
La pesca de arrastre es una técnica que utiliza una red en forma de cono que es remolcada por una embarcación y se mantiene abierta mientras se desplaza. A medida que avanza, “atrapa” todo lo que encuentra a su paso.
De acuerdo a lo divulgado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), “la red de arrastre es un cuerpo de red en forma de cono, generalmente con un copo, remolcada por uno o dos buques para capturar peces a través del pastoreo y el cribado. Estas artes de pesca están diseñadas para ser remolcadas a lo largo del lecho marino (redes de arrastre de fondo) o en aguas intermedias (redes de arrastre pelágico)”.
Una de las voces expertas que ha alertado por las consecuencias que podría tener esta práctica es David Attenborough, un naturalista y divulgador científico británico con más de siete décadas dedicadas a documentar la biodiversidad del planeta. Su voz y su mirada se han vuelto sinónimos de conciencia ambiental global. A sus 99 años, sigue activo en su tarea de divulgar al público sobre los efectos del cambio climático y la necesidad de preservar los ecosistemas.
Recientemente, el especialista mostró imágenes inéditas de la pesca de arrastre desde la perspectiva de las especies que habitan el fondo marino. En una secuencia registrada para un documental con tecnología submarina avanzada, pueden observarse rayas y cefalópodos intentando escapar de un muro de cuerdas y metal que avanza sin freno destruyendo el lecho marino. Según el experto, la escena busca evidenciar una devastación que hasta ahora había permanecido oculta.

Daños visibles desde el espacio
El impacto ambiental de esta técnica, que utiliza vigas metálicas y cadenas para remover el fondo oceánico, no solo destruye ecosistemas enteros, sino que produce estelas de sedimentos visibles desde el espacio, de acuerdo a lo precisado por el especialista, que registró estas imágenes para su documental Ocean.
Estas columnas, captadas por imágenes satelitales, pueden extenderse por decenas de kilómetros y señalan zonas donde la biodiversidad ha sido arrasada. “Es difícil imaginar una forma más despilfarradora de capturar peces”, sentenció Attenborough. Los barcos de arrastre suelen estar dirigidos a una única especie, pero descartan más del 75% del resto de la captura, lo que genera un alto nivel de desperdicio biológico, de acuerdo a lo que consignó el especialista.
Además, según postuló el experto, se estima que cada año se arrastra una superficie equivalente al tamaño de la Amazonía, muchas veces sobre los mismos lugares sin permitir la regeneración natural de los hábitats. Su mensaje es contundente: los océanos son el sistema de apoyo fundamental del planeta.
“Después de casi 100 años en el planeta, ahora entiendo que el lugar más importante del planeta no está en la tierra, sino en el mar”, afirmó Attenborough durante la narración.
Un estudio alertó por los sedimentos marinos
La alteración del fondo marino, ya sea por tormentas, mareas o pesca de arrastre, moviliza sedimentos que pueden incrementar de forma considerable la emisión de dióxido de carbono hacia la atmósfera. Esta dinámica se debe, en gran parte, a un proceso químico más relevante de lo que se suponía: la oxidación de la pirita.
Un estudio publicado en 2025 en Communications Earth & Environment documenta por primera vez este fenómeno de forma cuantitativa en el oeste del mar Báltico. Según los autores, cuando los sedimentos que contienen pirita quedan expuestos a aguas con alta concentración de oxígeno, se produce una reacción que supera en impacto a la oxidación del carbono orgánico, tradicionalmente considerada la principal fuente de CO₂ en estos ambientes.

“Los sedimentos fangosos de grano fino son importantes reservorios de carbono orgánico y pirita”, planteó en un comunicado Habeeb Thanveer Kalapurakkal, autor principal del trabajo y doctorando en el grupo de Biogeoquímica Bentónica de GEOMAR.
El estudio se llevó a cabo en la región de Kiel Bight, entre la isla de Fehmarn y el archipiélago danés. En esta zona convergen sedimentos de distinta naturaleza: arenas gruesas en aguas poco profundas y lodos finos más adentrados, ricos en materia orgánica y determinantes en el ciclo del carbono de la región. Estas formaciones se ven alteradas tanto por procesos naturales como por intervenciones humanas.
Para analizar el efecto de la resuspensión, el equipo recolectó muestras de distintos puntos de Kiel Bight y las sometió a pruebas de laboratorio que simularon diferentes niveles de oxígeno. Los investigadores mantuvieron los sedimentos en suspensión en tanques con agua marina y registraron parámetros como niveles de CO₂, pH, sulfato, nutrientes e isótopos, lo que permitió establecer con mayor precisión qué reacciones se activan en estos escenarios. “Ya sabíamos que la resuspensión de sedimentos puede liberar cantidades significativas de CO₂ a la columna de agua. Sin embargo, hasta ahora, se creía que esto se debía principalmente a la oxidación del carbono orgánico”, repasaron. El nuevo estudio muestra que la mayor parte de la liberación de CO₂ se debe a la oxidación de la pirita.
Los resultados revelan que la pirita, un mineral que suele hallarse en fondos pobres en oxígeno, reacciona con el oxígeno del agua y genera ácido, lo que transforma el bicarbonato —una sustancia neutra en términos climáticos— en dióxido de carbono, un potente gas de efecto invernadero. El modelo biogeoquímico desarrollado por el equipo permitió estimar la magnitud del impacto y profundizar en el rol que desempeña este proceso en la dinámica del carbono marino.
Una proporción considerable del dióxido de carbono generado por la oxidación de la pirita no permanece en el agua, sino que termina liberándose al aire. Las simulaciones desarrolladas por el equipo indican que este fenómeno podría afectar de forma notable la capacidad de las aguas de la región para absorber carbono. En efecto, el fondo marino podría dejar de funcionar temporalmente como sumidero y pasar a emitir CO₂. “La bahía de Kiel, al igual que otras partes del mar Báltico, actúa como un importante sumidero de CO₂ atmosférico”, afirmó Kalapurakkal. Y sumó: “Nuestros experimentos y simulaciones de modelos muestran que actividades como la pesca de arrastre de fondo reducen significativamente esta capacidad al promover la oxidación y la acidificación de la pirita”.

