
Durante años, la ciencia entendió a la contaminación plástica en los océanos como un fenómeno superficial. Las investigaciones más frecuentes se limitaron a tomar muestras en los primeros 50 centímetros de agua, detectando fragmentos de plástico flotantes en redes arrastradas por embarcaciones.
Sin embargo, un nuevo estudio publicado en Nature modifica esa perspectiva por completo y sienta las bases de más estudios sobre este fenómeno contaminante que se esparce en el mundo.
Ahora, un equipo internacional de científicos, con participación de la Universidad Atlántica de Florida, logró cartografiar por primera vez la distribución vertical de microplásticos desde la superficie hasta las profundidades marinas a escala global. El hallazgo representa un punto de inflexión en la forma en que se comprende el comportamiento y el impacto de estos contaminantes invisibles.
La investigación se basó en el análisis de datos obtenidos en 1885 estaciones entre 2014 y 2024, lo que permitió construir un perfil detallado del movimiento y la acumulación de microplásticos según su tamaño y tipo de polímero.
Los resultados mostraron que las partículas más pequeñas, de entre 1 y 100 micrómetros, logran alcanzar mayores profundidades y distribuirse con mayor uniformidad a lo largo de toda la columna de agua. En cambio, los fragmentos más grandes, de hasta 5 milímetros, tienden a permanecer concentrados en los primeros 100 metros, especialmente en las zonas de los giros oceánicos, grandes remolinos que atrapan residuos flotantes.
Este nuevo mapa no solo visibiliza la presencia de plástico más allá de la superficie. También revela que los microplásticos están profundamente incrustados en el océano global, interfiriendo con sistemas naturales esenciales.

Según los investigadores, las partículas diminutas representan apenas el 0,1 % del carbono orgánico particulado a 30 metros de profundidad, pero ese porcentaje aumenta al 5 % a los 2000 metros. La relación entre estas partículas sintéticas y el ciclo del carbono despierta nuevas preocupaciones sobre el papel que podrían tener en la regulación del clima y el funcionamiento de las redes tróficas marinas.
“Los microplásticos no solo flotan en la superficie, sino que están profundamente incrustados en todo el océano, desde las aguas costeras hasta el mar abierto”, afirmó la doctora Tracy Mincer, coautora del estudio y profesora de biología en el Harriet L. Wilkes Honors College.
En su análisis, el equipo identificó más de 56 tipos de polímeros, con diferentes comportamientos y tasas de degradación. Mientras los materiales más livianos y flotantes dominan en zonas costeras, en mar abierto prevalecen polímeros densos, como los provenientes de redes de pesca o envases rígidos, que se fragmentan con mayor rapidez y descienden a zonas profundas.

El descubrimiento de esta distribución vertical cambia la escala del problema. El océano, que absorbe aproximadamente la mitad del CO₂ producido por la actividad humana, podría estar viendo alterado su papel clave en el equilibrio climático debido a la integración de microplásticos en sus procesos biogeoquímicos.
“Nuestros hallazgos sugieren que los microplásticos se están convirtiendo en una parte medible del ciclo del carbono oceánico, con posibles consecuencias para la regulación climática y las redes tróficas marinas”, explicó Mincer.
Estudios de microplásticos en Argentina
En Argentina, el estudio de los microplásticos crece con fuerza y convoca a numerosos equipos científicos tanto en zonas marino-costeras como continentales. Uno de los grupos más activos pertenece al Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras (IIMyC, CONICET-UNMDP), donde investigadoras e investigadores monitorean playas, aguas superficiales y la columna de agua en la costa bonaerense, utilizando protocolos comunes impulsados por la red REMARCO, que nuclea a 18 países de América Latina y el Caribe con el respaldo del OIEA.

Desde diciembre de 2024, se encuentra disponible un manual con los procedimientos técnicos para medir la presencia de microplásticos en arenas costeras.
Los estudios indican que gran parte del plástico que llega al litoral termina ingresando al mar y puede desplazarse a grandes distancias. Una porción significativa se acumula en enormes concentraciones flotantes como la del Pacífico Norte, cuya extensión, según estimaciones del equipo, podría equivaler a cinco veces la superficie de la provincia de Buenos Aires. Aunque estas formaciones se componen mayormente de plásticos grandes, el equipo advierte que la magnitud de los micro y nanoplásticos en ciertos ambientes podría estar siendo subestimada.
En su trabajo de campo, el grupo clasifica las partículas recolectadas según tamaño, forma, color y origen, aplicando métodos estandarizados. Distinguen entre microplásticos primarios, diseñados intencionalmente con esas dimensiones, y secundarios, que surgen por fragmentación de objetos mayores. También analizan su composición química con tecnología especializada, identificando materiales como polietileno y polipropileno.

