
Cada 22 de mayo se celebra el Día Mundial de la Biodiversidad, una fecha proclamada por las Naciones Unidas para reflexionar sobre el estado de los ecosistemas y advertir sobre su progresiva degradación. En Argentina, la diversidad biológica se manifiesta de forma deslumbrante en algunos parques nacionales que concentran una enorme variedad de especies animales y vegetales. Pero también hay áreas donde esa riqueza fue vaciada por la acción humana, como ocurrió en Iberá, Corrientes, un ecosistema que está siendo reconstruido casi desde cero tras décadas de explotación.
El Parque Nacional Iguazú, en Misiones, encabeza la lista de zonas con mayor biodiversidad del país. En sus más de 67 mil hectáreas, la selva atlántica se despliega con lianas, helechos, palmitos y árboles nativos que dan hogar a cientos de especies de aves, mamíferos y reptiles. Tucanes, monos caí, yaguaretés y aningas conviven en este ecosistema declarado Patrimonio Mundial por la UNESCO. Más al norte, el Parque Nacional Calilegua, en Jujuy, conserva la mayor muestra de Yungas: una selva de altura en la que se han registrado más de 120 mamíferos, 350 aves y especies emblemáticas como la taruca y la rana marsupial.

En contraste con esos refugios de abundancia natural, el Gran Parque Iberá —una vasta cuenca subtropical de más de un millón de hectáreas en Corrientes— fue durante décadas un territorio silenciado por la caza, el saqueo de fauna silvestre y el desmonte. “Era un ambiente vacío, un escenario sin actores”, recuerda Sebastián Di Martino, biólogo y director de conservación de Rewilding Argentina. Aunque desde el aire podía parecer intacto, Iberá había sido defaunado: no quedaban casi animales visibles, ni siquiera rastros de sus antiguas interacciones ecológicas.
La importancia de restaurar esos vínculos entre especies y reincorporar ejemplares en peligro o extinguidos, de reconstruir las relaciones que moldean un ecosistema y hacerlo “funcionar bien”, es central para la vida y en eso trabajan grupos de expertos conservacionistas en la región. Como sostiene la bióloga Sofía Heinonen, directora ejecutiva de Rewilding, la crisis de extinción está directamente ligada a un modelo económico que “saca todo de la naturaleza”, dejando atrás paisajes empobrecidos y aumentando los riesgos ecológicos y sanitarios. Según datos de la ONU, la pérdida de biodiversidad no solo debilita la seguridad alimentaria o los saberes culturales, sino que también favorece la aparición de enfermedades zoonóticas.

La experiencia en Iberá se convirtió así en un ejemplo regional de restauración activa. A través de la reintroducción de especies localmente extintas como el oso hormiguero gigante, el tapir o el yaguareté, un equipo de biólogos, guardaparques y técnicos procura devolverle al humedal su diversidad original. El objetivo no es solo recuperar animales, sino restablecer las funciones ecológicas que sostienen la vida. Porque, como recuerdan los activistas, sin biodiversidad no hay salud del planeta posible.
Desde su experiencia en proyectos de restauración ambiental, Alicia De La Colina, Doctora en Ciencias Biológicas, especialista en Investigación del Departamento de Conservación e Investigación de Fundación Temaikèn, destacó, en diálogo con Infobae, que devolver a la fauna silvestre a su territorio original no es un acto simbólico, sino una intervención crítica para restablecer los equilibrios perdidos. “Cada especie cumple una función: algunas controlan plagas, otras dispersan semillas o mantienen la fertilidad del suelo”, explicó. La desaparición de cualquiera de estos actores, dijo, provoca efectos en cadena que pueden comprometer la salud completa de un ecosistema. “Quitar especies es como sacar tornillos de una estructura: al principio no se nota, pero llega un punto en que todo se cae”.

Pero reconstruir no es sencillo. La reintroducción enfrenta múltiples obstáculos, y el primero es encontrar un lugar viable para hacerlo. “Nos cuesta muchísimo hallar ambientes en condiciones, sin amenazas como desmontes, contaminación o especies invasoras”, señaló De La Colina. A eso se suma la falta de recursos económicos y de políticas sostenidas en el tiempo. “Son proyectos que requieren años de trabajo y continuidad”, advirtió, y agregó que el vínculo con las comunidades también es crucial: “La aceptación social es clave. La gente tiene que entender por qué es importante que vuelva una especie”.
Evaluar el impacto real de estas acciones también exige tiempo y evidencia. No basta con liberar animales: es necesario que sobrevivan, se reproduzcan y logren sostener su población. “El éxito se mide cuando las especies se integran nuevamente al ecosistema, sin depender del monitoreo humano”, resumió la experta. Por ejemplo, el regreso del guacamayo rojo a Iberá o del cardenal amarillo, depende de procesos que incluyen el nacimiento de generaciones en libertad y la expansión de su distribución en ambientes saludables. “Solo cuando pasa todo eso y se reducen las amenazas, se puede pensar en cambiar su categoría de conservación”.

