
Niños que dejaron de ir a clases cuando sus familias apenas tienen para comer o que estudian en escuelas que solo abren dos o tres veces por semana; maestros que desertan, hartos de precarios sueldos: la red de educación pública está al borde del colapso en Venezuela.
Tres millones de niños y jóvenes han quedado excluidos de las aulas, denuncia la Federación Venezolana de Maestros (FVM). Es un tercio de la población en edad escolar.
La FVM identifica “la crisis alimentaria” provocada por años de crisis económica como una de “las principales causas que impiden a docentes y estudiantes acudir a los centros educativos”.
La mayoría de los colegios públicos opera solo dos o tres días por semana, para que los maestros puedan rebuscarse con otros trabajos para complementar sus magros sueldos: unos 10 dólares mensuales, que sumado a bonificaciones lleva el ingreso total a unos 100 dólares por mes.
La canasta alimentaria está estimada en cinco veces más.

Algunos maestros han optado por dar clases particulares en sus casas. Otros, simplemente, dejaron la enseñanza y buscaron otros oficios.
En un país que además ha visto migrar a casi ocho millones de personas, según la ONU, que los niños y jóvenes asistan a clase es un crucial desafío.
“Ni uno menos”
Arleth Bolívar se siente afortunada de tener a su niña de 13 años en el colegio San José Obrero, en la barriada de Antímano, en Caracas, una de las 196 escuelas que tiene en Venezuela la organización educativa católica Fe y Alegría, dedicada a atender sectores populares.
“Nunca han dejado de dar clases”, comenta a la AFP esta mujer de 39 años. “No como en otros liceos, que no hay ni profesor”.

Como parte de iniciativas que surgen para tratar de retener a los alumnos en las aulas, Fe y Alegría lanzó al inicio del año escolar 2023-2024, el mes pasado, un plan de recolección de fondos para becar a 10.000 de los 96.000 alumnos que asisten a sus colegios en Venezuela.
“Tenemos un eslogan: ni uno menos”, dice a la AFP la directora del programa de escuelas de esta organización, Noelbis Aguilar. “A través de la educación, salvas vidas”.
La mensualidad en los colegios de Fe y Alegría, que recibe fondos del Estado y donaciones de empresas privadas, ronda los 20 dólares, aunque hay exoneraciones. El año pasado había 1.500 becados.
Ha sido una salida para familias como la de Arleth. El gobierno reportó a principios del año escolar 2024-2025 una matrícula de 5,5 millones de estudiantes de preescolar, primaria y secundaria, que contrasta con la de 8 millones que las propias autoridades anunciaban en años previos.
El déficit de educadores bordea 40%, según un estudio de la privada Universidad Católica Andrés Bello (UCAB).
El gobierno les pide regresar a las aulas.

“Pido a todos los docentes, les hago un llamado por amor a la vocación, por el amor que le tienen a este país, a que se vayan reincorporando”, dijo hace un mes el presidente Nicolás Maduro, tras anunciar programas de acceso a vivienda, salud y alimentación, así como subsidios destinados a educadores.
La AFP buscó acceso a escuelas estatales, pero fue negado por las autoridades.
Las protestas de maestros son habituales. “Nos han puesto como mendigos”, lamentó recientemente en una manifestación Xiomara Mijares, una maestra con 25 años de servicio.
Mano propia
Chicos juegan fútbol en la escuela San José Obrero, en una cancha recuperada por las propias familias y la comunidad tras ser dañada por el desbordamiento de un riachuelo por las lluvias.

“Un papá, que tiene tres hijos estudiando aquí y que es albañil, me dijo: ‘profe, yo puedo empezar a hacer el trabajo’”, relata Rafael Peña, director de este colegio que tiene un ala para la reinserción de jóvenes desescolarizados.
“Estuvimos cinco fines de semana, mamás, papás y estudiantes, con toda la limpieza y reconstrucción”, celebró Peña. “No nos podemos quedar con los problemas, sino buscar soluciones”.
En ese colegio, en acuerdo con los padres, parte de la matrícula va a “un pote” para dar “un incentivo mensual” al personal.
En otro colegio de Fe y Alegría en Caracas, en Las Mayas, se quitan los zapatos y hacen fila para mediciones de talla y peso.
“Nos permite levantar números, hacer diagnósticos (...) e ir generando un estudio de cómo va la nutrición y el crecimiento de los estudiantes”, comenta Lisceth Rojas, directora de ese plantel, que atiende a alumnos de preescolar y primaria, además de niños en abandono en dos albergues. El objetivo: buscar apoyo para los más vulnerables.
(AFP)
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