
En un mundo que se calienta cada vez más rápido, el hielo —uno de los grandes termómetros del planeta— está dando señales de alarma imposibles de ignorar. En cinco de los últimos seis años, los glaciares han sufrido el retroceso más veloz desde que se iniciaron los registros, mientras que el hielo marino del Ártico ha alcanzado su nivel más bajo de acumulación invernal en casi medio siglo.
Dos fenómenos distintos, en lugares separados por miles de kilómetros, pero que comparten una misma causa: el cambio climático.

El golpe de realidad más reciente vino con un dato contundente: entre 2022 y 2024, se produjo la mayor pérdida trienal de masa glaciar registrada hasta la fecha. Esta conclusión se desprende de observaciones recopiladas globalmente por el Servicio Mundial de Vigilancia de los Glaciares (WGMS), en colaboración con la Organización Meteorológica Mundial (OMM).
Según estos informes, el año 2024 marcó el tercer año consecutivo en el que las 19 regiones glaciares del planeta experimentaron pérdidas netas de masa. Solo ese año se perdieron 450.000 millones de toneladas de hielo, una cifra que representa el cuarto peor registro de la historia.
Pero la escala de la tragedia es más comprensible cuando se resume con una imagen: “Esto equivale a un enorme bloque de hielo del tamaño de Alemania con un grosor de 25 metros”, explicó el profesor doctor Michael Zemp, director del WGMS.

Desde 1975, cuando comenzaron los registros modernos, los glaciares (excluyendo los mantos de hielo de Groenlandia y la Antártida) han perdido más de 9 billones de toneladas de masa. Este deshielo, además de marcar un hito geológico, tiene consecuencias inmediatas para cientos de millones de personas que viven en zonas que dependen del agua de deshielo para abastecerse en los períodos cálidos y secos del año.
A corto plazo, esta liberación acelerada de agua puede causar crecidas y otros fenómenos extremos. A largo plazo, implica el agotamiento de una fuente vital de agua dulce: los glaciares almacenan cerca del 70 % del recurso dulce global.
Pero el ritmo acelerado del retroceso no se distribuye de forma pareja. Según el estudio publicado a principios de 2025 en la revista Nature, los glaciares han perdido desde el año 2000 hasta 2023 alrededor del 5 % del hielo que les queda. En regiones como Europa Central, la merma llega al 40 %.

Este trabajo, bautizado Glacier Mass Balance Intercomparison Exercise (GlaMBIE), reveló que la pérdida de masa global durante ese período fue de 6.542 billones de toneladas, el equivalente a 273.000 millones de toneladas de hielo por año. Si se compara con el consumo humano de agua, bastaría para abastecer durante tres décadas a toda la población mundial, tomando como base tres litros por persona por día.
Uno de los impactos más visibles de este fenómeno es el aumento del nivel del mar. El derretimiento glaciar ha contribuido en 18 milímetros al ascenso global de las aguas desde el inicio del siglo.
“Si bien puede parecer una cantidad modesta, su impacto es grande: cada milímetro de subida del nivel del mar expone a entre 200.000 y 300.000 personas adicionales a inundaciones anuales”, advirtió Zemp. Los glaciares se consolidan así como el segundo factor que más influye en el aumento del nivel del mar, después del calentamiento de los océanos.
El Ártico, en mínimos históricos y máxima fragilidad

En paralelo, el hielo marino del Ártico vivió en 2024 su peor acumulación invernal desde que se tienen registros, hace ya 47 años. Lo habitual es que el hielo marino alcance su punto máximo en marzo y luego comience una temporada de deshielo que se extiende durante medio año.
Pero esta vez, el máximo alcanzado fue de 14,33 millones de kilómetros cuadrados, unos 80.000 kilómetros cuadrados menos que el récord anterior, establecido en 2017. La diferencia equivale al tamaño del estado de California.
“El aumento de las temperaturas es lo que está provocando la pérdida de hielo”, afirmó Walt Meier, científico especializado en datos sobre hielo. “El hielo marino, en particular, es muy sensible... 31 grados es para patinar sobre hielo y 33 grados es para nadar”. La frase no deja lugar a dudas sobre la vulnerabilidad de este ecosistema ante cambios mínimos en la temperatura.

El fenómeno, sin embargo, va mucho más allá del Ártico. El calentamiento en esa región avanza a una velocidad cuatro veces superior a la media global, lo cual altera significativamente los patrones climáticos del hemisferio norte.
“La desaparición del hielo marino es una historia particularmente preocupante porque es realmente un sistema de alerta temprana que nos alerta sobre una variedad de cambios difíciles de ver”, escribió Jennifer Francis, científica del Centro de Investigación Climática Woodwell, en un correo electrónico.
Las consecuencias de esta transformación son globales. La pérdida de hielo reduce las diferencias de temperatura y presión entre el Ártico y las latitudes medias, lo que debilita la corriente en chorro —un flujo de aire que actúa como una barrera climática— y provoca que los sistemas meteorológicos se desplacen o se estanquen. Esto puede resultar en brotes de frío intensos en zonas atípicas o en tormentas prolongadas, cargadas de lluvias o nevadas.

“El calentamiento de la atmósfera invernal por encima del Círculo Polar Ártico afecta los patrones climáticos a gran escala que influyen para quienes estamos fuera del Ártico”, señaló Julienne Stroeve, especialista en hielo de la Universidad de Manitoba, Canadá.
Otro factor preocupante es la fragilidad del hielo restante. Stroeve explicó que el hielo marino actual no solo es menos extenso, sino también más delgado, lo que facilita su derretimiento acelerado durante el verano. Advirtió que un invierno históricamente bajo no garantiza por sí solo un mínimo estival, pero sí aumenta el riesgo. El efecto dominó incluye impactos sobre la biodiversidad: el derretimiento estival del hielo reduce las posibilidades de caza de los osos polares y compromete el ciclo reproductivo de las focas, además de afectar la pesca en la región.
Desde 1979, el año con mayor extensión de hielo invernal, el Ártico ha perdido más de dos millones de kilómetros cuadrados de superficie helada en su pico anual. Para ponerlo en contexto, la diferencia equivale al tamaño de Pakistán. Según Meier, aunque la pérdida es constante durante todo el año, la temporada de verano es la más crítica, ya que las aguas libres de hielo se calientan más, acumulan energía y prolongan el calentamiento de las estaciones siguientes.

El fenómeno no se limita al polo norte. En febrero de este año, el hielo marino global —que combina el Ártico con la Antártida— tocó un mínimo histórico. En el hemisferio sur, la Antártida rozó el récord de menor extensión de hielo marino en esta época del año. Cinco de los niveles más bajos de hielo marino invernal en el Ártico se registraron desde 2015, lo que confirma que las tendencias no son anomalías aisladas, sino parte de una transformación estructural del planeta.
En este escenario, las iniciativas de concienciación toman un nuevo significado. La Asamblea General de las Naciones Unidas declaró a 2025 como el Año Internacional de la Conservación de los Glaciares y proclamó el 21 de marzo como el Día Mundial de los Glaciares.
Más allá de las fechas simbólicas, el llamado es claro: el hielo está desapareciendo y con él, el equilibrio climático tal como lo conocíamos.
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