Una oportunidad de regeneración
Pese a la devastación, el documental también expone casos donde la implementación de medidas de conservación marina ha mostrado resultados notables. En el Área Marina Protegida de la Bahía de Lyme, un estudio de 15 años evidenció un aumento del 95% en especies de arrecifes y un incremento del 400% en población de peces, tanto en número como en diversidad. Estas transformaciones también fortalecieron la resiliencia del lecho marino ante tormentas extremas, según detalla el filme.
Attenborough insistió en que “el poder de regeneración del océano es extraordinario, si tan solo le ofrecemos la oportunidad”. Uno de los efectos más importantes de proteger zonas específicas es el fenómeno conocido como “desbordamiento”. Esto significa que el aumento de biodiversidad en áreas resguardadas puede expandirse a regiones circundantes, generando mayores capturas en zonas adyacentes.
Así, preservar el mar no solo beneficia al planeta, sino también a los millones de personas que dependen del pescado como fuente de proteínas. El especialista subraya en su producción audiovisual que proteger los océanos no es estar en contra de la pesca, sino todo lo contrario. Attenborough destacó que la pesca artesanal y las comunidades que dependen del mar suelen ser las más interesadas en preservar los recursos oceánicos. “Se trata de encontrar una forma responsable y sostenible de trabajar con lo que considero el recurso más valioso del planeta”, dijo el naturalista.
En tanto, en 2024, un grupo internacional de especialistas en clima y océanos estimó que la pesca de arrastre libera cada año unas 370 millones de toneladas de dióxido de carbono (CO₂) a la atmósfera. La cifra, calificada por los investigadores como “demasiado grande para ignorarla”, fue publicada en la revista científica Frontiers. El estudio fue realizado por especialistas de universidades y centros de investigación de Estados Unidos y Australia, entre ellos la Universidad Estatal de Utah, la NASA, la Universidad de Columbia, la Universidad de California en Santa Bárbara, la National Geographic Society y la Universidad James Cook.
Durante el período analizado —entre 1996 y 2020— se calculó que esta práctica emitió entre 8.500 y 9.200 millones de toneladas de CO₂, previamente almacenadas en los sedimentos marinos. Según el equipo de investigación, la pesca de arrastre de fondo funciona como una “deforestación marina” que produce un “daño irreparable” no solo en los ecosistemas sino también en el clima y en las comunidades humanas.

Los investigadores determinaron que entre el 55% y el 60% del carbono removido del fondo marino por esta actividad terminará en la atmósfera en un plazo de nueve años. Además, parte del CO₂ liberado no asciende sino que se disuelve en el agua, generando acidificación local y reduciendo la capacidad del océano para absorber gases de efecto invernadero.
Entre las regiones con mayores emisiones por pesca de arrastre se identificaron el Mar de China Oriental, el Mar del Norte, el Mar Báltico y el Mar de Groenlandia. Una de las conclusiones más relevantes del estudio es que, además de destruir hábitats bentónicos, la pesca de arrastre también libera grandes cantidades de carbono que permanecían almacenadas durante milenios en los sedimentos oceánicos.
Las columnas de sedimentos generadas por esta técnica, comparables en su apariencia a las estelas que dejan los aviones, pueden observarse desde el espacio. Para realizar el análisis, el equipo utilizó registros satelitales que permiten identificar las zonas activas de pesca de arrastre entre 1996 y 2020. Estos datos se combinaron con mapas de carbono del fondo oceánico y se aplicaron tres modelos de circulación del carbono aceptados por el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) para calcular la fracción del CO₂ que pasó de los sedimentos marinos al aire.
Lecciones del pasado y esperanza
Attenborough recordó cómo la prohibición de la caza comercial de ballenas en 1986 permitió una recuperación que parecía imposible. “Recuerdo que pensé que eso era todo. No había vuelta atrás. Habíamos perdido a las grandes ballenas”, postuló. Sin embargo, décadas después, estas especies muestran signos alentadores de recuperación global. Esta recuperación histórica es presentada como prueba de que es posible revertir el daño. “El descubrimiento más extraordinario de todos ha sido comprobar que el océano puede recuperarse más rápido de lo que se pensaba”, sostuvo Attenborough en el documental.
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