Una vértebra infantil, marcas de corte y el enigma del canibalismo: el hallazgo en Atapuerca que reabre viejos debates científicos

El descubrimiento de un hueso humano de 850.000 años con señales de manipulación revive la controversia sobre los rituales y la alimentación de los primeros europeos. Las interpretaciones dividen a los expertos

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Trabajos de excavación arqueológica en
Trabajos de excavación arqueológica en el yacimiento de la cueva de Gran Dolina en Atapuerca (Crédito: Fundación Atapuerca)

En el yacimiento de la cueva Gran Dolina, en la Sierra de Atapuerca, España, un equipo de arqueólogos reveló recientemente el hallazgo de una vértebra cervical humana —perteneciente a un niño de entre dos y cuatro años— con marcas de corte, fechada hace unos 850.000 años. Este descubrimiento, anunciado oficialmente el pasado 24 de julio, ha reactivado el debate en la comunidad científica sobre la existencia y las motivaciones del canibalismo entre los antiguos homínidos europeos.

El estudio del hueso, realizado sobre el material desenterrado junto a los restos de otros nueve individuos, sostiene que las marcas no dejan dudas sobre una manipulación intencionada tras la muerte: los cortes sugieren un procesamiento similar al empleado sobre las presas animales del entorno. Palmira Saladié, arqueóloga del Instituto Catalán de Paleoecología Humana y Evolución Social (IPHES-CERCA) y una de las responsables de la excavación, afirma que se trata de “evidencia directa de que el niño fue procesado como cualquier otra presa”. En su análisis, añade que la decapitación de cadáveres no implica necesariamente su consumo, pero en este caso considera muy probable que la carne también se consumiese.

La vértebra de un niño
La vértebra de un niño Homo antecessor con marcas de corte que indican que probablemente fue canibalizada (Crédito: Maria D. Guillén / IPHES-CERCA)

El contexto de este hallazgo adquiere un significado especial en Gran Dolina, un yacimiento cuya relevancia para la paleontología y la paleoantropología es clave. Desde su apertura en el siglo XIX y el comienzo sistemático de excavaciones en la década de 1960, Gran Dolina ha permitido reconstruir la presencia y evolución de Homo antecessor, una especie que habitó la región hace entre 900.000 y poco más de 800.000 años. De este grupo humano antiguo —cuyo estatus como ancestro directo del Homo sapiens aún hoy permanece en discusión— se han recuperado numeroso material osteológico y herramientas de piedra, además de múltiples fosas con restos humanos que presentan evidentes signos de procesamiento post mortem.

La acumulación de huesos humanos con cortes, fracturas y señales compatibles con la extracción de médula ósea ha apuntalado desde hace décadas la hipótesis del canibalismo recurrente entre los habitantes de Gran Dolina. El reciente hallazgo de la vértebra infantil se suma a esa línea argumental, aportando una muestra más temprana y detallada de cómo los homínidos gestionaban los cuerpos tras la muerte, ya fuera con fines alimenticios, rituales o de otro tipo.

Axis infantil de Homo antecessor
Axis infantil de Homo antecessor con marcas de corte recuperado durante la última campaña de excavaciones en Atapuerca (Crédito: Fundación Atapuerca)

No obstante, la interpretación de estos rastros físicos lejos está de alcanzar consenso entre los especialistas. Michael Pante, paleoantropólogo de la Universidad Estatal de Colorado, sostiene que el canibalismo es un comportamiento muy poco común y que las marcas en los huesos pueden responder a otras explicaciones. Según Pante, la decapitación y despiezamiento podrían formar parte de rituales funerarios o prácticas simbólicas, y cuestiona la idea de que Homo antecessor cazase humanas para nutrirse deliberadamente de ellos. Argumenta además que la evidencia directa de canibalismo en el registro arqueológico mundial sigue siendo escasa y fragmentaria, incluso en yacimientos destacados como Atapuerca.

Por otro lado, existen voces que respaldan la hipótesis alimenticia. El arqueólogo británico James Cole, especialista en canibalismo en la prehistoria, señala que la presencia continuada de restos con claros signos de procesamiento en Gran Dolina y otros enclaves indica que la práctica no es anecdótica. Cole recuerda que los primeros indicios de canibalismo en Atapuerca se remontan a cerca de tres décadas, resaltando la importancia de la continuidad en la aparición de este tipo de evidencias.

Vértebra infantil de Homo antecessor
Vértebra infantil de Homo antecessor recuperada en la unidad TD6 del yacimiento de la Gran Dolina con marcas de corte indicativas de actividad canibalística (Crédito: Fundación Atapuerca)

El fenómeno del canibalismo entre homínidos no es exclusivo de Atapuerca. Existen registros similares en enclaves tan lejanos como la cueva mesolítica de Gough, en Inglaterra, el corazón neolítico de Herxheim en Alemania, y yacimientos africanos donde se hallaron algunos de los restos más antiguos. Especies como los neandertales también muestran signos similares en ciertas regiones, al igual que Homo sapiens en etapas más recientes. Sin embargo, las motivaciones varían: aunque a menudo el consumo de carne humana se asocia con prácticas rituales, en condiciones de estrés ambiental o social extremo también fue una respuesta nutricional.

El hallazgo de una vértebra infantil con cortes en Gran Dolina reafirma la posición de Atapuerca como uno de los laboratorios naturales fundamentales para estudiar el comportamiento de los primeros parientes humanos en Europa. Más allá de la controversia inmediata sobre el canibalismo, la riqueza del yacimiento continúa arrojando luz sobre la variedad de estrategias de subsistencia, interacción social y formación cultural de los homínidos arcaicos. Cada nuevo descubrimiento en Atapuerca permite profundizar en los matices y complejidades del pasado humano, confirmando que la evolución cultural y biológica de nuestra especie —y de otras que nos precedieron— fue mucho más rica y diversa de lo que se pensó durante décadas. La historia de la humanidad, y los vestigios que la sustentan, siguen invitando a la reflexión y a la revisión constante de nuestro origen.