
El 20 de diciembre de 1951, en un modesto edificio de ladrillos en las afueras de Arco, Idaho, Estados Unidos, se llevó a cabo un evento que cambiaría la historia de la energía. Cuatro bombillas de 200 vatios brillaron intensamente, marcando la primera vez que se generaba electricidad a partir de una reacción nuclear. Aunque inicialmente concebido como un experimento técnico, este momento simbolizó el inicio de una revolución energética impulsada por la fisión nuclear.
El final de la Segunda Guerra Mundial marcó una nueva etapa en la investigación científica, particularmente en el campo de la energía nuclear. El Proyecto Manhattan había demostrado el inmenso poder de la fisión nuclear, y las potencias mundiales comenzaron a explorar aplicaciones pacíficas de esta tecnología. En este contexto, el gobierno de Estados Unidos se interesó en desarrollar reactores reproductores, diseñados para maximizar el uso de recursos nucleares limitados como el uranio.
Fue así como surgió el Reactor Reproductor Experimental I (EBR-I), un proyecto pionero cuyo propósito principal no era generar electricidad, sino perfeccionar un proceso que pudiera convertir uranio-238, un isótopo abundante pero no fisionable, en plutonio-239, un material altamente fisionable. Este reactor sería clave para garantizar la sostenibilidad del programa nuclear estadounidense.
Desarrollo del EBR-I: la ciencia detrás del avance

El diseño y construcción del EBR-I comenzaron a finales de la década de 1940, liderados por un equipo de científicos nucleares que incluía a veteranos del Proyecto Manhattan como Harold Lichtenberger, Walter Zinn y Aaron Novick. Estos expertos identificaron el potencial de los reactores de neutrones rápidos para convertir uranio-238 en plutonio-239 de manera eficiente. En 1949, un informe secreto de viabilidad subrayó las ventajas de esta tecnología, marcando el inicio del proyecto.
El EBR-I no solo buscaba probar la viabilidad del concepto de reactor reproductor, sino también experimentar con innovaciones tecnológicas como el uso de refrigerantes metálicos líquidos. Este sistema, compuesto por una aleación de sodio y potasio, sería crucial para absorber el calor generado durante la reacción nuclear y transferirlo a un circuito secundario para producir vapor.
El momento decisivo: Primer uso de la energía nuclear para generar electricidad

El 20 de diciembre de 1951, el EBR-I estaba listo para una prueba histórica. A las 13:50, Harold Lichtenberger accionó un interruptor, y cuatro bombillas de 200 vatios colgadas de un cable suelto se encendieron. Por primera vez, la electricidad generada por una reacción nuclear fluía para alimentar dispositivos eléctricos. Aunque el equipo de científicos parecía indiferente al logro—algunos consideraron el momento como algo simple—, el impacto de este experimento fue profundo.
“Cuando encendí el interruptor”, dijo Lichtenberger más tarde a The Idaho Statesman, “supongo que estaba más interesado en cómo funcionarían los disyuntores que en la importancia de la prueba”.
Al día siguiente, el reactor alcanzó los 100 kilovatios, suficientes para alimentar todos los sistemas electrónicos del edificio. Esto demostró no solo la capacidad del EBR-I para generar electricidad, sino también el potencial de la energía nuclear como una fuente autosuficiente y sostenible de energía.
Funcionamiento del reactor: Innovación y complejidad
El proceso que permitió este logro fue tanto innovador como complejo. En el corazón del EBR-I, el uranio-238 absorbía neutrones de alta energía, transformándose en plutonio-239. Este nuevo material era capaz de sostener una reacción en cadena, liberando calor y neutrones adicionales. Para manejar esta energía, el reactor utilizaba un sistema de refrigerantes metálicos líquidos que absorbían el calor y lo transferían a un segundo circuito. Este circuito secundario calentaba agua en una caldera, produciendo vapor que hacía girar una turbina y generaba electricidad.
El diseño del EBR-I representó un avance significativo en la ingeniería nuclear, sentando las bases para futuras plantas nucleares comerciales. Además, demostró que era posible convertir materiales no fisionables en fuentes de energía útiles, un logro crucial para la sostenibilidad del programa nuclear.
Aunque la generación de electricidad no era el objetivo principal del EBR-I, este experimento mostró el potencial de la energía nuclear para aplicaciones prácticas. En ese momento, el enfoque del proyecto estaba en medir la eficacia del reactor como herramienta para producir plutonio-239. Sin embargo, la capacidad de generar electricidad fue un subproducto que señaló un futuro prometedor para la energía nuclear.
A medida que avanzaron las investigaciones, el interés por los reactores reproductores disminuyó en las décadas posteriores. La creciente disponibilidad de uranio y los avances en tecnologías de enriquecimiento hicieron que otros diseños de reactores fueran más viables comercialmente. A pesar de ello, el EBR-I sigue siendo un símbolo de innovación y un testimonio del poder transformador de la tecnología nuclear.
Hoy, el edificio donde se realizó este experimento se reconoce como la primera central nuclear del mundo. Aunque pequeño en comparación con las plantas nucleares modernas, el EBR-I fue el primer paso hacia un cambio fundamental en la forma en que la humanidad genera y utiliza energía.
El impacto del EBR-I trasciende su función original. Su éxito inspiró el desarrollo de reactores comerciales que hoy suministran una parte significativa de la electricidad mundial. Además, marcó el inicio de una era en la que la energía nuclear se convirtió en una herramienta clave para enfrentar desafíos globales como la demanda energética y el cambio climático.
El experimento del EBR-I en Idaho el 20 de diciembre de 1951 no solo encendió cuatro bombillas, sino que iluminó un camino hacia un futuro energético diferente. A través de la innovación y el ingenio científico, este pequeño reactor demostró que la energía nuclear no solo podía alimentar armas de destrucción masiva, sino también ser una fuerza para el progreso humano. Su legado perdura como un recordatorio del potencial transformador de la ciencia y la tecnología.
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