El recorrido de Marcelo Adrián de Bellis en la escena artística argentina se distingue por una versatilidad poco común: actor, comediante, profesor, director de teatro y bailarín, su nombre se asocia de inmediato con el personaje de Dardo Fuseneco en la popular sitcom Casados con Hijos de Telefe Sin embargo, su trayectoria abarca mucho más que ese papel emblemático.
En la actualidad, De Bellis lidera el elenco de Mamá en el Multiteatro, compartiendo escenario con Betiana Blum. Esta obra, que en el pasado tuvo como protagonista a Carlín Calvo, a quien De Bellis considera su gran ídolo, representa un nuevo desafío en su carrera y un homenaje personal a una de las figuras que más admira.
La formación de De Bellis se remonta al Conservatorio Nacional, donde inició un camino de perfeccionamiento junto a referentes del teatro argentino como Agustín Alezzo y Norman Briski. Desde joven, no solo se dedicó a actuar, sino que también comenzó a enseñar teatro, transmitiendo su experiencia y pasión a nuevas generaciones. Sus primeros pasos en la actuación se dieron en el circuito under y en participaciones televisivas durante la década de 1990, aunque su presencia en la televisión se consolidó a partir de 1996, cuando integró el elenco de VideoMatch con una variedad de personajes que lo acercaron al gran público.
El salto definitivo a la popularidad llegó con la versión argentina de Casados con Hijos, donde compartió pantalla con Florencia Peña y Guillermo Francella. En la serie, De Bellis interpretó a Dardo Américo Fuseneco, esposo de María Elena Fuseneco (personaje a cargo de Érica Rivas).
A lo largo de una conversación, De Bellis revela su carácter a través de un repertorio de frases personales, muchas de las cuales reflejan su visión sobre el arte y la vida. Entre ellas, destaca una anécdota con Agustín Alezzo: “He visto actores malos, pero usted es el peor actor que vi en mi vida”, le dijo el maestro, para luego agregar: “Lo único que me importa de usted es su personalidad”. De Bellis confiesa que esa última observación le resultó especialmente significativa. Y unos minutos más tarde, dispara dos más. Una referida a sus padres: “Dos ovejeros alemanes no pueden tener un fox terrier” y otra relacionada a su filosofía de vida: “Es preferible ser cabeza de ratón y no cola de león”.

Acá, los momentos más destacados de la charla:
—Marcelo de Bellis, ¡ac-to-ra-zo! ¡Dardo, querido! No sabía que le habían mandado el sobre, pero quédese tranquilo, esto no es la muerte. Mi Cielo es... ¿vio la VTV de los coches, bueno acá hacemos la VTA, la Verificación Técnica del Alma?
—Ah, perfecto, no me asusto entonces...
—¿Es cierto lo de la frase lapidaria de su maestro, Agustín Alesso? ¿Qué le dijo?
—Sí, Agustín me dijo: “He visto actores malos, pero usted es el peor actor que vi en mi vida”. Pero remató diciendo: “Lo único que me importa de usted es su personalidad”. Eso me encantó.
—Fundamental. Eso hay que bajárselo a los hijos. La personalidad, la actitud, mata cualquier otra cosa que tenga. Por cierto, acá arriba yo tengo un amigo que, si usted tiene algo muy grave en su historia, puedo hacer que se lo borren...
—Bueno, le tiré un tintero a un preceptor, Daniel Duró, y lo manché todo. Y no salté.
—Cuando dijeron “¿quién fue?“, usted se calló...
—Yo dije “Viene de acá atrás”, y atrás estaba Carmelo Barbara, que ya está por acá arriba, Carmelito. Pasaron muchos años. Carmelo era mecánico, por Villa Urquiza. Un día llevo el auto y aparece Carmelo con una llave cruz. Y digo “Che, vos sabés que las pastillas de frenos...” El me dice “¿Vos te acordás lo del tintero involcable? Dijiste ‘vino de atrás’ ¡y el único que estaba atrás era yo!“ ”Este me corta los frenos", pensé. Y no le dejé el auto, ¿sabés?
—¿Un sueño frustrado de la infancia? Se lo cumplo.
—¿Un sueño frustrado? Ser el 11 de River.
