
Durante décadas, los científicos asumieron que la Tierra mantenía un delicado equilibrio entre hemisferios en la forma en que refleja la radiación solar.
Esa simetría, conocida como ‘albedo hemisférico’, era considerada un rasgo fundamental del sistema climático terrestre.
Sin embargo, una investigación reciente reveló que ese balance está desapareciendo. El planeta refleja cada vez menos luz y lo hace de manera desigual: el hemisferio norte se oscureció con mayor rapidez que el sur en los últimos años.
El hallazgo fue publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences y se basó en 24 años de observaciones satelitales. El trabajo estuvo encabezado por el físico Norman Loeb, del Centro de Investigación Langley de la NASA, y su equipo, quienes analizaron los registros de radiación en la parte superior de la atmósfera.

Lo que descubrieron pone en cuestión algunos supuestos básicos sobre cómo funciona el clima planetario y, sobre todo, obliga a revisar los modelos que anticipan el futuro del calentamiento global.
El estudio señala que “la simetría hemisférica en el albedo terrestre está desapareciendo, principalmente por cambios en aerosoles, superficie y vapor de agua en el NH, sin que las nubes compensen este desequilibrio”.
Detrás de esa afirmación se esconden múltiples procesos físicos y sociales que impactan de manera directa en la temperatura, la circulación de vientos y la distribución de las lluvias.
Una Tierra más oscura en el norte

La investigación mostró que el hemisferio norte reflejó menos luz solar que el sur en las últimas dos décadas. Aunque el consumo promedio de energía proveniente de la radiación solar se mantiene entre 240 y 243 vatios por metro cuadrado, la divergencia detectada de 0,34 vatios por metro cuadrado por década resultó estadísticamente significativa. Puede parecer un valor pequeño, pero en el contexto del sistema climático global representa una diferencia lo suficientemente marcada como para tener efectos acumulativos en el tiempo.
Loeb y su equipo explicaron que, mientras en el hemisferio sur se registró un aumento neto de energía radiativa, en el hemisferio norte hubo una pérdida. En teoría, este tipo de desequilibrio suele compensarse a través de los intercambios de energía entre océanos y atmósfera, que transportan calor de un hemisferio al otro. Pero el estudio advirtió que esos mecanismos no alcanzaron para nivelar la asimetría que emergió desde comienzos de siglo.
Un dato clave es que en los primeros años del periodo analizado, entre 2001 y 2005, el hemisferio sur absorbía más energía que el norte, con una diferencia de 0,20 W/m². Esa tendencia se invirtió de manera notable: entre 2020 y 2024, el hemisferio norte absorbía más que el sur, alcanzando 0,54 W/m². La mayor parte de ese incremento se concentró en la franja subtropical, entre los 20° y 42° de latitud norte, lo que muestra que no se trata de un fenómeno uniforme sino localizado en regiones con gran impacto climático.

Los cambios en la reflectividad terrestre tienen varias causas. Entre ellas, el retroceso del hielo marino y de la capa de nieve en el norte. Hielos y nieves son superficies que devuelven gran parte de la radiación solar hacia el espacio. Su reducción expone agua u otras superficies más oscuras que absorben más calor. Esa disminución del albedo superficial contribuyó al oscurecimiento. Además, el aumento de vapor de agua en la atmósfera refuerza la capacidad del hemisferio norte de absorber energía solar.
Los aerosoles, pequeñas partículas suspendidas en la atmósfera que actúan como núcleos de condensación para la formación de nubes, tuvieron un papel decisivo en esta asimetría.
Al reflejar radiación solar, funcionan como una especie de escudo que incrementa el albedo. Sin embargo, su distribución en el planeta cambió de manera desigual.
En el hemisferio norte, la reducción de la contaminación industrial desde comienzos de los 2000 produjo una caída notable de aerosoles. Normativas ambientales más estrictas en Europa, Estados Unidos y China redujeron las emisiones de partículas finas. Esa mejora en la calidad del aire, celebrada por motivos de salud pública, tuvo un efecto inesperado en el balance climático: menos aerosoles implicaron menos reflexión solar y, por lo tanto, un hemisferio más oscuro.

