
Damián Liviciche ha sido uno de los pilares visuales detrás del auge de la gastronomía argentina en la última década. Su historia es la de un fotógrafo que logró estar presente en muchos momentos clave, para contar en imágenes las historias detrás de muchos de los productores, cocineros y restaurantes más afamados del país. Desde sus primeros pasos, se propuso usar su pasión por la fotografía como una herramienta para darle una impronta propia al relato de la escena foodie.
Todo comenzó a los 15 años, en una clase de Lengua y Literatura en el secundario Carlos Pellegrini. Mientras analizaba imágenes de un trabajo práctico, descubrió que allí había una herramienta que podía utilizar para interpretar el mundo y producir un paisaje propio con ella.
Su pasión se materializó cuando su padre le regaló su primera cámara analógica, una Pentax MZ-5. Este fue el punto de partida para un viaje que lo llevó a evolucionar desde su primer laboratorio fotográfico blanco y negro, hasta ser hoy uno de los referentes de la fotografía gastronómica argentina.

Su búsqueda audiovisual se combinó por el interés en las ciencias sociales, cuando comenzó a cursar la carrera de Geografía y Antropología, en la Universidad de Buenos Aires, pero pronto descubrió que su verdadero llamado estaba detrás de un lente. Así fue como dejó la universidad y comenzó la carrera de Fotografía en el instituto Motivarte.
Experiencia internacional: un recorrido que marcó su carrera
En 2008, después de completar su formación, emprendió un viaje que lo llevó por diferentes rincones del mundo. Durante seis años, trabajó en lugares como Brasil, República Dominicana, San Francisco, Nueva York, Miami y Santiago de Chile. En los Estados Unidos, trabajó como asistente de las fotógrafas Rus Anson y Pauline Rochas, entre otras.
Durante ese período, realizó cursos en el International Center of Photography, para profundizar su formación técnica, sobre todo en fotografía gastronómica documental. En ese tiempo, una de sus experiencias más enriquecedoras fue su trabajo para la revista gastronómica de vanguardia WAIN de Chile, donde junto Ana Rivero Pérez y Loreto Gatica, cambiaron el eje narrativo sobre esta temática.

El regreso a la Argentina: la consolidación de una carrera
En 2014, después de casi seis años fuera del país, se produjo su retorno. Este reencuentro con su tierra estuvo marcado por una oportunidad clave: gracias a su amigo y cocinero Agustín Brañas, comenzó a elaborar un registro visual en algunos proyectos gastronómicos de la escena local.
Fue en Alo’s Bistro, bajo la dirección del chef Alejandro Feraud, donde Liviciche encontró un lugar para desarrolar su pasión por la fotografía. Aquí, desarrolló una comprensión profunda del respeto por el producto, la hospitalidad y la tradición culinaria. “El restaurante es un lugar de encuentro en nuestra cultura social, y cada imagen que capturo intenta reflejar esa conexión”, explica.
La comunicación en la gastronomía
El momento de mayor actividad del fotógrafo coincidió con el despegue de las redes sociales como plataformas esenciales para la comunicación publicitaria.
Gracias a referentes como Eduardo Torres, Gustavo Herrero, Cecilia Miranda, y a otros más contemporáneos como Laura Macías, Agustino Mercado, Magalí Polverino y Rodrigo Ruiz entre otros, se generó una nueva forma de comunicar la cultura gastronómica, y de mostrar directamente al público un territorio desconocido como las cocinas, los productos y sus protagonistas los cocineros.

Para esa misma época, junto al fotógrafo Matías Quintana, Liviciche comenzó a trabajar para varias marcas y agencias en el mundo publicitario. La agencia Watson, dirigida por Gonzalo Dávalos, se convirtió en un laboratorio de experimentación fotográfica, desde donde desarrollaron campañas para grandes bodegas como Escorihuela Gascón, Catena Zapata y Ernesto Catena Vineyards.
Ese mismo año, Damian Liviciche llegó a TEGUI, donde tuvo la oportunidad de conocer la búsqueda por la excelencia gastronómica del Fine Dining. “Conocer a Germán Martitegui fue un punto de inflexión en mi carrera. La pasión por el producto y la excelencia del Fine Dining me enseñaron una nueva perspectiva de esta fotografía. Pude entender todo el entramado que hay; desde los productores, la reinterpretación que hacen los cocineros y hasta la llegada de un plato al comensal”, recuerda.

El trabajo en este restó lo conectó con la vanguardia de la cocina argentina. La consolidación de Mauro Colagreco y un grupo de chefs influenciados por el legado de Francis Mallman, estaban redefiniendo la gastronomía local. Figuras como Gonzalo Aramburu, Guido Tassi, Fer Rivarola, Fernando Trocca y Narda Lepes ya combinaban tradición y vanguardia en sus propuestas, priorizando el respeto por el producto.
También aparecieron personajes más jóvenes como Pedro Bargero, quien, junto a Marco Skolnik y Ana Irie en lo que fue en ese momento CHILA, reinterpretaron el legado de sus predecesores en el Fine Dining pero con un enfoque más experimental.

Con la llegada de la Guía Michelin a la Argentina, la escena gastronómica experimentó un nuevo impulso. Sus fotos junto a cocineros de una nueva generación, como Julio Báez y Tomás Treschanski -de tan solo 26 años- lograron continuar el legado del fine dining.
Entre los nuevos talentos con los que participó más recientemente figuran Martín Sclippa y Estefi Mayorano de FICO, Lucas Canga de Piedra Pasillo y Juan Barcos de Madre Rojas.
“A través de mi cámara, tuve la posibilidad de capturar no solo platos, sino momentos y emociones que definen lo que es la gastronomía como manifestación cultural. Cada imagen es un testimonio de la pasión, el esfuerzo y la creatividad de quienes forman parte de esta industria. La fotografía me permite ser parte de un relato que está en constante movimiento, y eso es lo que me impulsa a seguir registrando cada detalle y construyendo un relato que muestre la identidad de quienes fotografío.” concluye Liviciche.
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