Más allá de los logros científicos, De La Colina insistió en el papel que puede jugar cada persona. “La conservación no es solo tarea de científicos: es responsabilidad de todos como sociedad”, afirmó. Para ella, involucrarse puede empezar por no comprar fauna silvestre, apoyar proyectos locales o participar en actividades educativas. “Conservar la biodiversidad es también defender nuestro propio futuro”, resumió.
Yaguareté
El yaguareté (Panthera onca), mayor felino de América y en peligro crítico en Argentina, fue reintroducido en la provincia de Corrientes tras más de 70 años de extinción local. Desde 2012, el Centro de Reintroducción de Yaguareté (CRY), de Rewilding Argentina, opera en los Esteros del Iberá, donde se han criado y liberado ejemplares provenientes de Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay.
En 2018 nacieron Arami y Mbarete, primeros cachorros en la provincia en medio siglo. En 2021, Mariua y sus crías Karai y Porã se convirtieron en los primeros yaguaretés en libertad. Desde entonces, otras hembras han parido en estado silvestre: Arami, Mariua nuevamente, y Karai, marcando un ciclo reproductivo natural en libertad. A fines de 2022, 13 ejemplares vivían libres en Iberá.

Los animales son monitoreados por collares GPS y señales VHF, que permiten rastrear sus movimientos. Entre los comportamientos documentados se incluyen nacimientos en zonas remotas, exploraciones de nuevos territorios y la defensa de crías frente a predadores como los pecaríes.
El Parque Iberá, con 1,3 millones de hectáreas protegidas y abundancia de presas naturales, ofrece condiciones únicas para la especie. Un estudio del CONICET identificó 650 mil hectáreas aptas para sostener una población silvestre viable. Además, un 95% de la población correntina apoya el retorno del yaguareté, considerándolo parte de su identidad cultural y un potencial motor para el ecoturismo.
La cooperación con instituciones de Brasil, Paraguay y Uruguay, y el cruzamiento con individuos silvestres como Qaramta, buscan aumentar la diversidad genética. El proyecto avanza como uno de los más ambiciosos de recuperación de fauna extinta localmente en América Latina.
Guacamayo rojo

El guacamayo rojo (Ara chloropterus), una de las aves más grandes y vistosas de América, fue declarado extinto en Argentina hace más de un siglo. Desde 2015, un proyecto que llevan adelante la Fundación Rewilding Argentina, acompañados de instituciones como Temaikèn, Ecoparque Buenos Aires, el Centro Aguará, CONICET y autoridades provinciales de Corrientes, trabaja para reintroducir la especie en su antiguo hábitat, el Parque Iberá.
Actualmente, existen dos núcleos de individuos liberados en Portal Cambyretá y la Reserva Yerbalito, donde las aves han sido entrenadas en vuelo, reconocimiento de frutos nativos y evasión de depredadores. Algunas parejas lograron reproducirse en libertad y criar pichones, aunque no sin dificultades: hubo abandonos, aprendizaje progresivo y eventos críticos como los incendios de 2022 que obligaron a evacuar y rehabilitar crías afectadas por el humo.
Estos guacamayos, activos y ruidosos, muestran comportamientos que refuerzan el vínculo familiar: los machos participan activamente en la crianza, vuelan junto a sus crías durante los primeros intentos y mantienen contacto constante hasta que las jóvenes aves alcanzan la independencia. Además, regresan año a año a los mismos lugares para anidar y mantienen las mismas parejas.
La Fundación Temaikèn desempeña un papel clave en el proyecto de reintroducción del guacamayo rojo, ya que aporta ejemplares nacidos en su bioparque de la ciudad de Escobar o recibidos de otros centros, a quienes prepara para la vida silvestre mediante crianza asistida sin contacto humano, controles sanitarios estrictos y entrenamiento conductual. Antes de su traslado al Iberá, las aves son evaluadas para asegurar que puedan reconocer frutos nativos, volar con eficacia y evadir predadores. En coordinación con otras instituciones del proyecto, Temaikèn garantiza que cada individuo llegue en condiciones óptimas al entorno natural.

