
Mabel arranca la jornada laboral igual que la cierra, con los ojos adheridos al horizonte de pestañas web en un monitor que rebalza notificaciones via chat. Allí, entre verdes de excel y Whatsapp —va y viene con el mouse—, mantiene decenas de conversaciones con su jefe y grupos de compañeros de trabajo; grupos con amigos e hijos; hay grupos de vecinos y hasta grupos en el olvido, con charlas que ni recordaba pero resulta que “¡Rin, Rin!”, alguien mandó algo: es un meme. Y hay que contestar.
Es un universo multitasking y frenético, con respuestas random donde, a veces, esta oficinista de 42 años hasta le pone voz, se contesta a sí misma lo que responde en cada “conversación”. Al igual que ella, millones de personas en el mundo, todos los días, dan vida a servidores que contienen inumerables caracteres, emojis, audios, y videos. Cada día, por citar un ejemplo que tal vez sintetiza este in etérnum de la charla virtual, se envían más diez mil millones de emoticones en redes sociales como Instagram y WhatsApp.
Cabe preguntarse: ¿cuántas veces en el día interactuamos con este sistema de mensajería instantáeno? Quizas otro interrogante sirva para ubicarnos y entender qué lugar ocupa en nuestas vidas estas charlas: ¿existe acaso algún día que no usemos el Whatsapp?
Lo cierto es que en la mayoría de los casos la jornada laboral —el día en general— transcuerre así, entre notificaciones y charlas inmediatas, con cierto caracter urgente, que —parecen— no terminar nunca.

En un mundo donde las redes sociales y las aplicaciones de mensajería dominan las interacciones, aparece este fenómeno donde se ha perdido la capacidad de terminar conversaciones de forma natural: las respuestas se esperan con urgencia y la ausencia de una respuesta es vista como una falta de cortesía.
La presencia continua de los demás en nuestras pantallas crea un espacio donde no se permiten los cierres, o por lo menos hay un “hasta luego” permanente que se replica sobre todo en los grupos de mensajería.
Desde una conversación casual hasta una ruptura amorosa, las plataformas digitales han ampliado la duración de las interacciones, eliminando las fronteras que antes definían el principio y el final de los vínculos.
Todo comienza desde muy temprano. Por eso hoy la mirada esta puesta en los niños y adolescentes: la creciente presencia de celulares con acceso a internet es un tema que genera debates entre padres, educadores y psicólogos, debido a los riesgos asociados con el uso temprano de estas tecnologías. Es una puerta de entrada mirada con muchos ojos por los expertos.

En Argentina, según un informe de UNICEF y UNESCO titulado “Kids Online Argentina 2025”, que fue publicada recientemente por Infobae, revela que el 95% de los niños y adolescentes entre 9 y 17 años posee un celular con acceso a internet, y que el promedio de edad para adquirir el primer dispositivo es de 9,6 años. Esta tendencia, que también se observa en otros países de la región, pone en evidencia los desafíos de enseñar a los más jóvenes a usar la tecnología de manera segura y responsable.
El estudio, basado en una muestra de 5.910 jóvenes de diversas escuelas del país, también refleja una alta penetración de las redes sociales y aplicaciones de mensajería en la vida diaria de los chicos. El 80% usa redes sociales todos los días, y el 83% las aplicaciones de mensajería. Aunque el uso educativo de internet es considerable, con un 61% de los jóvenes utilizándolo para estudiar, las habilidades digitales se desarrollan de manera informal, sin suficiente supervisión o formación.
El riesgo del hasta luego permanente

Lo primero que hay que observar es, ¿a qué se llamaría de manera natural cuando hablamos de terminar la conversación? Esto se pregunta Eduardo Keegan, profesor titular de la materia Clínica Psicológica y Psicoterapias: emergencias e interconsultas, de la carrera de Pscología de la Universidad de Buenos Aires. “Podríamos decir que la manera natural de terminar la conversación, serían las tradiciones, las convenciones de la cortesía y habituales o dominantes. Yo diría que es al revés: que las reglas del chat, por ejemplo, donde opera una forma de cortesía que sería considerada bastante brutal en la conversación, va a terminar influyendo a la conversación convencional”, analiza Keegan.
Y agrega en conversación con Infobae: “La gente en general se nota que está perdiendo habilidades conversacionales, esas que se cultivaban fuertemente en lo que serían las tertulias del siglo XIX, cuando no tenía tantas pantallas para entretenerse, tantos modos de entretenerse. Y entonces tenía que desarrollar habilidades para mantener buenas conversaciones e interesantes, evitar temas difíciles, agradar, entretener al otro”.
El sexólogo Walter Ghedin, apunta a Infobae: “Las redes sociales aumentan los niveles de ansiedad y apuran las respuestas con la finalidad de mantener un diálogo (y que el otro no le reclame por no responder rápido) y para no dejar mensajes inconclusos, lo que supone más trabajo si estos se juntan”. En estas conductas que implican tomar decisiones se juegan niveles de ansiedad como si el hecho significará algo importante y además por imaginar las consecuencias de no seguir con el diálogo.

