
Hay historias que trascienden lo artístico y hablan de coraje, resiliencia y amor puro por la vocación. Marta González es una de esas figuras que, aún enfrentándose a la adversidad, nunca perdió la pasión. Pelea contra el cáncer desde hace más de dos décadas, y aun así, jamás dejó de trabajar. Su energía y entrega se volvieron marca registrada, tanto arriba del escenario como detrás de cámaras. A punto de cumplir 81, y en un presente donde el cuerpo reclama pausas, pero el corazón va siempre adelante, ensaya cada día como si fuera el primero, convencida de que actuar le devolvió la vida una y otra vez. La artista, quien fue protagonista de clásicos como Estrellita, esa pobre campesina y Boquitas Pintadas, sumando más de 40 tiras y 35 películas, Marta pone el acento en el teatro. “El escenario te da vida”, resume cuando habla, en exclusiva, con Teleshow.
Desde pequeña, Marta supo lo que era el vértigo y el milagro del escenario. Su debut fue en la infancia y, desde entonces, encontró en las tablas su verdadero refugio. Forjada al calor de los grandes nombres del teatro y la televisión, transitó décadas de éxitos y desafíos, siempre guiada por una vocación que nunca se apagó. Cada etapa de su carrera fue una escuela, entre sobresaltos y aplausos, llevándola a convertirse en una presencia querida y respetada por colegas y público por igual. Esa misma entrega y humildad, cultivadas desde temprana edad, son hoy las que la sostienen y la impulsan a seguir apostando todo por la emoción viva del teatro.
Hoy, Marta disfruta de su obra ya estrenada, desafiando rutinas, cansancios y limitaciones con esa voluntad inquebrantable que la define. Y la emoción es doble: Negociemos… Una historia de amor, escrita por Alicia Muñoz y dirigida por Ernesto Medela, levantó el telón el pasado 6 de noviembre, junto a su amigo y colega Rodolfo Ranni, bajo la producción de Damián Sequeira. Aun en plena gira, la actriz se muestra agradecida y entera: cada función es un acto de fe y celebración, y cada aplauso, un bálsamo más poderoso que cualquier medicina.

En cada función de la gira, ya sea en Castelar, Francisco Álvarez o La Plata, Marta despliega en el escenario esa vitalidad que le contó a este medio: eligiendo todos los días no entregarse al cansancio, apostando al arte aun cuando el cuerpo reclama descanso. La química con Ranni, la risa compartida y la emoción de los encuentros hacen de cada noche más que una simple obra: es un testimonio en vivo de que, como dice Marta, “siempre se puede volver a empezar”, sin importar los golpes, la edad o los diagnósticos. Próxima a brillar en la temporada de Villa Carlos Paz, su mensaje y su energía contagian esperanza y admiración en cada teatro.
–¿Cómo te sentís cada vez que subís al escenario?
–Feliz. En ese instante desaparecen el dolor y la preocupación; solo quiero darle al público lo que vino a buscar. Es como entrar a un oasis. Irma Roy decía que las actrices parecemos más jóvenes porque pasamos tanto tiempo encarnando otras vidas y no nos corre el reloj. Es realmente cierto, y además, el personaje que estoy haciendo no lleva mi enfermedad, así que en escena todo lo difícil queda atrás, aunque sea por un rato.
–Y en esta ocasión, ¿qué te decidió a sumarte a este proyecto con el Tano Rani?
–Es muy loco, porque en realidad no lo pensé mucho. Me llamó Damián Sequeira, y por el Tano dije que sí, sin dudar. Sé que él no hace cualquier cosa. Me encontré con una obra muy especial y un personaje muy “new age”, lleno de energía nueva. Al principio pensaba: “¿Para qué me habré metido?”, pero todos los actores atravesamos ese vértigo antes de salir a escena. Después, como dicen todos, el escenario hace su milagro.

–¿Te cuesta combinar la vida laboral con los tratamientos y el cansancio?
–Ahora sí. Hay días en que estoy muy cansada. Hoy, por ejemplo, tuve tres notas telefónicas, fui al supermercado, y después del almuerzo tuve que tomar la medicación. Por este trabajo le pedí a mi oncóloga, la doctora Victoria Constanzo, que me cambiara la quimio inyectable por la oral porque mis venas ya no resistían; están agotadas. Pero el tratamiento oral también me cansa. Vivo muerta de sueño. Puede ser por la acumulación de los tratamientos, me cuesta el día a día, pero no bajo los brazos.
–¿Cómo vivís la gira y los viajes de la obra?
–Con esfuerzo. Esta semana, por ejemplo, hacemos 380 kilómetros hasta Esperanza. Tuvimos que sumar una función porque la primera se agotó en 20 minutos. Agradezco mucho al público y también a mi compañero, el Tano, porque hacemos una buena pareja en escena y eso se nota a la hora de trabajar. Cuando tenés al lado un actor íntegro y talentoso, querés ser mejor, como en la vida misma.
–¿Sentís orgullo por el reconocimiento en esta etapa de tu carrera?
–En la presentación de temporada en Carlos Paz me emocioné mucho. El aplauso de los compañeros, los productores, los directores, es el mejor premio. Todo este mundo es mi casa, mi vida. Ese es el mejor premio para mí: que tus compañeros te aplaudan, no solo como buena actriz, sino como persona. Eso es lo que de verdad importa

