
El reciente análisis de un cráneo infantil hallado en la cueva Skhul, en Israel, reavivó el debate sobre la posible interacción entre neandertales y Homo sapiens en el Levante, hace unos 140.000 años. De acuerdo con un estudio liderado por Anne Dambricourt Malassé, del Instituto de Paleontología Humana de Francia, la estructura ósea de una niña de aproximadamente cinco años sugiere que podría tratarse de un híbrido.
El hallazgo, publicado en Biochimica et Biophysica Acta (BBA), desafía las interpretaciones previas sobre la coexistencia de estos grupos humanos y plantea nuevas preguntas sobre el origen de los rituales funerarios y los primeros entierros organizados.
Descubrimiento singular en la cueva Skhul
Según reportó New Scientist, el cráneo fue descubierto en 1929 durante excavaciones en la cueva Skhul, ubicada en el monte Carmelo, Israel. En ese sitio, los arqueólogos recuperaron restos de siete adultos, tres niños y numerosos fragmentos óseos que suman un total de dieciséis homínidos. En un inicio, todos los restos se atribuyeron al Homo sapiens, basándose en características anatómicas dominantes y una datación correspondiente al Paleolítico Medio.
No obstante, desde su hallazgo, la clasificación del cráneo infantil fue motivo de controversia. La mandíbula mostraba rasgos distintos a los del Homo sapiens, lo que llevó a los investigadores de la época a sugerir la existencia de un homínido de transición, denominado Paleoanthropus palestinensis. Con el tiempo, estudios posteriores incluyeron el cráneo en la variabilidad del Homo sapiens, aunque las dudas no desaparecieron.
Un siglo de debate científico y un avance tecnológico clave
Durante casi cien años, el cráneo fue objeto de análisis e interpretaciones diversas. La dificultad para clasificarlo se debe a la mezcla de rasgos anatómicos: aunque la mayoría de los restos de la cueva muestran características propias del Homo sapiens, la mandíbula infantil difiere significativamente. Esta particularidad dio origen a la hipótesis de que podría pertenecer a un individuo de transición o a un linaje diferente.
El estudio original, realizado en la década de 1930, enfrentó limitaciones técnicas. Los restos fueron recubiertos con yeso, lo que obstaculizó comparaciones detalladas con otros especímenes infantiles. New Scientist señaló que esta situación impidió durante décadas una evaluación biológica precisa del cráneo de Skhul.
El equipo liderado por Anne Dambricourt Malassé utilizó tomografía computarizada para obtener imágenes detalladas del cráneo y la mandíbula. Esta técnica permitió comparar la estructura ósea con la de otros niños neandertales conocidos. Los resultados indicaron que la mandíbula presenta rasgos asociados a los neandertales, mientras que el resto del cráneo corresponde al patrón morfológico del Homo sapiens.
A partir de esta combinación, los investigadores propusieron que la niña pudo haber sido un híbrido, hija de padres de distintas especies. “Hace tiempo que pienso que las hibridaciones no eran viables y sigo pensando que en su mayoría fueron abortivas. Este esqueleto revela que, no obstante, fueron posibles, a pesar de que esta niña solo vivió cinco años”, declaró Dambricourt Malassé, citada por New Scientist.

El estudio incorpora opiniones de expertos externos, como John Hawks, de la Universidad de Wisconsin-Madison, quien valoró la solidez del enfoque: “Este estudio es quizás el primero que ha fundamentado científicamente los restos del niño Skhul”. Además, destacó que las reconstrucciones antiguas no permitían una comparación adecuada con suficientes especímenes infantiles, dificultando la comprensión de su biología.
ADN, divergencia de opiniones y el Levante como cruce de caminos evolutivo
A pesar de los avances tecnológicos y los nuevos análisis, la identificación definitiva del cráneo como híbrido permanece sin resolver. John Hawks advirtió que sin un análisis de ADN, no es posible confirmar la hibridación: “No podemos identificarlo definitivamente como un híbrido sin extraer su ADN... puede haber mucha variabilidad en su apariencia y forma física, incluso sin mezclarse con grupos antiguos como los neandertales”.
La ausencia de material genético en el cráneo limita las conclusiones del estudio. Las poblaciones humanas del Pleistoceno presentaban una notable diversidad morfológica, lo que dificulta distinguir entre variaciones propias de una especie y posibles señales de mezcla entre linajes distintos. Los especialistas coinciden en que, aunque la hipótesis del híbrido es plausible, no puede sostenerse de manera concluyente sin pruebas genéticas directas.
El contexto geográfico añade relevancia al hallazgo. El Levante, región que abarca áreas de Israel, Líbano, Siria y Jordania, fue identificado como un punto clave de contacto entre especies humanas durante el Pleistoceno. Su ubicación, entre África, Asia y Europa, facilitó la movilidad y los encuentros entre diversos grupos humanos.
Dany Coutinho Nogueira, de la Universidad de Coímbra en Portugal, comparó la región con una “estación central de autobuses” para los humanos del Pleistoceno, según recogió New Scientist. Esta imagen refuerza la idea de que el Levante pudo haber sido un espacio de contacto, intercambio genético y posible hibridación entre Homo sapiens, neandertales y otros homínidos, como los denisovanos.

Estudios de genomas antiguos y modernos han demostrado que Homo sapiens y neandertales intercambiaron genes en diversas ocasiones durante los últimos 200.000 años. En 2018, un fragmento óseo de 90.000 años hallado en Rusia confirmó mediante análisis de ADN la existencia de un híbrido entre neandertales y denisovanos. Estos antecedentes apoyan la posibilidad de que el cráneo de Skhul corresponda a un individuo híbrido, aunque la confirmación definitiva aún no se ha obtenido.
Implicaciones para los rituales funerarios y la historia de los entierros
El hallazgo del cráneo en Skhul en el Levante, considerado uno de los cementerios más antiguos conocidos, sugiere implicaciones que van más allá de la biología evolutiva. Tradicionalmente, los primeros entierros organizados se han atribuido al Homo sapiens como evidencia de comportamiento ritual y simbólico. No obstante, el estudio reciente plantea que estas prácticas pudieron haber surgido entre neandertales o haber sido resultado de su interacción con Homo sapiens.
Anne Dambricourt Malassé sostuvo que el análisis obliga a replantear la exclusividad del Homo sapiens en los primeros enterramientos. Según citó New Scientist, “este comportamiento ritualizado podría provenir de los neandertales, del Homo sapiens o de interacciones entre ambos”.
La identidad de quienes realizaron el entierro continúa sin esclarecerse. “No sabemos quién enterró a este niño, si este lugar elegido para enterrar el cadáver era el de una sola comunidad, o si eran comunidades de diferentes linajes, pero que coexistían y establecían contactos o incluso uniones, compartían ritos y emociones”, concluyó Dambricourt Malassé.
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