Mientras el chavismo se adjudicaba 23 de las 24 gobernaciones en disputa y el control casi total del nuevo parlamento, un solo cargo quedó fuera del reparto rojo: el estado Cojedes. Allí, Alberto Galíndez, gobernador saliente y reelecto con 70.091 votos, se convirtió en el único dirigente no oficialista en vencer en las elecciones regionales y legislativas convocadas por el régimen de Nicolás Maduro, que fueron ampliamente cuestionadas por su falta de legitimidad y por una abstención superior al 85%, según la Plataforma Unitaria Democrática.
Pero Galíndez dista de ser un opositor tradicional. Su trayectoria política y sus posiciones recientes lo ubican en el sector que desde la oposición es señalado como funcional al chavismo.
Una carrera larga y flexible
Galíndez, de 69 años, es un político de la vieja guardia, con más de tres décadas de actividad pública. Militante histórico de Acción Democrática, fue electo gobernador de Cojedes por primera vez en 1995 y reelecto en 1998, en los albores del ascenso de Hugo Chávez. Más tarde, ejerció como alcalde del municipio Tinaco, también en Cojedes.

En años recientes, se incorporó a Primero Justicia, uno de los principales partidos de la oposición venezolana. Desde allí alcanzó nuevamente la gobernación en 2021. Sin embargo, su decisión de postularse a la reelección en los comicios del 25 de mayo, contraviniendo la línea oficial del partido, lo dejó fuera de sus filas. El 7 de abril, Primero Justicia anunció su expulsión por “actuar contra la unidad” y permitir su postulación “por parte de otro movimiento político”.
La exclusión de Galíndez se enmarcó en el conflicto interno de la oposición, dividida entre quienes apoyaban el llamado a la abstención —encabezados por María Corina Machado— y quienes optaron por participar en el proceso pese a las denuncias de manipulación.
Reconocimientos al chavismo y sintonía institucional
Durante la campaña y tras su reelección, Galíndez ha mostrado gestos de alineamiento con el régimen. Su llamado a votar en las elecciones presidenciales del 28 de julio del año pasado fue más que tibio y no se le vio como miembro activo del movimiento que encabezó el antichavismo en favor de su abanderado Edmundo González Urrutia.

“El 28 de julio los hombres y mujeres de Cojedes tenemos un gran compromiso con la democracia”, dijo previo a la convocatoria que derivó en el más grande fraude electoral en la historia de Venezuela. “Es válido reconocer la importancia de mantener una relación de respeto, institucionalidad y cooperación entre el gobierno regional y nacional que actualmente preside Nicolás Maduro”.
Después de conocerse los resultados, el gobernador no solo reconoció la “victoria” de Maduro, sino que además sostuvo un encuentro con la vicepresidenta Delcy Rodríguez, una de las figuras más poderosas del régimen. Desde el oficialismo, la reelección de Galíndez fue celebrada: Maduro incluso anticipó que se comunicaría con él para “trabajar de forma conjunta”.
En un video que circuló en redes sociales, grabado durante un encuentro rural, una mujer grita: “El gobernador es chavista, el gobernador es chavista”, mientras Galíndez sonríe, sin negar ni confirmar la afirmación.
¿Opositor o alacrán?
En la jerga política venezolana, Galíndez representa el arquetipo del “alacrán”: término utilizado para describir a políticos nominalmente opositores que actúan en sintonía con el chavismo, validando su estructura y beneficiándose de los márgenes de poder que les concede el régimen.

Su figura sirve al relato del oficialismo de una oposición plural y funcional, que participa en elecciones sin condiciones, sin árbitro independiente y con resultados ya predecibles. En este caso, además, su rol como único “opositor” electo refuerza la narrativa de una competencia democrática que, en la práctica, fue una puesta en escena.
Galíndez se ha defendido de estas acusaciones hablando de “gobernar escuchando al pueblo” y apelando a una lógica de cooperación institucional. El lunes 26 de mayo, desde un centro deportivo en San Carlos, agradeció la confianza de los ciudadanos y convocó a una caravana por las principales ciudades del estado para celebrar su triunfo. Prometió que este nuevo período de gobierno será “de logros, con mayor sabiduría y mayor acierto”.

Una excepción que confirma la regla
En un mapa completamente teñido de rojo, la reelección de Galíndez en Cojedes se presenta como una anomalía controlada. Su historia de cercanía con el chavismo, su reciente apoyo a Maduro y su marginación por parte de la oposición mayoritaria lo ubican más cerca de la cohabitación que de la resistencia.
Así, mientras la dictadura se aferra a su dominio territorial y parlamentario, y la abstención se consolida como la principal herramienta de protesta ciudadana, el caso Galíndez ofrece una ilustración nítida del dilema opositor en Venezuela: participar y sobrevivir en el margen del poder, o resistir desde la exclusión absoluta.
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