
En la laguna de Venecia, donde la tierra y el agua juegan a intercambiarse los dominios, ha surgido una novedad: su nombre es Bacan, un islote de apenas 250 metros de largo por 10 de ancho, que ha resistido sin desaparecer y todo indica que allí se quedará. Durante años, aparecía y desaparecía con las mareas, como una lengua de arena que el invierno se encargaba de borrar. Pero ahora, contra todo pronóstico, la nueva tierra se ha asentado y echado raíces y no solo de forma simbólica.
Sobre su superficie ya brotaron juncos, hinojo marino y flores autóctonas. Aquí y allá, pequeños tamariscos, esos arbustos que frenan el viento, se aferran a la arena, desafiando la salinidad del entorno. Es un paisaje inesperado: un ecosistema floreciente en el corazón de la laguna de Venecia, donde la tierra suele desaparecer bajo el peso de las mareas.
Giovanni Cecconi, ingeniero de la Universidad Ca’ Foscari, experto en el diseño de barreras contra mareas de tormenta y en soluciones para la adaptación y mitigación ambiental, observó este fenómeno como un símbolo de la convivencia entre el hombre y la naturaleza. “Es un nuevo ecosistema”, dijo y “demuestra que la laguna puede evolucionar de forma positiva en paralelo a la intervención humana”.
Bacan, hasta hace poco un refugio estacional para los habitantes del barrio veneciano de Castello, es hoy un símbolo inesperado. Se sostiene sobre un equilibrio delicado, apenas 250 metros de arena estabilizados por raíces y protegidos de las mareas ciclónicas que solían borrarlo del mapa. “La barrera MOSE (Módulo Experimental Electromecánico),ayuda a que esto ocurra”, explicó Cecconi, uno de los expertos que hizo posible esa obra de ingeniería.
Uno de los fenómenos más recurrentes es lo que en Italia se conoce como el Acqua Alta, que ocurre en primavera y otoño, cuando la marea sube hasta un metro por encima de su nivel normal. En años recientes, la ciudad ha sufrido inundaciones severas, como la de 1966 y una más reciente que alcanzó los 194 centímetros, lo que obligó a evacuaciones y puso en evidencia la vulnerabilidad de la ciudad.
En respuesta, se implementó el sistema MOSE un proyecto diseñado para proteger a Venecia. Inspirado en la figura bíblica de Moisés, quien separó las aguas del mar Rojo, MOSE está compuesto por 78 compuertas hidráulicas basculantes ubicadas en las entradas de la Laguna Veneciana en Lido, Malamocco y Chioggia. El sistema se activa cuando se prevé una marea superior a 110 centímetros. Funciona al inyectar aire en las compuertas, inclinándolas 45º para bloquear la entrada del agua proveniente del mar Adriático y mitigar las inundaciones.
Estas medidas buscan preservar la ciudad frente a los efectos del cambio climático y el aumento del nivel del mar, aunque continúan siendo necesarios ajustes y mantenimiento continuo.
“Cuando las puertas están abiertas, la corriente arrastra más arena hacia la laguna. Cuando se cierran, protegen la isla del embate invernal”, agregó Cecconi.
Es un respiro para los venecianos, acostumbrados a ver desaparecer sus playas improvisadas cada invierno, cuando el agua alta devora todo a su paso.

Por qué se generó una nueva isla permanente en Venecia
Se trata de una nueva isla donde no debería haber nada, pero ¿es esto una victoria? Mientras Bacan se cubre de verde y se convierte en destino de paseos y bañistas, otras voces están expresando su preocupación. Porque en Venecia, cada triunfo lleva escondido un precio que todavía no se conoce.
En esa línea, se manifestó Andrea D’Alpos, experto en evolución costera de la Universidad de Padua. La isla Bacan no debería estar ahí, consideró y no es mérito de los seres humanos, ni una prueba de una relación armoniosa con la naturaleza. “Bacan no apareció gracias al MOSE,” sentenció. “Es el resultado de procesos naturales acumulados durante años, mucho antes de que se activara la barrera en 2020”.
Su crítica desarma la teoría optimista del ingeniero Cecconi, quien atribuye la estabilidad del islote al efecto del MOSE: un flujo acelerado de agua que deposita más arena y unas compuertas que lo protegen de la erosión invernal. Pero D’Alpos matizó: “La intervención humana es solo un elemento más en el complejo sistema de corrientes y sedimentos de la laguna. Atribuir el fenómeno exclusivamente al MOSE es ignorar el panorama más amplio”.
Y el panorama no es tan alentador. Para D’Alpos, el verdadero problema no es Bacan, sino lo que ocurre en los márgenes invisibles de la laguna: las marismas saladas, ecosistemas que dependen de las mareas tormentosas invernales para mantenerse vivas.

“Las marismas de Venecia pierden sedimentos a un ritmo alarmante,” advierte D’Alpos. Desde la activación del MOSE, el sistema que salva a la ciudad de las inundaciones también bloquea la entrada de los sedimentos que las marismas necesitan para sobrevivir. “Es irónico: mientras el MOSE protege a Bacan, está ahogando lentamente a las marismas que rodean Venecia,” explicó.
Estas marismas no son simples humedales: absorben 30 veces más CO₂ que un bosque y funcionan como amortiguadores naturales contra las mareas de tormenta. Sin ellas, la ciudad pierde no solo una barrera física contra el avance del agua, sino también una pieza clave en el equilibrio ecológico global.
“El 70% del crecimiento de las marismas depende de estas mareas ciclónicas”, concluyó D’Alpos, “y si las activaciones del MOSE continúan limitando la llegada de sedimentos, su desaparición será inevitable”, consideró. Venecia, entonces, enfrenta un dilema incómodo: salvar la ciudad a costa de perder los ecosistemas que la protegen.
D’Alpos también cuestionó la estabilidad a largo plazo de Bacan, ese pedazo de arena ahora colonizado por vegetación. “No lo llamaría permanente”, dijo con escepticismo. “Por ahora está en un proceso de acreción, pero no hay garantías de que resista las fuerzas naturales que remodelan constantemente la laguna”.

Mientras los venecianos celebran el nuevo refugio que ofrece Bacan y los ingenieros como Cecconi la señalan como un símbolo de convivencia entre la naturaleza y el hombre, la advertencia de D’Alpos refleja el punto de vista contrario.
El surgimiento de Bacan puede ser una victoria pasajera, pero en el delicado equilibrio de la laguna veneciana, cada intervención parece desplazar el problema hacia otro lugar. Si las marismas desaparecen, Venecia perderá no solo un ecosistema vital, sino también un escudo natural contra las mareas que, tarde o temprano, volverán a reclamar lo que es suyo.
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