–¿Tu carrera como actriz se transformó en una forma de terapia para vos?
–Absolutamente. El escenario te da vida. Hasta lo más mínimo, como bañarte, maquillarte, vestirte, te da fuerzas para levantarte. Muchas veces lo hablamos con Nora Cárpena. Si no fuera por el teatro, la radio o el periodismo, me quedaría en la cama… y eso es lo peor que puedo hacer. La pasión te levanta.
–¿Sentís que este personaje se parece a vos o te hace reflexionar sobre temas profundos, como el amor o la libertad?
–Este personaje está en las antípodas de mi vida. Después de lo que viví con el fallecimiento de mi hijo, no tengo nada que ver con el amor romántico de la obra. Pero todo está dentro de uno, incluso lo más oscuro; componer un personaje es buscar en lo más profundo, encontrar en vos hasta el sentimiento más impensado. El compromiso del teatro es enorme.
–¿Tuviste que investigar o buscar material para armar el personaje?
–A esta altura no me hace falta, porque la vida ya me dio momentos para todo. Incluso recuerdos tan intensos como parir… En la vida de los actores, las sensaciones se guardan y se usan en escena. Vengo trabajando hace setenta años. Yo crecí en este mundo desde y debuté a los nueve años. ¿Sabén quién me llevó de la mano a ese mundo? Don Armando Discépolo, un maestro, dramaturgo, hermano de Enrique Santos Discépolo, autor de “Mateo” y tantas otras obras. Imaginate lo que es para una nena estar al lado de semejante autor y director, aprender de su mano. Eso marcó mi camino. Lo viví todo: televisión, cine, temporadas enteras de gira, pero el teatro es el lugar donde siempre siento que pertenezco. Cada vez que subo al escenario, después de tantos años, sigo sintiendo los mismos nervios y la misma emoción que tenía de chica. Y si hay algo que atesoro, es el reconocimiento de mis compañeros.
–¿Tenés algo en común con tu personaje arriba del escenario?
–Muy poco. Es muy de yoga y energía, y yo nunca fui así; soy un tiro al aire. Lo que sí compartimos es la libertad: esa ansia de vivir diferente cada día. Soy Sagitario, detesto la rutina, necesito siempre cosas nuevas.

–¿Quién es tu sostén más grande hoy en día?
–Antes de cada función pido que bajen los ángeles y siempre está mi hijo Leandro. También tengo una hija, María Mercedes, que se convirtió en mi madre, mi mayor sostén. La vida te cambia los roles y uno tiene que aprender a dejarse cuidar. Es obstetra, se ocupa de dar vida todos los días, trae chicos al mundo. Y, en algún punto, hacemos lo mismo desde distintos lugares: ella ayuda a dar vida a las personas, y yo trato de dar vida a los personajes.
–¿Cuál mensaje le darías hoy a alguien que atraviesa una enfermedad como la tuya?
–Que no se entreguen, que luchen. Yo le estoy ganando a la enfermedad hace 24 años, y no es poco. Cuando te dicen que tenés cáncer, uno piensa lo peor. Pero no sos un enfermo, simplemente tenés una enfermedad y se puede pelearla con Dios, los médicos y, sobre todo, el amor. El amor de los amigos, de los nietos, de los hijos... El amor todo lo cura. Hay días de bajón, días en que cuesta levantarse, pero hay que pelearla siempre y tratar de sacar algo útil incluso de lo difícil.

–¿Qué esperás que la gente se lleve cuando va a verte al teatro?
–La esperanza. Eso noto función a función. Que uno siempre está empezando: cada día es nuevo, pueden aparecer cosas maravillosas, aunque uno no se lo espere. Es duro, pero no hay que entregarse. Ese, creo, es el mensaje más fuerte y lo que más deseo transmitir.
Con cada función, Marta no solo renueva su pacto con el teatro, sino que confirma que la verdadera fortaleza está en no rendirse y en animarse a seguir soñando. Su historia deja en claro que la pasión y el trabajo siguen abriendo puertas, aun cuando la vida propone desafíos nuevos todos los días. Entre aplausos, anécdotas, desafíos superados y la calidez de su propio testimonio, la actriz celebra el arte de vivir intensamente y deja, sobre cada escenario, una certeza: siempre es posible volver a empezar y compartir esperanza con los demás.
Crédito de fotos: @sequeiraproducciones y @agenciacoralok.
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