La pregunta es: ¿qué es más importante para vos, tener razón o ser feliz? El sesgo de compromiso o “commitment bias” es nuestra tendencia a quedar aferrados a gustos, preferencias y creencias que tuvimos en el pasado y trasladarlos al presente. Incluso, cuando esto nos lleva a situaciones o escenarios que no son deseables y, por supuesto, que están lejos de lo que más nos conviene.
Como cada lunes, nos encontramos en “No debí hacer eso”, un espacio donde abrimos la cocina de nuestras decisiones para conocer las razones detrás de cada una de ellas, aprender cuáles nos limitan y qué hacer para mejorarlas.
Para explicarlo con un ejemplo, es como ese encuentro que tenés todavía con compañeros de laburo de hace 15 años, que seguís viendo una vez por mes. Aunque las primeras veces fue divertido, ahora cada vez que te vas te preguntás, “¿Che, por qué sigo viniendo acá?”. Pero, por alguna razón, no podés cortarlo y eso sigue sucediendo. La misma razón por la que estás en 500 grupos de WhatsApp en los que no hablás, pero te da cosa salir. Es la misma razón por la que seguís defendiendo una misma idea que ya no te cierra mucho.

Vos me podés decir: “Che, a mí eso no me pasa”, y yo te voy a decir: “Sí, te pasa”. Te pasa en un montón de cosas chiquitas que hacés por inercia en el día a día. No te pasa con las cosas que te sentás a pensar, reflexionar, a tener un pensamiento crítico, pero sí te pasa con el resto.
Tenemos una tendencia a hacer que nuestro comportamiento del futuro esté alineado con nuestro comportamiento del pasado: defender lo que defendimos, mantener un gusto que tuvimos en el pasado, una preferencia, y sostenerla. Tratamos de evitar cualquier cosa que nos genere incomodidad con lo que éramos, creíamos o defendíamos.
Esto, por un lado, está bueno porque nos ayuda a generar hábitos. Pero, por otro lado, nos complica porque nos restringe nuestras opciones. Y como siempre decimos, es mejor tener más opciones para tomar mejores decisiones. El sesgo de compromiso hace que limitemos las opciones que tenemos en el futuro porque privilegiamos las que ya conocemos y las que elegimos en el pasado.

Esto pasa mucho con las inversiones. Es común que si invertiste y compraste algo, como puede ser un bono, una acción, un bitcoin, a 100 pesos, si ese activo empieza a bajar y luego vale 90, 80 o 70, vos seas víctima de algo que se llama la “falacia del costo hundido”, o “el sesgo del costo hundido”. Básicamente, como creés que en algún momento puede llegar a volver al precio que compraste originalmente, seguís sosteniendo esa inversión en vez de salirte. Quedás preso de esa decisión que tomaste en el pasado.
Esto es con respecto a las finanzas, pero puede pasar igual con un trabajo, con una relación, con algún tipo de idea que defendés o sostenés. ¿Por qué pasa esto? Te lo explico con un ejemplo: imaginate que de chiquito siempre soñaste con ser abogado, y empezaste a ver películas donde los abogados eran los protagonistas, te parabas frente a un espejo y hacías alegatos, entendías todas las batallas que se daban en una Corte.
Terminaste el secundario y, lógicamente, decidiste estudiar abogacía. Empezaste la carrera, transitaste los primeros años y, más o menos, al promediar tu carrera, te diste cuenta de que empezabas a tener un interés particular por otra cosa: la medicina. Empezaste a explorarlo, a tomar algunas clases de oyente, a acercarte a la Universidad. De a poco te fuiste dando cuenta que en realidad esto de las enfermedades, los tratamientos, ayudar a las personas desde otro lugar, era algo que te llamaba, que tu propósito podría ir por ahí. Pero, sin embargo, dado todo lo que habías invertido en Abogacía, decidiste continuar esa carrera.

Ahora, cambiá Abogacía por cualquier otra carrera, por un oficio, por un gusto, por una creencia, y eso nos pasa a todos, todo el tiempo. Básicamente, queremos ser coherentes con nosotros mismos. La incoherencia con lo que creímos, fuimos o defendimos nos genera muchísima incomodidad.
A todos nos gusta pensar que nuestras ideas y creencias son perfectamente compatibles con nuestro accionar, que todo está alineado, que somos personas racionales y predecibles, que seguimos, de alguna manera, un razonamiento lógico en cada decisión que tomamos. Además, aunque nos guste creer que somos autónomos, independientes, que no nos importa la mirada ajena, la realidad es que sí. La mirada de los que nos rodean, que construimos del otro para nosotros, es muy importante.
Las expectativas de los otros juegan un papel crucial y no queremos decepcionar, y esto claramente es otra de las variables que motorizan este sesgo de compromiso. Creemos que, de alguna manera, si hacemos lo contrario de lo que ellos esperan, ponemos en tela de juicio nuestra propia capacidad de tomar decisiones racionales y lógicas.

Además, a nadie le gusta admitir que se equivocó, y cambiar de rumbo o de creencias genera esta misma incomodidad. Este comportamiento es lo que se conoce como una disonancia cognitiva, que es la diferencia entre lo que nosotros creemos y pensamos, y lo que hacemos. Esta disonancia cognitiva tiene efectos muy reales en nosotros: efectos psicológicos (como ansiedad, estrés, frustración), y efectos físicos (como la transpiración o la manera en que movemos nuestras manos).
Hacer algo en lo que no creemos o que no sentimos, no es gratis. Por lo cual, cuando algo choca con nuestras creencias o preferencias anteriores, es lógico que nuestro cerebro no reaccione de la manera más amena, ni más copada. Justamente, tenemos que encontrar mecanismos para superarlo.

Te dejo tres tips para poder enfrentarlo:
- Aceptá el cambio: esto es parte de nuestro proceso de aprendizaje y crecimiento. No está mal cambiar, en nuestra vida evolucionamos, cambiamos, incluso descartamos algunas maneras que tenemos de hacer las cosas.
- Usalo a tu favor. Si querés aprender un idioma, ir al gimnasio o pintar tu casa, compartilo con amigos, eso va a aumentar tu compromiso.
- Cultivá una mentalidad de crecimiento. Es muy importante cómo te parás frente a los nuevos desafíos. Para eso, mantené una mente abierta y buscá constantemente nuevas perspectivas.
*Emmanuel Ferrario es docente universitario de economía del comportamiento, autor del libro “Coordenadas para antisistemas” y legislador de la Ciudad de Buenos Aires.
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