
¿Pueden las hormigas pensar? ¿Sienten las abejas? Estas preguntas, antes marginales en la ciencia, hoy ocupan un lugar central en el estudio del comportamiento animal.
Según un análisis publicado en Particle, los avances científicos están desafiando la antigua creencia de que los insectos carecen de mente o emociones. En ese sentido, abejas y hormigas muestran comportamientos más complejos de lo que se suponía.
Ejemplos como el baile del ocho de las abejas o la agricultura de las hormigas cortadoras de hojas ilustran formas de inteligencia individual y colectiva que obligan a reconsiderar la visión tradicional sobre estos organismos.
De la escala de Aristóteles a la revolución científica
Durante siglos, los animales fueron considerados entidades sin capacidad mental. Esta idea, dominante en la filosofía y ciencia antiguas, ubicaba a los insectos en los niveles más bajos de la jerarquía natural.
El filósofo griego Aristóteles situó a los insectos y arácnidos en el décimo escalón de su escala biológica, entre caracoles y medusas, reflejando una visión en la que la complejidad mental se asociaba directamente con el tamaño cerebral.

Este paradigma se mantuvo hasta que estudios recientes demostraron que mamíferos y aves poseen capacidades cognitivas y emocionales notables. Actualmente, la atención científica se desplazó hacia especies más pequeñas, en particular hacia los himenópteros, el orden que incluye a las abejas y las hormigas.
Más allá del tamaño: complejidad neuronal en insectos
La idea de que la inteligencia depende del tamaño del cerebro fue cuestionada por los descubrimientos más recientes. De acuerdo con el trabajo publicado en Particle, el cerebro de una hormiga contiene unas 250.000 neuronas, en contraste con los 86.000 millones del cerebro humano. No obstante, lo relevante es la complejidad de las redes neuronales, no su cantidad.
Estudios modernos indican que las hormigas muestran una notable capacidad de adaptación y resolución de problemas. Estos insectos que incursionan en despensas humanas evidencian niveles de sofisticación cognitiva que contradicen las expectativas basadas exclusivamente en la masa cerebral.
Uno de los aspectos más destacados del comportamiento de abejas y hormigas es su capacidad de actuar como una unidad, fenómeno conocido como “inteligencia de enjambre”. Los himenópteros exhiben conductas como atención selectiva y aprendizaje social, características antes atribuidas solo a animales de mayor desarrollo neurológico.
Cada abeja posee experiencias individuales y puede evaluar fuentes de alimento o amenazas. Sin embargo, dentro de la colonia, predomina el interés colectivo. Cuando una colmena se vuelve demasiado grande o enferma, miles de zánganos rodean a la reina para emigrar en forma de enjambre, en una acción coordinada y colectiva.

Aunque esta forma de comportamiento es exclusiva de ciertas especies de abejas, las que lo practican evidencian una organización notable. En las colonias de himenópteros, cada miembro cumple un rol específico. Por ello, algunos biólogos las describen como superorganismos, donde el conjunto supera en funcionalidad a las partes individuales.
Diversidad y autonomía en las abejas
La Dra. Kit Prendergast, ecologista apícola y divulgadora científica, ofrece una visión detallada sobre la autonomía en las abejas: “La mayoría de las más de 20.000 especies de abejas del mundo no son eusociales y no viven en grandes colonias con la reina”.
El término eusocial designa a las especies con estructuras sociales organizadas, división del trabajo y cuidado cooperativo de la descendencia. Prendergast remarca que, pese a denominaciones como “zángano” y “obrera”, las abejas muestran una considerable autonomía. “Las abejas individuales tienen autonomía”, sostiene. “No están controladas como robots desde un sistema central”. Esta afirmación contradice la idea de que son simples piezas de una maquinaria colectiva, y destaca su capacidad de adaptación y decisión individual.
Agricultura, toma de decisiones y aprendizaje social
Los comportamientos documentados en abejas y hormigas exceden los instintos básicos de supervivencia. Los expertos describen cómo las hormigas cortadoras de hojas cultivan hongos sobre secciones vegetales que transportan de regreso a la colonia. Esta práctica requiere planificación, colaboración y entendimiento funcional del proceso de cultivo.
En las colmenas, factores como la temperatura o densidad poblacional influyen en la toma de decisiones. Algunas abejas adoptan funciones especializadas, como las “abejas funerarias”, que retiran cadáveres para mantener la higiene colectiva.

Uno de los ejemplos más estudiados es el “baile del ocho”, mediante el cual una abeja obrera comunica la ubicación de una fuente de néctar a sus compañeras. La dirección del movimiento indica la orientación respecto al sol, y su duración, la distancia. Las abejas jóvenes aprenden esta danza observando a las adultas, constituyendo un caso documentado de aprendizaje social.
Además, se comprobó que las abejas prefieren flores con cafeína, incluso si contienen menos néctar. Este comportamiento sugiere una memoria asociativa y preferencia aprendida, mantenida a lo largo del tiempo.
Los estudios sobre la cognición en himenópteros siguen revelando conductas inesperadas. Investigadores lograron que abejorros interactuaran con objetos de forma lúdica, en un experimento comparable a un juego de fútbol. Estos resultados refuerzan la idea de que las abejas no solo procesan información, sino que también podrían experimentar emociones simples.
La Dra. Prendergast sostiene que “es importante entender que las abejas son capaces de pensar y tener algún tipo de sentimientos”. La ciencia continúa expandiendo los límites del conocimiento sobre estos insectos, desafiando los modelos clásicos del comportamiento animal y replanteando la definición misma de mente.
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