
Los cambios sociales, culturales, económicos y tecnológicos se corresponden siempre e inevitablemente con nuevas maneras de vincularnos. En las últimas décadas, las sociedades de consumo se impusieron con el objetivo de uniformizar al consumidor e impactaron también en las formas de relacionarnos sexoafectivamente.
Se ha producido un fenómeno tal con el sexo, que se volvió un atributo en sí mismo desprovisto de emociones y valores. Se volvió un valor y un fin que perseguimos, adquirimos, almacenamos (en cantidad de frecuencia o parejas) y por el que también competimos con otras personas. Ya no se trata de demorar el placer, sino de demorar los sentimientos y el compromiso. En la sociedad actual, el sexo precede al amor. Como dice Eva Illouz, socióloga y escritora: “En la era premoderna existía una secuencialidad inalterable, donde el sexo llegaba al final de todo, coronando el proceso después del matrimonio”. Hoy el sexo ya no es más la llegada, sino que el sexo es el punto de partida de las relaciones.

Hoy en día ponemos el cuerpo, silenciamos las emociones y respondemos a un modo desvinculado de cortejo. Existe un guion sexual social implícito de pasos a seguir en las nuevas formas de relacionarnos, en donde sentir o engancharse te hace quedar mal. Algo así como que el que siente, pierde. Que hay que hacerse el interesante o hacerse desear.
Además, contamos con muchísimas más opciones de parejas sexoafectivas posibles (producto de la era de la hiperconectividad), y la elección responde únicamente a una decisión individual (antes tu familia te hacía “ese favor”). Vincularnos se volvió un terreno agotador. En la modernidad podemos “elegir libremente”. El sexo y los vínculos amorosos ya no responden a intereses económicos o familiares, y sumado a la globalización y las redes, hemos ampliado aún más el campo a una infinidad de vínculos sexuales posibles.

Eva Illouz explica en su libro “Por qué duele el amor”, cómo se dieron estos cambios sobre el modo de vincularnos y el lugar del sexo, y que pese a ser cambios sociales y culturales, los rechazos y las pérdidas las contemplamos como fracasos personales. Porque ante el aumento de parejas sexoafectivas posibles, aumentan los rechazos y aumentan las desilusiones. Tomamos como una falta personal algo que tiene que ver con un cambio social. Si lo pensamos desde otro lado, no te comprás zapatos nuevos porque los que tenés están “fallados”, sino porque podés tener otro par más. No estamos cuestionando la calidad o el valor de cada zapato, sino que el mercado te ofrece poder elegir más zapatos. Y cuando tenés un nuevo par, quizá te queda la duda de si en otro lugar no están vendiendo unos mejores. Lo que digo es que pensemos en vincularnos con las personas de una manera más sustentable.

Los invito entonces a empezar a pensar en un uso consciente y responsable de la sexualidad y los vínculos, sin agotarlos o exceder su capacidad de renovación. Se trata de pensar en un sexo más libre, que no significa menos responsable, sino menos tabú. Decidas tener sexo con una o cien personas, o decidas no tenerlo.
Uno de los fenómenos que empezó a darse a partir de relacionarnos a través de los medios digitales es el famoso “ghosting”. El ghosting es una forma de terminar una relación con alguien de forma repentina frenando toda comunicación con esa persona. Se deja de responder a los mensajes, se bloquea, se desaparece sin dejar rastro. Es un corte unilateral sin aviso, en el que se deja al otro sin saber qué pasó, en un estado impotente y sin oportunidad de hacer preguntas o recibir información que ayude a procesar emocionalmente la experiencia.
“Ghostear” silencia e impide expresar las emociones y ser escuchado, lo cual es importante para mantener una autoestima y sentir que existimos. Así que tratemos de no dejar el terreno devastado a nuestro paso.
El que siente no pierde, el que siente gana, porque el sexo es consentido.
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