El proyecto de reintroducción de esta ave también se apoya en técnicas de crianza asistida con títeres para evitar la impronta humana, así como en el uso de collares VHF que permiten el monitoreo tras la liberación. Más de 20 ejemplares vuelan en libertad, y se espera aumentar la población en los próximos años.
La restauración de esta especie tiene múltiples beneficios: dispersan semillas grandes que regeneran los bosques, funcionan como especie paraguas para proteger otros organismos, y representan un recurso turístico y cultural valioso, presente en el imaginario correntino.
Cardenal amarillo

El cardenal amarillo (Gubernatrix cristata), ave emblemática del sur de Sudamérica, enfrenta una grave amenaza de extinción debido al tráfico ilegal —centrado especialmente en los machos por su canto y plumaje— y la pérdida de hábitat por la expansión agroganadera. Con una población estimada en apenas 2000 individuos adultos en libertad, Argentina concentra las mayores poblaciones y, por lo tanto, la mayor responsabilidad en su conservación.
Desde 2017, la Fundación Temaikèn, junto con Aves Argentinas, el CONICET, la UBA, el INTA y organismos provinciales, integra la Alianza Cardenal Amarillo, activa en Buenos Aires, Entre Ríos, La Pampa, San Luis, Córdoba y Mendoza. Esta red trabaja en la rehabilitación, reintroducción y monitoreo de cardenales rescatados del tráfico de fauna.

El proceso comienza con controles sanitarios y genéticos que permiten devolver a cada ejemplar a su zona de origen más probable. Durante la cuarentena, las aves recuperan musculatura y habilidades naturales. Posteriormente, se les colocan radiotransmisores y anillos identificatorios para hacer un seguimiento en campo, que incluye el monitoreo de desplazamientos, formación de parejas y éxito reproductivo. Un dato relevante es que los machos —territoriales y agresivos— defienden activamente su zona junto a la hembra y sus crías, en una estructura familiar estable que se reconstituye cada ciclo reproductivo.
Hasta mayo de 2025 se han reinsertado 263 cardenales amarillos: 156 en Buenos Aires, 59 en La Pampa, 35 en San Luis y 24 en Entre Ríos, lo que representa un refuerzo directo sobre el 14% de la población silvestre nacional. En Entre Ríos, se documentó que seis individuos formaron pareja y comenzaron a reproducirse a solo nueve días de ser liberados, mientras que en Buenos Aires se han registrado supervivencias superiores a los 1000 días en campo y grupos familiares con crías nacidas en libertad.

Además del rescate, se desarrolla un programa de cría bajo cuidado humano, con entrenamientos acústicos y antipredatorios, para formar futuras generaciones aptas para la vida silvestre. Sin embargo, no todos los ejemplares pueden ser rehabilitados debido a las secuelas del cautiverio ilegal. Aun así, el programa mantiene un índice de recuperación del 72%, y los esfuerzos se complementan con campañas educativas para desalentar el mascotismo.
Gracias a su singularidad y vulnerabilidad, el cardenal amarillo ha sido declarado monumento natural en provincias como San Luis, Santa Fe, Río Negro y Entre Ríos, y es objeto de protección bajo leyes nacionales e internacionales como la Ley 22.421 y la Convención CITES. Su canto inconfundible y su copete vibrante lo convierten en un símbolo viviente de la lucha contra el tráfico de fauna y en una especie clave para concientizar sobre la conservación en Argentina.
Coipo o nutria criolla

El coipo o nutria criolla (Myocastor coypus), un roedor semiacuático nativo, silencioso y esquivo, está recuperando su lugar en los humedales del noroeste de Santa Cruz gracias a un programa de restauración impulsado por Parque Patagonia Argentina. Tras décadas sin registros, en 2021 se inició la reintroducción con ocho ejemplares trasladados desde el Cañadón Deseado al Cañadón Caracoles, y más tarde al Río Pinturas. Para 2024, se contabilizaron al menos 15 individuos marcados y el nacimiento de 10 crías, con una segunda camada prevista.
El coipo actúa como un “arquitecto del humedal”: al moverse y alimentarse entre los juncales y totorales, abre pasillos que otras especies utilizan, mejora la circulación del agua y construye plataformas que aprovechan aves y pequeños mamíferos. Su presencia favorece la biodiversidad local, incluyendo especies como gallaretas, cauquenes, tachouri siete colores, y también a zorros y guanacos que visitan estos humedales en busca de agua.
El equipo de conservación realiza un monitoreo con cámaras trampa y microchips subcutáneos. Uno de los ejemplares registrados recorrió 32 km río abajo, mientras que una hembra fue observada desplazándose 8 km en cinco días y posteriormente reapareció en ese sitio con crías, demostrando su capacidad de adaptación y movilidad.
El proyecto también contempla la restauración del hábitat: recanalización de vertientes, control de especies exóticas como el visón americano y remoción de intervenciones ganaderas pasadas. La recuperación del coipo es entendida como una pieza clave para reconstruir ecosistemas funcionales, en los que el humedal vuelve a cumplir su rol ecológico en equilibrio.
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