
El escritor, periodista y documentalista Diego Enrique Osorno se confrontó con diversos demonios en la realización de su documental “Vaquero del Mediodía”, en donde inició una búsqueda de Samuel Noyola, el poeta nicaragüense que se desterró en México y que se perdió dentro de un laberinto.
Diego Osorno platicó con INFOBAE MÉXICO sobre los interminables sufrimientos de la burocracia mexicana a la hora de buscar a desaparecidos y de ejercer el papel detectivesco de una figura que se escondía en retratos, en historias, en mitos y cómo logró marcar a quienes lo conocieron:

El cronista afirmó que tiene la creencia de que hay que ser investigadores radicales, manejar con el mayor rigor posible de referencia a los grandes mitos. Samuel Noyola, para Osorno, es un representante de la rebeldía y afirmó que esa subversión tuvo su prueba de fuego cuando se dio el encuentro con Octavio Paz. Como si fueran piezas contrarias pero semejantes, la dualidad de la creatividad artística los atrajo como maestro y aprendiz: Octavio buscaba la pasión de la juventud y Samuel la sublimación de su poesía:
Para Diego, Samuel había iniciado una búsqueda interminable de identidad por la falta de una persona que representara el papel paternal para él. El joven rebelde halló en Octavio una persona que siempre estuvo dispuesto a cubrir ese papel, lo que entre ambos derivó en una profunda cercanía que va más allá de una amistad común. Ambos se entendían con sus poesías y caminaban mundos paralelos pero similares:

Samuel Noyola, un hombre que definía su vida como si fuera un reloj circular, era un hombre que creía en una existencia como el uróboros: la serpiente que se devora a si misma y que representa el ciclo del tiempo sustituyéndose y superándose. Esa etapa llegó cuando se sumó a la revolución sandinista, peleando por Nicaragua:
Uno de los pictogramas más emblemáticos del documental, es uno en donde Samuel Noyola se queda viendo fijamente a un orbe, una esfera, en la que ve su reflejo desde diferentes ángulos. Parecía buscarse a sí mismo en ese reflejo. Él aparece en la foto por mera casualidad, como suelen registrarse algunos de los eventos más trascendentes de las historias:

Rogelio le contó a Osorno que la sesión de fotos era para Armando Alanís, quien había llevado a Noyola para que lo acompañara un rato y que cuando Cuéllar inició su sesión fotográfica, sentía que su cámara lo jalaba directamente hacia la figura del poeta, y lleno de curiosidad también comenzó a fotografiarle. Fue así como nació la foto que lo retrata como un desconocido, una de las pocas imágenes que se tiene del “Vaquero del Mediodía” y que lo guardó como un símbolo perdido en un archivo olvidado:
El misticismo arrastró a su figura, Samuel aparece y desaparece como pocos autores lo han hecho, no interesado en formar parte de la fila central de las fotos como si lo era su mentor Octavio Paz, Noyola se difumina en los hechos, aparece en esquinas de las fotos, en grabaciones en donde se le ve peleando en el fondo, la historia raramente es sobre él como protagonista, excepto esta vez.
Diego se va con melancolía, las cartas no le dijeron mucho más que lo que ya sabía, pero le dejaron en claro algo: Si Samuel estaba vivo, no deseaba reaparecer, no quería ser encontrado. Había intentado desvanecerse y lo había logrado, hasta de los mismas figuras del tarot se mostraban reticentes a decir su ubicación o siquiera si estaba vivo, eso vivió cuando fue a ver a una pitonisa para buscar el paradero de su amigo:
Diego Enrique Osorno expone al personaje de Samuel ante un proceso alquímico en el que lo purifica ante el fuego, lo transforma. Lo expone ante el fuego y lo consume. Así fue como, oculto a través de mitos y de rumores sobre su vida, Samuel Noyola desapareció de su vida. El periodista se queda con una frase que resalta lo efímero de la vida del poeta desaparecido, la amistad fue el vínculo inquebrantable. Noyola dejó sólo hizo una petición, digna de sus propias aventuras y de su forma de vivir: “Les pido que me recuerden y se rían de mi”.
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