—¿Era bueno al fútbol?
—Era bueno. Jugué en Argentinos Juniors, con Francis Cornejo, el primer DT de Diego.
—¿Cómo viviste el amor? ¿Satisfecho o no satisfecho?
—Muy satisfecho. Toda mi vida entregada al amor...
—¿Muy romántico siempre de chiquito?
—Bueno, yo me hice actor por Carlos Andrés Calvo...
—Carlín.
—Sí, porque le gustaba mucho a una chica que vivía en Larsen, entre Nazca y Terrada, amaba a Carlín. El hacía Juan sin nombre y yo iba con el 93 en Mitre y Malaver, me bajaba en Munro y me compraba la misma ropa de Carlín en Fiorucci, el peine dentado que usaba él. ¡Me quería parecer a Carlín! Y fijate, hoy estoy haciendo una obra de teatro que se llama Mamá.
—Por supuesto, la que hizo Carlín. Hasta acá, ¿satisfecho o no por cómo fue como persona?
—Yo me considero una buena persona.
—Bueno, por algo le dieron el sobre para venir a la VTA, si no...
—Y yo siempre digo: “Dos ovejeros alemanes no pueden tener un fox terrier”. Mis padres eran buenas personas.
—Buena frase, me gusta. Está lleno de frases, usted.
—Ma’ que frases, son pelotudeces que me inspiran las nubes (risas).
—Otra, el día que le toque subir al cielo, ¿con qué tema le gustaría entrar?
—Y, bueno, podría elegir un tango, “Tinta roja”.
—Bueno, cuando vos entrás al cielo tenés delante tuyo una pantalla gigantesca que es como el on-demand del segundo a segundo de tu vida. ¿Cuál sería el primer play que pondrías para revivir olores, contactos, detalles?
—Mirá, yo no tengo casi ninguna foto de mi infancia, me las robaron todas de una baulera. Pero sí me quedó una, la tengo arriba de un piano en mi casa: todas las semanas, mi mamá me llevaba a Plaza de Mayo a darle de comer a las palomas. ¿Podés creer? Así que ahí estoy yo, tendría tres años, con el maíz, al lado de mi mamá -ella sentada en un banco-, los dos muy contentos rodeados de palomas. Aquí y ahora, esa sería la primera imagen del on-demand.
—Hermosa escena, me encanta...
—Mi mamá era hermosa, era muy parecida... una mezcla entre Libertad Lamarque y Mirtha Legrand, de verdad; de hecho, le decían La Pulpera de Santa Lucía porque era rubia y tenía ojos celestes. Una madraza, ama de casa.
—¿Eras muy de tu mamá vos?
—Sí, sí, soy único hijo. Y me acuerdo un episodio que me dijo “Mirá, aquel señor que viene allá...”, y venía un tipo de lentes oscuros. “Es actor, se llama Juan Carlos Altavista”. Me acuerdo mucho de eso, ¿sabés?
—¿En tu casa se consumía mucho teatro, esas cosas...?
—Sí, pero vos sabés que ella no quería que actúe, ¿eh? De hecho iba a hablar a los colegios para que me saquen la idea de ser actor. No es que me quería frustrar, le temía a la miseria. Lo positivo de esto es que no tuve padres cholulos, ¿viste? Mi mamá no era cholula y eso me marcó; no tuve ningún mandato con la la fama. Para ella era un problema que yo sea artista. Me acuerdo de que una vez estaba en el living de Susana y en una pausa me escribe mi profesora de caligrafía y dibujo, la Chechu, y me dice “Pensar que tu mamá tenía miedo que te mueras de hambre”. No dijo te mueras, dijo otra palabra. Nada, era ese miedo, ¿viste?
—En tu on-demand también podrás ver lo que quieras cuando quieras...
—Pienso “¿Qué hubiera sido de mí si no hubiera sido actor?" Ponele, hice un ingreso para trabajar en un banco, incluso di el psicotécnico, no, perdón, di bien el práctico y el psicotécnico lo di mal a propósito. Dibujé una oficina con el escritorio en el techo, un desastre. Y el tipo me dijo “¡Pero usted no está bien!“. Digo ”No, lo que pasa es que tengo a mis familiares muy enfermos". ¡Le hice todo un verso para no entrar!
