En un reciente choque cultural que evidencia las divergencias culinarias entre países hispanohablantes, un argentino residente en España experimentó una sorprendente confusión al ordenar una bebida de chocolate caliente en un local gastronómico. Expectante de disfrutar de un “submarino”, término utilizado en Argentina para referirse a una barra de chocolate derretida en leche caliente, el hombre se topó con una versión local sustancialmente distinta, conocida en España como “chocolate a la taza”, caracterizada por su densa consistencia y habitualmente acompañada por churros.
La desilusión del cliente quedó registrada en un video compartido en TikTok, donde expresó su desconcierto ante la bebida recibida: “O yo pedí mal o esto no es una chocolatada, amigo. Simplemente me quería tomar un chocolate caliente. Tipo submarino en Argentina que le ponen la barrita de chocolate y se derrite con la leche pero esto, amigos, o sea me llego a tomar todo esto y me muero”.
Este clip, que rápidamente se viralizó, capturó la esencia de un malentendido cultural, acumulando 1,3 millones de reproducciones y más de 57 mil “me gusta”, además de miles de comentarios que reflejan las diferencias lingüísticas y gastronómicas entre ambos países.
Los espectadores no tardaron en ofrecer explicaciones y alternativas, sugiriendo que debió pedir de otra manera para obtener una bebida más cercana a sus expectativas: “Tienes que pedir colacao o Nesquik. Chocolate caliente es el chocolate a la taza, donde mojás los churros o porras”, comentó un usuario, diferenciando los términos locales para el chocolate caliente. Otro añadió, “una chocolatada es una cosa, un chocolate caliente es otra y un submarino es otra...”, destacando la importancia del contexto cultural en la comprensión y el disfrute de la gastronomía local.

El protagonista del video también compartió su impresión sobre la consistencia de la bebida, describiéndola como “demasiado espesa” mientras intentaba mezclarla con una cuchara. Este detalle, junto a la visual de una factura como acompañante, enriquece la narrativa del choque cultural experimentado por el argentino, un testimonio de cómo algo tan universal como una bebida de chocolate puede variar significativamente entre países.
Esta situación no solo refleja las divergencias gastronómicas entre dos países unidos por el idioma, sino también sobre cómo las expectativas alimentarias pueden ser desafiadas al viajar o vivir en el extranjero. Sirve, además, como recordatorio de la rica diversidad culinaria que caracteriza a la comunidad hispanohablante, donde cada región aporta su propia esencia y tradiciones al vasto mosaico cultural.
La secuencia de este particular encuentro culinario subraya una vez más la idea de que compartir un idioma no presupone una comprensión universal de los términos utilizados en distintos contextos, especialmente en lo que respecta a la gastronomía. Así, lo que para un argentino es una chocolatada, en España adquiere otro significado, un choque cultural que, aunque confuso, también brinda una oportunidad para la exploración y apreciación de la diversidad global.
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