Durante las campañas en la costa, observan una notable presencia de residuos plásticos de diferentes fuentes tanto en la arena como suspendidos en el agua. Estos materiales tienden a descomponerse lentamente en partículas cada vez más pequeñas, lo que facilita su dispersión y la posibilidad de que sean ingeridos por especies marinas, incluidas aquellas de valor comercial.
Además del impacto ambiental, el equipo destaca las consecuencias económicas. Una playa contaminada pierde atractivo turístico, lo que reduce su valor como recurso. También señalan que la propia actividad pesquera contribuye a la contaminación con elementos como redes, sogas y cajones, lo que retroalimenta el problema.
Actualmente, la comunidad científica internacional discute cómo lograr que los métodos de detección y análisis de estos residuos sean comparables a nivel global. Frente a este panorama, las investigadoras subrayan la necesidad de reducir el consumo de plásticos descartables y fomentar la separación y el reciclaje desde el origen.
Microplásticos en el cuerpo humano
Mientras los científicos desentrañan cómo los microplásticos alteran el funcionamiento del océano, otras investigaciones revelan su impacto en el cuerpo humano.

Estos fragmentos, que se forman por la degradación de productos como botellas, bolsas y envases, tienen un tamaño inferior a 5 milímetros y pueden encontrarse en casi todos los entornos del planeta. La exposición al sol, el viento y el agua transforma plásticos mayores en partículas invisibles que, a su vez, se dispersan por aire, agua y suelo. Evitarlos ya no parece posible.
La evidencia sobre su presencia en el organismo se acumula a ritmo acelerado. Estudios científicos recientes detectaron microplásticos en pulmones, sangre, testículos, hígado y riñones, y hasta en la leche materna. Las vías de ingreso son múltiples: se inhalan en ambientes urbanos y se ingieren a través de alimentos o bebidas contaminadas, especialmente aquellas almacenadas en envases plásticos.
Richard Thompson, uno de los pioneros en este campo y profesor de Biología Marina en la Universidad de Plymouth, advirtió: “Los microplásticos están presentes en los alimentos y bebidas que consumimos los humanos, como la cerveza y la miel, por ejemplo, así como en el aire que respiramos”.

Los investigadores también hallaron rastros de microplásticos en tejidos cerebrales. En São Paulo, un estudio de JAMA Network Open analizó los cerebros de 15 personas fallecidas y encontró partículas de plástico en más de la mitad de los casos. La posibilidad de que estas partículas atraviesen la barrera hematoencefálica plantea preguntas urgentes sobre sus efectos a largo plazo.
Fabienne Lagarde, investigadora del Instituto de Moléculas y Materiales de Le Mans, señaló: “El hombre de 2024 tiene plásticos en prácticamente todos los órganos de su cuerpo y probablemente será aún peor para los niños nacidos en 2040″.
Los microplásticos no son inertes. Algunos pueden atravesar la placenta y llegar a los fetos en desarrollo, mientras que otros liberan aditivos químicos potencialmente tóxicos. La exposición prolongada fue vinculada a alteraciones en la fertilidad, enfermedades respiratorias y un posible aumento en el riesgo de cáncer.

El impacto más contundente lo reveló un estudio publicado en el New England Journal of Medicine, que encontró una correlación entre microplásticos en los vasos sanguíneos y un mayor riesgo de infarto en personas con arteriosclerosis.
En paralelo, un informe publicado en Science contabilizó más de 1300 especies animales que presentan rastros de microplásticos en su organismo. Desde plancton hasta mamíferos marinos, la cadena alimentaria completa se encuentra comprometida. La acumulación no distingue hábitat ni especie: afecta por igual a organismos marinos, terrestres y a los seres humanos.
La comunidad científica enfrenta ahora una doble urgencia. Por un lado, establecer estándares comunes para medir con precisión la concentración de microplásticos en diferentes entornos. Por otro, comprender los mecanismos mediante los cuales estas partículas alteran funciones biológicas en humanos y animales. Actualmente, la falta de estandarización en los métodos de muestreo, especialmente en el caso de aguas profundas, genera importantes incertidumbres que dificultan el desarrollo de políticas eficaces.

Los datos sobre su presencia en la columna de agua oceánica ayudan a completar el panorama. Aunque representan solo una pequeña fracción del total de partículas, su distribución vertical y su persistencia durante décadas confirman que los microplásticos dejaron de ser residuos flotantes. Ahora se integran en ciclos químicos, en cadenas tróficas y en órganos humanos.
Este nuevo mapa global, basado en diez años de muestreo sistemático, ofrece un punto de partida para futuras investigaciones. La detección de partículas en capas profundas demuestra que el problema no se limita a la costa ni a la superficie. Como expresó Mincer, “este trabajo sienta las bases para dar los siguientes pasos en la comprensión del tiempo de residencia del plástico en el interior del océano”.
Lo que comenzó como una inquietud ambiental tomó dimensiones sanitarias y sistémicas. De los giros oceánicos al tejido humano, los microplásticos se multiplican y se adaptan.
Las partículas que antes pasaban inadvertidas ahora exigen un nuevo paradigma de vigilancia, regulación e innovación científica. La urgencia ya no está solo en las playas ni en los mares, también habita en lo que respiramos, lo que comemos y lo que circula en la sangre.
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