—¿Algo más que quisieras ver?
—No sé, cómo eran mis viejos de novios, ponele.
—¿Y qué tal la relación con tu papá?
—Era muy buena... sobre todo terminamos muy bien con mi papá.

—¿“Terminamos”? ¿Por, qué había pasado?
—Porque mi viejo vivía laburando, ¿viste? Tengo los mejores recuerdos. Ibamos a la cancha juntos... pero yo me acuerdo que cuando llegaba del laburo me paraba delante de él y decía: “Mi mamá es mía”; ahora mi hijo Bastián me hace lo mismo. No era un padre ausente ni que me llevaba mal. Pero mi viejo era seco, de hecho no lloraba. Hasta en el velorio de su propia mamá le costó llorar. Un día yo se lo reclamé y nos terminamos dando un abrazo muy fuerte y bajamos a la cocina de casa y estaba hecho un... no sabía qué hacer con su emoción, estaba como un pavote, ¿entendés? Como que logró tirar una pared de emoción que hacía años no podía derribar. Me acuerdo que tuvimos una discusión bastante fuerte en mi dormitorio y terminamos con un abrazo. “Lo que pasa es que son muchos problemas”, me dijo y se desmoronó en un sillón y se puso a llorar. Y después abajo, en la cena, era como un nene.
—Mirá cómo apareció tu viejo. Otro tema, ahora el de arriba te dice “En dos días te vengo a buscar”. Se termina todo, ¿qué hacés?
—(Piensa, suspira) Mirá, ya que hablamos de la VTA, verifico -y me toco un huevo, ¿no?- lo feliz que soy. ¿Y sabés qué hago? Por ejemplo, yo ahora me voy a tomar un mate a la casa de un amigo, de ahí me voy al teatro a hacer la obra que quiero hacer, llego a casa del teatro, me abro un vinito, me hago un fueguito en el living, charlo con mi mujer, el gordo ya está dormido, al otro día lo llevo al colegio, juego un poquito al tenis, paseo los perros. ¿Qué más podría hacer, no? Digo “¿qué quisiera hacer? ¿Afanarme a un banco?" No sé, no sé...
—Bueno, cada uno hace lo que le encanta...
—Por eso te decía, hago lo que siempre quise hacer. Mirá, un día Paco Fernández de Rosa me dijo “¿Sabés cuál es la mejor edad para el varón?”. “¿Cuál?" Serán los 40, pensaba yo. “Los sesenta -me dice-, porque ahí ya sabés lo que no querés". Yo tengo 57 y me pasa esto, Mariano, estoy feliz. Estoy tranquilo.
—Se te nota. Se te nota muy enfocado en cuáles son las prioridades, cuáles no, en qué es el éxito. Porque vos sabés perfecto que tu éxito es más que el Dardo de Casados con hijos. ¡En la vida tenés 1.500 Dardos!
—Claro que sí. Y sobre todo si tenés fe, ¿viste? Porque la fe es un don. Yo fui al colegio de curas, pero por momentos fui medio agnóstico, nunca ateo, pero me han pasado cosas. Por ejemplo, el otro día voy a tomar algo y se acerca la camarera. “Buenas tardes”. “Buenas tardes, ¿qué van a tomar?” Le digo “Antes de pedirle, señorita, ¿está mi foto en el establecimiento?, porque no la veo”. “Sí, sí, claro que está, es una foto gigante, señor”. Digo “¿Dónde está?”. “Está en la subida del baño”. Digo “¿Cuando sube?” y puse una cara como diciendo “Un poquito escondida, ¿no?“, pero no lo dije, sólo pensé. Se va la moza. Decí que lo tengo grabado. De pronto se escucha un ruido de vidrios estremecedor. Pienso: se le cayó no sé qué plato al mozo. Y vienen y me cuentan ”Mirá, ¡se cayó tu cuadro!“.
—¿Sin que nadie toque?
—¡Nadie! ¡Hacía dos meses que estaba puesto! Ahora tengo uno más chico, pero se ve. Y el mensaje metafísico, para mí, es extraordinario: es preferible ser cabeza de ratón y no cola de león, ¿no? Y otra que me pasa es que estoy haciendo una nota con Daniel Dátola, diciéndole que Carlín hizo el suceso de Mamá con Luisina Brando, y en ese momento se me pone adelante una camioneta. En 2025 Carlín no es ni Maradona ni Messi, o sea, no hay tantas fotos públicas de Carlín.
