Cada emisión de Buenas Noches Familia (El Trece) regala momentos de emoción y humanidad al aire, pero también da lugar a esas situaciones inesperadas y llenas de humor que solo su conductor, Guido Kaczka, sabe llevar adelante con maestría. Lejos del guion rígido y del estudio cerrado, el conductor suele animarse a romper la rutina para acercar la televisión a la gente real, a las casas, a la calle. Y así sucedió nuevamente en una de las últimas emisiones del ciclo, donde un simple juego terminó en una secuencia desopilante cuando él cruzó la calle, visitó vecinos y hasta se subió a un colectivo de la línea 39.
Todo comenzó con una escena que ya es sello del programa: Guido, acompañado de las cámaras, decidió acercarse a la casa de enfrente del estudio, aquella cuyos integrantes se habían hecho famosos en una emisión reciente gracias a la simpatía de un pequeño disfrazado de Hombre Araña que saludaba desde la ventana. Mientras charlaba con la familia, Kaczka fue testigo de la hospitalidad barrial argentina: entre risas, anécdotas y hasta una empanada que recibió en plena vereda, el conductor viralizó el efecto contagio que provoca su presencia en la calle. Luego, el presentador quiso volver al estudio pero la sincronía del tráfico porteño le tenía preparado un nuevo giro: ante el cruce detenido y la fila de autos esperando, no dudó en intervenir. “Uy, no, están esperando. Pasá, no frenes por la tele. No, pasá. Guarda que está la moto”, explicaba en la vereda, siempre atento a la espontaneidad que da el vivo.
Así fue que, en un segundo, el foco de la acción pasó del estudio a la mismísima vía pública. “Y acá está el 39, ¿qué hacés? Pará, mirá qué parecido es... ¿Sabés a quién? No sé, pero a ver cómo está esto de lindo acá”, bromeó mientras subía al colectivo, saludando con picardía al único pasajero que viajaba en ese momento. Guido, con esa mezcla de vergüenza y desparpajo que lo caracteriza, enseguida se dio cuenta que estaba frenando el recorrido: “Bueno, maestro, querés llegar a casa, ¿no? Y yo te estoy parando acá. Tenés razón, viajás solo vos. No, bueno, vamos, que estamos haciendo mal”.

La secuencia sumó otro momento hilarante cuando una pasajera subió al colectivo y, en tono de broma, le pidió a Guido que le pague el boleto. Él, sorprendido, contestó: “No, dice ‘pagame’. Yo me salgo de acá a ver si tengo que dejar la sube”. Finalmente, al observar la larga fila de autos esperando avanzar por culpa de la interrupción, el conductor se despidió con una dosis de autocrítica divertida: “Ahí está, vamos. Avanzá. Mil disculpas, mala mía. La cantidad de autos... Sé que yo podría hacer eso que estacionan aviones...”.
Este tipo de episodios no son la excepción para Kaczka. Semanas atrás ya había hecho de la espontaneidad una marca registrada, al salir del estudio en plena emisión para saludar e interactuar con los vecinos del barrio. Aquella noche, la dinámica habitual del programa se vio interrumpida para dar paso a un juego que derivó en encuentros cara a cara, anécdotas y hasta una distribución improvisada de porciones de pizza y empanadas. El presentador visitó casas cercanas, charló con los transeúntes y saludó a trabajadores que se habían destacado previamente en el ciclo.
En paralelo, el reto, que consiste en llevar el propio auto y cargarlo con nafta sin pasarse de un número exacto para ganar un año gratis de combustible, estaba en pleno desarrollo cuando comenzaron a asomarse los curiosos. Y en ese marco, la familia se animó a compartir con el presentador. “¿Querés pizza, querés empanadas?”, le dijeron a Guido, quien con humor contestó que sí.
Enseguida, se lo pudo ver charlando con la gente, probando empanadas y hasta pidiendo otra porción para compartir. “Sí, una para mí y otra para el barrendero. Sí, por favor, a ver, tráeme una para mí, maestro”, dijo entre risas, mientras agradecía la generosidad de los vecinos.
Así, Buenas Noches Familia sigue demostrando que la televisión en vivo puede ser escenario de emociones profundas pero también de ocurrencias espontáneas y desopilantes. Con Guido como motor, el ciclo revaloriza la importancia de la gente común y convierte cada encuentro, cada improvisación y cada cruce inesperado en un momento único de show, empatía y diversión.
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