
Evangelina Bomparola, diseñadora de moda, tastemaker, es una porteña de pura cepa. Los que caminamos a diario por esta ciudad solemos verla sentada en los cafés y bares de Recoleta, por los pasillos del Teatro Colón o paseando por Av. Alvear, a metros de su boutique.
“Desde los cinco años, todos los domingos me subía al colectivo con mi abuela y salíamos a recorrer y caminar por todos los barrios de la ciudad”, dice en diálogo con Infobae.
Y agrega: “Ahora me duele ver la Avenida de Mayo tapiada, la calle Florida. Me duele que Los 33 Billares tenga que subsistir con un dueño que se rompe el alma y una ayuda del gobierno escasa. En ninguna ciudad del mundo pasa lo que pasa acá”.
La entrevista se da luego del lanzamiento de “Alta Cultura”, una campaña audiovisual narrada por Graciela Borges que, explica Bomparola, es un manifiesto, una celebración y una denuncia, “los argentinos estamos formados por muchas contradicciones y esta alta cultura es la síntesis”.

Sobre imágenes del Kavanagh, las parrillas de costanera, la calle Arroyo, cúpulas academicistas y bares porteños, Borges recita: “Poesía y chamuyo. Bodega y bodegón. La alta costura. El alto guiso. La cancha, y el Colón. Somos eso”.
El recorte que propone la campaña es también una toma de posición: no hay romantización posible frente a la demolición. “Estamos ignorando y tapiando las ventanas y las puertas de construcciones españolas o italianas o europeas que están en el microcentro. Y no ponemos nada en su lugar. Borramos un pedazo de nuestra historia para poner una nada”, dice. “¿Cómo permitimos que saquen los faroles antiguos y pongan una luz de mercurio que es impersonal, que no tiene historia? Podríamos poner un diseño de Alberto Churba, de algún egresado de la Universidad de Arquitectura y Urbanismo: pusimos un caño. ¿Por qué lo hacemos mal si lo podemos hacer bien con los mismos recursos?”.
Dice el sitio web del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires que la “protección patrimonial se basa en preservar la memoria urbana” y que “el patrimonio es también un recurso económico y cultural que cumple un rol importante en la puesta en valor del espacio público”. Delimita entonces Áreas de Protección Histórica y un Catálogo de Edificios protegidos. Dentro de estos últimos, la Legislatura porteña todavía debe aprobar la incorporación de más de 4.000 inmuebles al Catálogo Definitivo de Patrimonio que está en agenda desde fines del 2024.

La arquitecta Natalia Karbabian, fundadora del proyecto Ilustro para no olvidar, ya registró más de 250 edificios en riesgo o directamente arrasados: casas chorizo, cúpulas art nouveau, escuelas de oficios, joyas racionalistas.
En muchos casos, esas propiedades siguen catalogadas como protegidas aunque hayan sido destruidas o modificadas hasta lo irreconocible. “Esta cosa del olvido es casi tanguera”, dice Bomparola. En los informes de la Asociación Civil Basta de Demoler, creada con el objetivo de conservar el patrimonio arquitectónico de la ciudad, se multiplican las alertas sobre edificios arrasados, rejas retiradas, tipologías perdidas.
Evangelina Bomparola no se define como activista, pero tampoco se corre del efecto político de sus palabras. “Todo es política. Nuestra charla termina siendo una charla política. Lo que me propongo no es tener la verdad, sino revisar un método argentino que tiene que ver con construirnos en capas que van negando la anterior. ¿Por qué olvidarla si es parte de tu contexto?”.
Su crítica no apunta entonces a una gestión puntual, sino a una lógica cultural más profunda. “Negamos lo criollo. Y ahora estamos negando también lo europeo. Nos construimos sobre la negación, como si estuviéramos siempre queriendo parecer otra cosa. Vivimos de espaldas a lo que somos”.
“La belleza no es algo superficial, es estructural. Tiene que ver con la armonía, con lo que está detrás de lo que ves: equilibrio, misterio, discreción. No es decorativa, es algo que te ordena y te puede cambiar el día”, dice Bomparola.
Y cierra: “La moda, el diseño, tienen que ver con eso: no son frivolidades, son herramientas culturales que pueden mejorar la calidad de vida. Estoy convencida de que el diseño, cuando está bien pensado, hace que todo funcione mejor. Yo no quiero cambiar el mundo: quiero mejorar mi contexto. Si mi aporte mejora lo que me rodea, eso ya es un montón. Desde ahí, quizás, se irradian otras mejoras. Hay que salvar lo próximo”.
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