—Absolutamente...
—Y en la camioneta tiene esta foto (le muestra en su celular), que dice esto: “¡Vos fumá! ¡Es una lucha”. Le digo “Mirá, Dani, en este momento voy a sacar una foto porque no me lo vas a poder creer: acaba de aparecer una camioneta”, bla bla, y le cuento. Y me dice “No te puedo creer”.
—Qué hermoso vivir así. Pensá que hay gente que no vive así de alerta.
—No, pará, y hace diez días... ¡la misma camioneta, en otro lugar pero de noche! (vuelve a mostrarle otra foto en el celular).
—¡En la noche cerrada!
—Sí, sí, sí, la misma camioneta en la entrada de una calle. Entonces digo “¿Qué es esto? ¿Por qué?" Ya te conté que me había hecho actor por Carlín, ¿no? Incluso cuando fallece, mi mujer me dice “¿Vas a ir, no?“ Le digo ”No, gorda...“, yo estaba arreglando algo en casa y mirábamos la tele y me dice ”Andá" y fui, plena pandemia era. Y estoy ahí, en el responso de este tipo que me marcó tanto, con quien tuve la suerte de haber trabajado en teatro encima... Y al final aparece Ricardo Darín, le da un beso a Facu, su hijo, y nos vinimos caminando con Ricardo y yo le decía: “Che, no sé, tengo ganas de retirarme”. Me dice “Dejate de joder”, pero a veces me pasa eso, ¿viste?
—Bueno, tu Verificación ha sido extraordinaria, Guille. Ahora vas a bajar con dos poderes muy grosos. Y le vas a poder sacar el dolor a alguien de manera ipso facto, ¿a quién elegirías?
—A una persona que no conozco, pero que veo siempre cuando voy al teatro, ¿sabés? Es como una especie de Jesucristo, tiene pelo largo, barba, es un pibe joven, que tiene una mirada de tristeza, de dolor... y de agradecimiento, porque a veces yo le acerco cosas, ¿viste? Me conmueve, a veces me dan ganas de sentarme a charlar con él... Y esto me lleva de nuevo a mi mamá. Ella, cuando venían pintores a mi casa, por ejemplo, y por ahí era una semana el laburo, se quedaban tres meses, porque les daba de comer, ¿viste? O de repente había un gatito abandonado y la Emilia se iba con la olla a la calle...
—¿Emilia?
—Sí, se llamaba Emilia, y ya en la calle había como cuarenta gatos comiendo, ¿entendés?
—Bueno, ahora cuando bajes vas a poder bajar dos horas con uno de los que tenés acá arriba.
—¿Tengo que elegir a uno?

—Sí, dos horas con quien vos quieras...
—(Piensa) Mirá, a mis viejos los voy a dejar acá arriba a los dos, porque sé que voy a subir y los voy a ver siempre. Le daría un besito a la pasada a mi amigo René Bertrand, pero bajaría un ratito a Alberto Martín. ¿Sabés por qué? Bueno, di las últimas palabras, porque Alberto estuvo las seis horas de operación de mi vieja al lado mío. Y yo le decía “Alberto, andá”, y nada. Gracias a él la disfruté ocho años más a mi vieja; eso fue en el año 2004 y ella falleció en el 2012. Y cuando le toco a él, disimulaba. ¡Era tan galán que disimuló su enfermedad! Me mandó un mensaje donde me agradecía un celular con tapita que yo le había regalado; era un mensaje como de despedida. Yo dije “¿Pero por qué está tan así?” Así que lo bajaría dos horas y me lo llevaría al teatro, ¿sabés? Y me gustaría tocar de primera con él, le daría un beso y lo despeinaría un poco para que pierda tiempo en ese quincho que tiene. Y nada, después, bueno, nos vamos a ver todos ahí arriba alguna vez, ¿no?
—Acá, claro, quedate tranquilo que venís muy bien para cuando toque. Hermosa charla, Marcelo.
Fotos: Maxi Luna
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