diseñado durante años con meticulosidad técnica y brutal propósito. Detrás de una pared secreta, construyó una prisión subterránea con literas, una cocina eléctrica, una ducha, una lavadora y una televisión con reproductor de video.
Según se supo en el jucio, allí fue violada al menos 3.000 veces y tuvo siete hijos, tres de los que fueron obligados a vivir en ese mismo encierro. Uno de los bebés murió tres días después de nacer por una afección respiratoria. Josef Fritzl quemó su cuerpo en una caldera, admitió luego ante los tribunales, según reveló el medio local Berliner kurier.

Otros tres niños fueron sacados por Fritzl del calabozo y presentados como niños abandonados por Elisabeth, a quien él aseguraba que se había unido a una secta y que, de forma intermitente, “dejaba” a sus hijos en la puerta de la casa familiar. Su esposa, Rosemarie, vivía en los pisos superiores y nunca supo que Elisabeth estaba encerrada en el subsuelo. La justificación de Fritzl ante los vecinos y las autoridades fue aceptada, y logró legalmente la custodia de los menores, según informó Morgenpost.
El hombre usaba un control remoto con código numérico para accionar los mecanismos de cierre. Visitaba a su hija “varias veces por semana”, según declaró en el juicio. En el sótano, “quería tener poder sobre una mujer y su disponibilidad constante”, explicó la psiquiatra forense Adelheid Kastner en un informe pericial utilizado en el proceso judicial y difundido por la agencia DPA.

Su hija vivió sin saber si el día era de noche o la noche de día, hasta que Kerstin, una de sus hijas y a la vez su nieta, enfermó. Entonces Elisabeth, convencida de que su hija iba a morir, le suplicó a su padre que la llevara al hospital. Fritzl aceptó. Fue su condena.

El final del encierro
Cuando la policía lo interrogó, Fritzl dio el código para abrir la mazmorra y declaró todo con calma. Aceptó los cargos. No negó los hechos. En 2009, fue condenado a cadena perpetua por delitos que incluían violación, incesto, esclavitud, asesinato por omisión y privación ilegítima de la libertad.
“Nadie sabía su secreto. Nadie se imaginaba lo que había debajo de esa casa”, escribió Der Spiegel, al describir el sótano como un sistema insonorizado “cubierto de moho” donde “el inodoro era un escándalo”.
El juicio del monstruo
El 19 de marzo de 2009, Josef Fritzl entró esposado a la sala de audiencias del tribunal de St. Pölten, según Krone. Llevaba una carpeta azul con la que cubrió su rostro ante la prensa. No dijo una palabra durante los primeros días. Pero en el cuarto día del juicio, confesó todo. Admitió que había violado, golpeado y esclavizado a su hija durante 24 años. Admitió la muerte del recién nacido a causa de una infección pulmonar no tratada. Admitió haber quemado el cuerpo del bebé en una caldera.
Los cargos en su contra eran múltiples: asesinato por omisión, violación, coerción agravada, esclavitud, incesto y privación ilegítima de la libertad. Fue hallado culpable de todos. La pena: cadena perpetua y reclusión en una institución para criminales mentalmente anormales. Desde entonces, estuvo internado en la prisión de Stein, una cárcel especial para reclusos peligrosos cerca de Krems.
El tribunal aceptó el informe de la psiquiatra forense Adelheid Kastner, quien diagnosticó a Fritzl un “trastorno combinado de personalidad con rasgos narcisistas y perversiones sexuales graves” y concluyó que representaba un “riesgo extremo de reincidencia”.
Fritzl, hoy: demencia, delirio y aislamiento
Hoy, tiene 89 años y vive en la misma prisión de Stein, pero ya no en régimen especial. A mediados de 2024, un tribunal de Krems resolvió trasladarlo del ala psiquiátrica a una celda común. La decisión, sin embargo, no es jurídicamente vinculante: el Ministerio Público aún puede apelar.
La defensa sostiene que padece demencia avanzada. Su abogada, Astrid Wagner, asegura que “ya no está en condiciones mentales de distinguir entre realidad y ficción”. En su podcast, Plädoyer für Verbrecher, Wagner relató que “se imagina que el presidente Donald Trump le habla a través de señales con las manos en conferencias de prensa” y que cree que el público aplaude “para él” en los programas de música folclórica que ve en su celda.
Wagner insiste en que su cliente necesita una terapia especializada. “Tiene los archivos del caso en su celda y los estudia todos los días. Dice que piensa constantemente en lo que hizo”, declaró al diario Krone. También expresó públicamente su deseo de trasladarlo a un centro de demencia: “El pabellón general del servicio de Stein no es el lugar adecuado para alguien tan mayor”.
A pesar de su deterioro cognitivo, Fritzl tiene planes. Según su abogada, sueña con vivir en una casa propia, con jardín... y con sótano. “Él ha dicho claramente que la casa debe tener un sótano para guardar sus documentos”, afirmó Wagner al Daily Mail. Cuando le preguntaron si entendía la impropiedad simbólica de ese deseo, respondió: “No lo ha notado, o tal vez no quiere notarlo”.

La nueva vida de Elisabeth
Desde 2008, la identidad de Elisabeth Fritzl ha sido protegida por el Estado austríaco. Tiene hoy 58 años, vive bajo otro nombre y reside con sus seis hijos en una casa ubicada en una localidad de aproximadamente 2.000 habitantes, cerca de Amstetten. La vivienda cuenta con vallas de seguridad y cámaras, según reveló el diario Morgenpost.
En los primeros meses tras su liberación, fue atendida por el pedagogo Fritz Lengauer, y recibió asistencia del Fondo de Protección de Víctimas. Algunos de sus hijos —que nacieron en el cautiverio— han terminado la escuela secundaria y cursan estudios universitarios.
La casa original, donde se perpetraron los crímenes, fue vendida en 2016 por USD 192.000. El sótano fue sellado con hormigón. Kurier informó que hubo planes para convertirla en un museo del horror, pero la propuesta fue, claramente, rechazada.
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