
Durante miles de años, los perros caminaron junto a los humanos, compartiendo no solo su día a día, sino también sus rutas migratorias, sus cambios culturales y hasta sus cosechas. Hoy, gracias al análisis de ADN antiguo, la ciencia comienza a reconstruir esa historia olvidada.
Un equipo internacional de investigadores descubrió que los primeros perros de América Central y del Sur no solo llegaron con las poblaciones humanas que se asentaron en el continente, sino que también evolucionaron con ellas, adaptándose lentamente a nuevos territorios, climas y formas de vida.
Lo más sorprendente: aunque gran parte de su herencia genética se perdió tras la llegada de los europeos, una pequeña huella de aquel linaje ancestral sobrevive hoy en el chihuahua, uno de los perros más pequeños y emblemáticos del mundo.
Este hallazgo, publicado en la revista científica Proceedings of the Royal Society B: Biological Sciences, ofrece una mirada fascinante sobre la relación entre perros y personas en las Américas, y abre nuevas puertas para comprender cómo la domesticación animal está profundamente entrelazada con la historia humana.
Un linaje compartido y una expansión lenta
A través del análisis de 70 genomas mitocondriales —tanto de restos arqueológicos como de perros modernos—, el equipo internacional liderado por la Dra. Aurélie Manin, de la Universidad de Oxford, logró rastrear la huella genética de estos animales desde el centro de México hasta el sur de Chile y Argentina. A diferencia del ADN nuclear, el ADN mitocondrial se transmite exclusivamente por vía materna, lo que lo convierte en una herramienta clave para rastrear linajes antiguos.

El estudio reveló que todos los perros anteriores al contacto europeo en América Central y del Sur descendían de un único linaje materno, distinto al de los perros norteamericanos. Esta evidencia sugiere que la expansión de los canes fue paralela al avance de las poblaciones humanas hacia el sur, en un proceso lento y regionalizado.
“La propagación fue lo suficientemente pausada como para que los perros se estructuraran genéticamente por regiones, algo muy raro entre animales domesticados”, explicó la Dra. Manin en un comunicado de la Universidad de Oxford.
Compañeros de agricultores y testigos del cambio cultural
A diferencia de otras especies domesticadas, la expansión de los perros en América no fue rápida ni uniforme. Su dispersión estuvo estrechamente asociada al surgimiento de las primeras comunidades agrícolas y al cultivo del maíz, entre 7.000 y 5.000 años atrás. Esta expansión gradual permitió que las distintas poblaciones caninas se adaptaran a diversos entornos junto a los humanos.
El estudio destaca que los perros no solo eran compañía: también formaban parte activa de las estructuras sociales y económicas de las comunidades originarias. Su presencia constante en los procesos de asentamiento, cultivo y migración refleja una relación funcional y simbiótica entre especie y cultura.
El impacto europeo y la huella genética que persiste
Con la llegada de los europeos, la historia genética de los perros americanos cambió de forma drástica. Las nuevas razas traídas por los colonizadores reemplazaron casi por completo a los linajes caninos originarios del continente. En la actualidad, la mayoría de los perros en América Latina tienen ascendencia europea.

Sin embargo, los investigadores encontraron una excepción significativa: algunos chihuahuas modernos conservan fragmentos del linaje materno ancestral. Aunque estos casos son escasos, son una prueba de que parte del legado genético precolombino logró sobrevivir al reemplazo colonial.
Una historia renovada de convivencia y resistencia
La conservación parcial del ADN antiguo en una raza tan emblemática como el chihuahua abre nuevas líneas de investigación sobre la relación entre humanos y perros en el continente americano. La Dra. Manin destacó que estos resultados permiten comprender mejor cómo las poblaciones humanas moldearon la genética de los animales domesticados y cómo estos reflejan los movimientos y transformaciones culturales de quienes los acompañaron.
“El trabajo revela la capacidad de las sociedades humanas tempranas para influir en la estructura genética de los animales domesticados, y cómo estos, a su vez, reflejan los caminos y decisiones de quienes los acompañaron”, señaló la investigadora.
La historia del chihuahua —y de los perros americanos en general— es también la historia de un continente en movimiento, de pueblos que cultivaron la tierra y crearon vínculos duraderos con sus animales. Hoy, esos vínculos pueden rastrearse hasta los genes, ofreciendo una mirada íntima a una convivencia milenaria.
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