“Desde el punto de vista biológico, el cerebro no tiene el mismo tiempo adaptativo que la realidad digital impone, por lo tanto se defiende con niveles altos de ansiedad frente a estímulos menores. La persona lo vive con inquietud, dice cosas que no desea e intenta evitar reclamos que lo pongan en un lugar de falta (y sea tildado de carente de empatía). Este círculo vicioso puede mantenerse a lo largo del tiempo sobre todo entre personalidades temerosas y dependientes qué se vinculan con sujetos que necesitan del otro y no paran de reclamar (afecto, dinero, presencia, contención, etc.)”, completa Ghedin.
El doctor Martín Wainstein, psicólogo, sociólogo, profesor Titular Consulto de la Universidad de Buenos Aires, sostiene que la comunicación virtual sistemática y predominante, puede afectar nuestras habilidades sociales y bienestar emocional de varias maneras, combinando efectos psicológicos, neurológicos y sociales
“Por un lado favorece la reducción de habilidades para la comunicación presencial por una menor práctica de señales no verbales. Es obvio que la comunicación presencial incluye gestos, expresiones faciales, tono de voz y lenguaje corporal, elementos que a menudo se pierden o se reducen mucho en entornos virtuales. Esto suele afectar el factor empatía. Está se reduce por el efecto de una reducción del contacto visual y presencia física que limita nuestra capacidad de interpretar las emociones de los demás”, dice Wainstein a Infobae, quien es además director de la Fundación Gregory Bateson (IGB).

Menos responsables con las palabras y a la espera de la recompensa de la notificación
Otro efecto es lo que se denomina, según el expertpo, desinhibición digital: “Las interacciones virtuales pueden hacer que las personas se sientan menos responsables de sus palabras, promoviendo comportamientos más directos o incluso agresivos (efecto “online disinhibition”), esto se ve en comportamientos a veces promiscuos en adolescentes y adultos que al tener que afrontar relaciones presenciales desarrollan verdaderas fobias sociales".
Y suma: “Pueden agregarse varias otras consecuencias como el deterioro de habilidades conversacionales, ya que la comunicación por texto suele ser más fragmentada y superficial, limitando la práctica de habilidades como la escucha activa y la resolución de conflicto. Agreguemos a esto el impacto sobre el arousal (el estado de alerta y atención) la sobrecarga sensorial que producen las notificaciones continuas sobre el reflejo de orientación, saturando los sistemas de atención, fragmentando la atención, e impactando sobre la memoria de trabajo”.
Wainstein sostiene que si agregamos los efectos fisiológicos del estrés digital por liberación constante de cortisol, “podemos suponer que las interrupciones frecuentes y la expectativa de respuestas inmediatas pueden activar el eje HPA (hipotálamo-pituitario-adrenal), elevando los niveles de cortisol y generando estrés crónico”.

Aquí es cuando aparece el estrés digital, que puede afectar la salud. “Vivimos en una era en la que la conexión permanente es la norma. Entre notificaciones, mensajes y la presión de responder de inmediato, nuestro cerebro y cuerpo se mantienen en constante alerta, lo que se conoce como estrés digital”, explica a Infobae, la doctora Laura Maffei, médica endocrinóloga.
“Cuando estamos siempre conectados, —sigue Maffei en coincidencia con Wainstein— nuestro cuerpo activa el sistema del estrés liberando cortisol. Este mecanismo natural nos ayuda a reaccionar ante situaciones de emergencia, pero si se mantiene por mucho tiempo, puede afectar tanto nuestra salud física como emocional.
De hecho se conoce hoy la adicción a las recompensas digitales. “Las notificaciones actúan como estímulos de recompensa, liberando pequeñas dosis de dopamina que refuerzan el comportamiento adictivo, con consecuencias como la alteración del sueño afectando negativamente el estado de ánimo y las funciones cognitivas”, ahonda el sociólogo.
“Algunos estudios sugieren un efecto paradojal por que el uso intensivo de redes sociales que puede aumentar los sentimientos de soledad y aislamiento, incluso cuando uno tiene muchos “amigos” en línea. No se debe descontar el Impacto en la autoimagen y salud mental de la actividad de la Ansiedad anticipatoria, el que el temor a perderse algo importante (FOMO, por sus siglas en inglés) puede provocar como un estado constante de ansiedad, que favorece también el estrés crónico, mal de nuestros días", dice Wainstein.