En contraste, el hemisferio sur experimentó episodios que incrementaron temporalmente la cantidad de partículas en el aire. Los incendios forestales en Australia durante 2019 y 2020 liberaron enormes volúmenes de humo y aerosoles, que elevaron la capacidad de reflejo de la atmósfera en esa región. Poco después, en 2021 y 2022, la erupción del volcán Hunga Tonga inyectó materiales a la atmósfera del Pacífico sur. Ambos eventos aportaron al incremento de aerosoles en el sur, aunque sus efectos fueron transitorios y no compensaron la tendencia global.
Las nubes, que en teoría podrían equilibrar diferencias hemisféricas, no funcionaron como escudo suficiente. El estudio enfatizó que su rol de compensación fue limitado. En el hemisferio norte se registró una reducción de la cobertura nubosa que reflejaba radiación, aunque este efecto se compensó parcialmente con tendencias opuestas en zonas tropicales y extratropicales.
Los investigadores señalaron que “el papel de las nubes en el mantenimiento de la simetría hemisférica podría ser limitado”. Eso implica que no se puede confiar en un reequilibrio automático a través de este mecanismo, algo que los modelos climáticos habían supuesto durante años.
Un clima que responde de manera desigual

Las consecuencias de este cambio no se limitan a la radiación solar absorbida. El hemisferio norte experimenta un calentamiento más acelerado que el sur, con una diferencia de tendencia de 0,16 °C por década. Esa disparidad influye en múltiples procesos, desde el derretimiento de glaciares hasta la frecuencia de olas de calor en continentes densamente poblados.
La lluvia también responde a esta desigualdad. El índice de precipitación tropical mostró un aumento relativo en el hemisferio norte, en línea con el desplazamiento de lluvias hacia la zona más cálida. Esto sugiere una migración de la Zona de Convergencia Intertropical (ITCZ), una franja clave donde confluyen los vientos alisios y se concentra gran parte de las precipitaciones del planeta. Un corrimiento de esa zona implica modificaciones en la disponibilidad de agua para regiones enteras, desde América Central hasta África subsahariana y el sudeste asiático.
En los trópicos, el estudio observó que la cobertura nubosa y la precipitación disminuyeron en el hemisferio sur en comparación con el norte. En cambio, en las latitudes extratropicales, las nubes del hemisferio norte reflejaron menos radiación que las del sur. Esa diferencia refuerza la idea de que el planeta no se comporta de manera simétrica y que los ajustes regionales no logran compensar las disparidades globales.

Los cambios en la radiación también están vinculados con la dinámica de las tormentas. Si la tendencia se mantiene, podrían alterarse los patrones de circulación atmosférica que determinan la ubicación e intensidad de los sistemas de tormenta en ambos hemisferios. Esto tiene implicaciones en la seguridad alimentaria, la gestión del agua y la resiliencia de comunidades que dependen de un clima estable.
Uno de los aportes centrales del estudio es que cuestiona la idea de que las nubes funcionan como una red de seguridad automática para el sistema climático. Hasta ahora, muchos modelos asumían que los desequilibrios generados por aerosoles, vapor de agua o cambios en la superficie se compensarían con ajustes en la nubosidad. La evidencia empírica no lo confirma.
De hecho, las simulaciones climáticas actuales muestran discrepancias de hasta ±5 W/m² en la diferencia de albedo entre hemisferios. Ese margen de error es demasiado amplio y limita la capacidad de prever cómo evolucionará el sistema. El trabajo advierte que, si la tendencia continúa, la diferencia hemisférica en albedo podría aumentar aún más, con consecuencias directas en la circulación global y el clima regional.

Los investigadores no descartan que en escalas temporales más largas las nubes puedan compensar parte de la asimetría. Pero en la escala de dos décadas, los datos satelitales son claros: la simetría se está rompiendo y nada indica que el sistema climático restaure por sí mismo ese equilibrio en el corto plazo.
En otras palabras, el planeta ya no refleja la luz solar de manera equilibrada. Esa novedad no solo desafía las predicciones anteriores, también obliga a repensar cómo se construyen los modelos que guían las decisiones sobre mitigación y adaptación al cambio climático.
El oscurecimiento más rápido del hemisferio norte es una señal de advertencia sobre la velocidad con la que el sistema climático puede desviarse de supuestos históricos. Si el norte absorbe más energía que el sur, el calentamiento global podría intensificarse en regiones donde vive la mayor parte de la población mundial.
Comprender la magnitud y la persistencia de estas diferencias será clave para anticipar impactos. La pérdida de hielo marino en el Ártico, los cambios en la circulación atmosférica y los desplazamientos de lluvias ya están modificando los paisajes y las economías. Si la tendencia se acelera, los desafíos se multiplicarán.
El estudio liderado por Loeb recuerda que el clima terrestre funciona como una red compleja y que las acciones humanas, como la reducción de la contaminación, pueden tener efectos inesperados a escala planetaria.
Lo que parece positivo en un aspecto —menos partículas contaminantes en el aire— puede transformarse en un factor que acelera el calentamiento global.
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