
La supervivencia de los perros de la pradera frente a la peste, una grave enfermedad que ha arrasado sus colonias en Norteamérica, siempre fue un enigma para científicos y cuidadores de la naturaleza.
Sin embargo, un estudio reciente publicado en PNAS Nexus y divulgado por Oxford Academic acaba de arrojar luz sobre el misterio: han identificado variantes genéticas que ayudan a estos animales a resistir la infección provocada por la misma bacteria que causó la peste negra en humanos.
La peste y un brote bajo análisis
Entre 2006 y 2009, la peste volvió a atacar a las poblaciones de perros de la pradera de cola negra en el condado de Boulder, Colorado. Allí, este pequeño roedor, muy sociable y clave para los pastizales, sufrió pérdidas tremendas: en ocasiones, el brote elimina casi por completo a todas las colonias en apenas unas semanas. Según PNAS Nexus, durante estos episodios la mortalidad supera el 95% y, a veces, nadie sobrevive.
Esta situación tiene consecuencias mucho mayores que la pérdida de una especie. Los perros de la pradera crean túneles que renuevan el suelo y benefician a muchas otras especies. Cuando desaparecen, los pastizales cambian, desaparecen animales que dependen de ellos y hasta se altera el paisaje.

La peste llegó a América del Norte hace poco más de un siglo con barcos que transportaban ratas desde otros continentes. Desde entonces, se extendió por el oeste y alcanzó a muchas especies, pero los perros de la pradera, por su vida en comunidad, resultaron especialmente vulnerables. Este hecho, destacado por Oxford Academic, no solo causó la desaparición local de colonias, sino que también redujo la variedad genética necesaria para resistir futuras amenazas.
Frente a esta crisis, el equipo liderado por Loren Cassin-Sackett quiso descubrir si algunos perros de la pradera tenían algún “secreto” en sus genes. Capturaron y analizaron a los pocos que sobrevivieron, los estudiaron y luego los devolvieron a la naturaleza. Revisaron si estos individuos habían generado defensas contra la peste, algo tan raro que sorprendió a los investigadores: encontraron siete perros que tenían anticuerpos frente a la bacteria.
Un año después, recapturaron a seis de ellos y comprobaron que seguían vivos, aunque con menos defensas. A continuación, analizaron y compararon el ADN de estos supervivientes con el de los que murieron durante el brote. Esta comparación permitió descubrir diferencias genéticas importantes, lo que abrió una nueva ventana para entender por qué algunos logran resistir lo que para la mayoría es mortal.
El hallazgo genético y su importancia
El análisis de los especialistas reveló que ciertos cambios —llamados polimorfismos— en cinco partes del ADN estaban vinculados con la capacidad de sobrevivir a la peste. Un gen en particular, conocido como Inducible T-Cell Stimulator (ICOS), llamó la atención porque también se descubrió en estudios sobre supervivientes humanos de la peste negra ocurrida en Inglaterra hace siglos. Esto sugiere que, a pesar de la distancia entre especies, algunos mecanismos de defensa pueden repetirse en la naturaleza.

Además de ese gen, el equipo encontró otros que podrían colaborar en la resistencia, aunque pertenecen a grupos funcionales similares a los hallados en otras especies resistentes, como ciertos roedores. Esto indica que no hay un solo “supergen” milagroso, sino un conjunto de genes que —juntos— ayudan a los perros de la pradera a defenderse.
Lo interesante es que, según el estudio, harían falta unas veinticinco generaciones para que estas defensas se extiendan lo suficiente en la naturaleza como para garantizar la supervivencia frente a futuros brotes.
Más allá del hallazgo científico, este estudio aporta herramientas concretas para quienes buscan conservar la naturaleza. Según los autores y PNAS Nexus, conocer cómo algunos animales logran adaptarse rápidamente a enfermedades nuevas puede ayudar a decidir cuándo intervenir y, al saber qué genes están vinculados a la resistencia, es posible diseñar mejores estrategias para proteger no solo a esta especie, sino también a otras afectadas por enfermedades similares. Si la adaptación es posible, se pueden evitar extinciones sin necesidad de intervenciones extremas.
Una lección sobre enfermedades emergentes

El caso de los perros de la pradera no es único: los científicos señalan que las enfermedades infecciosas emergentes amenazan a especies de todo el mundo. Han causado extinciones e impactado cultivos, ganado y fauna silvestre en todos los continentes. Ejemplos cercanos incluyen el síndrome de la nariz blanca en murciélagos de América del Norte, la malaria aviar en aves de Hawái o la quitridiomicosis en anfibios, que han devastado poblaciones enteras.
Lo que resalta este estudio es que la rapidez con que una especie puede adaptarse depende de su variabilidad genética: mientras más diversidad haya, más posibilidades tendrá de aparecer una combinación de genes que permita resistir epidemias. El trabajo realizado por el equipo de Cassin-Sackett es uno de los pocos ejemplos en los que, en medio de un brote real, se pudo documentar cómo algunos individuos logran resistir y transmitir esa capacidad a futuras generaciones.
En un mundo donde las enfermedades viajan más rápido que nunca debido a los cambios climáticos y la globalización, entender cómo funcionan estas defensas naturales puede marcar la diferencia entre la extinción y la supervivencia. Las recomendaciones de los expertos, citadas por PNAS Nexus y Oxford Academic, apuntan a usar la genética como una aliada: elegir y mover animales resistentes, diseñar mejores programas de reintroducción o favorecer el cruce entre poblaciones.
Como destacan los investigadores, “comprender mejor cómo evoluciona la inmunidad ante las enfermedades ayuda a decidir cuándo hay que intervenir y cuándo es mejor dejar que la naturaleza haga su trabajo”.
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