Este trastorno no es un fenómeno reciente. Su primera aparición se dio a finales de la década de 1990, cuando se vinculaba principalmente al miedo de perderse “planes”. Sin embargo, con el auge de las nuevas tecnologías, los servicios de comunicación y las redes sociales, el concepto se ajustó a este nuevo contexto.
Una investigación publicada en la revista Personality and Social Psychology Bulletin sugiere que el uso de redes sociales, en lugar de aliviar la soledad, podría intensificarla con el tiempo.
El estudio, llevado a cabo por investigadores de la Universidad de Baylor, examinó durante nueve años los hábitos digitales de casi 7.000 adultos en los Países Bajos. Los resultados mostraron que tanto el uso pasivo (navegar sin interactuar) como el uso activo (publicar e intercambiar mensajes) estaban relacionados con un aumento progresivo de la sensación de aislamiento.

“La comunicación social es algo que es fuertemente recompensante para lo que serían los circuitos cerebrales de la recompensa. O para decirlo en términos psicológicos de conducta, es fuertemente recompensante”, sostiene Keegan retomando el tema de la recompensa que se relaciona con las notificaciones.
Para el experto, si hacemos algo que se ve seguido de una interacción social positiva, la probabilidad de la emisión de esa conducta aumenta muchísimo. “Entonces, para nosotros la interacción con otras personas, con nuestros seres queridos, es muy poderosa. Esa es la cultura argentina. Se ve enormemente ahora”, explica.
El problema, analiza Keegan, es que las redes sociales nos permiten una interacción muchísimo mayor a la que estábamos acostumbrados y es cierto modo a nuestro centro de recompensa. “No está acostumbrado a lidiar con tanta abundancia. Entonces, de alguna manera nos volvemos muy entre comillas, bastante adictos. No lo digo literalmente, pero nos acostumbramos a tener un nivel de recompensa bastante alto y frecuente respecto de la interacción. Entonces puede resultarnos más difícil frenar y en cierto modo también empezar a desensibilizarnos a esa interacción, al ser tan repetida, tan frecuente, que no produzca las mismas recompensas que solía producir anteriormente“.

Para Keegan las recompensas son más intensas en la adultez. “Eso puede llevar a que uno quiera experimentar repetidamente esa sensación de plenitud, de conversación, de hablar de un tema sumamente interesante con personas que uno quiera”, sostiene.
Y opina para cerrar: “No hablaría tanto de ansiedad, hablaría más bien como de impaciencia. O, como decía antes, de acostumbrarse a un nivel de activación muy intensa y buscar repetitivamente esa sensación de alta activación. Entonces el punto sería tratar de tener interacciones tal vez menos frecuentes, pero que sean como más significativas o más gratificantes, y eso calculo que va a llevar tiempo hasta que dominemos o que aprendamos a usar esta tecnología pero de una manera más moderada”.
Alerta scrolling infinito: ¿qué podemos hacer?
El scrolling infinito no solo sucede con las conversaciones, también en esta cuestión de permanecer horas viendo, por dar un ejemplo, stories en Instagram. “Este hábito, conocido como scrolling, expone constantemente al cerebro a una gran cantidad de información, imágenes y comparaciones con la vida de otros. El resultado: se activa una especie de “modo hipervigilante” que genera ansiedad, fatiga mental e insatisfacción. Además, hacerlo por la noche puede alterar el sueño y aumentar la respuesta al estrés", explica Maffei, quien brinda consejos para cuidar la salud mental.
- Establecer horarios específicos para revisar el celular y las redes sociales.
- Evitar el uso de dispositivos electrónicos antes de dormir.
- Buscar momentos de desconexión diaria para relajarte y cuidar tu salud mental.
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