
“La marcha de la bronca”, “¿Dónde va la gente cuando llueve?”, “Padre Francisco”, “Catalina Bahía”, “Adónde quiera que voy”, “Gente del futuro”, canciones que ya cumplieron entre 40 y 50 años, traspasaron las generaciones y aún suenan vigentes. Miguel Cantilo las cantó a todas y a la gran mayoría las compuso. Y se planta al hablar de ellas, y de los motivos que lo llevan a conservarlas en su repertorio: “Las llevo en mi mochila sin que me pesen, no me produce ningún malestar el hecho de tener que cantarlas, todo lo contrario.”
No hay sombra de cansancio en la voz de este músico que vive entre Argentina y España, el país que lo cobijó cuando el exilio era sinónimo de supervivencia en la década del ‘70. Cada vez que las interpreta, siente que flotan nuevas sobre la gente y sobre sí mismo. “Sobre todo algunas como ‘La marcha de la bronca’, que parecen diseñadas para el momento que vivimos, porque habla de cosas que nos pasan cotidianamente”, dice satisfecho, consciente de que esas letras siguen siendo faro en la actualidad, como lo demuestra las invitaciones que le llegan para cantarla, como hará con Divididos el próximo 29 de octubre o este martes en un acto del gremio de docentes Ctera.
Cantilo se prepara para presentarse el 17 de octubre en el Café Berlín, y su entusiasmo se apoya tanto en la vigencia de sus himnos como en su presente musical. “Estamos preparando una presentación que no solo se dirige al material nuevo, sino que también vamos a hacer un paso por canciones de otras épocas. Canciones, por ejemplo, de los años ochenta, de Punch. Y también de algunas de Pedro y Pablo, pero por lo general va a ser más de mi material solista y sobre todo poniendo en alguna parte el acento en el disco nuevo que estamos sacando”, cuenta, con la frescura de quien no se conforma con vivir de recuerdos. El foco de su nuevo espectáculo está en “Amigo”, un disco que acaba de salir a la cancha con temas ya disponibles en plataformas digitales.
Aquel impulso de presente se ve reforzado por el entorno: “Tengo un grupo que está formado por dos de mis hijos, con quienes vengo trabajando desde hace varias décadas, desde que eran muy jóvenes: Sufián toda teclados y Anabel, el bajo. En la batería está Carlos Casalla, que es de Bariloche y ha tocado con nosotros en muchas oportunidades. Patricio Prado es vocalista, guitarrista y se encarga de todos los arreglos vocales del grupo. Y habrá una invitada que se llama Abril Roitman, un nuevo valor que vamos a presentar para matizar la jornada”. Cantilo subraya también cómo encaran el recital: “Lo que vamos a tratar de hacer es aprovechar el tiempo que estamos sobre el escenario para tocar las canciones una atrás de otra, sin hacer demasiado intervalo de palabras. Transmitir lo más posible la música, ese es el intento”.

—¿Qué recordás de la época en que fundaron Pedro y Pablo y cómo son esos reencuentros intermitentes a lo largo del tiempo con Jorge Durietz?
— Mi recuerdo se basa en que fuimos, como somos, muy amigos y aparte compañeros eventuales, porque tanto él como yo tenemos también nuestras carreras solistas, nuestras composiciones propias. Entonces, cuando nos juntamos con el dúo cada tanto es para rememorar y a veces también presentar cosas nuevas. Eso nos interesa siempre, ¿no? No quedar en lo que Silvio Rodríguez decía “servidor del pasado en copa nueva” (ríe). No quedar atrapados en el pasado, sino tener la posibilidad de mostrarle a la gente composiciones nuevas.
—Luego del dúo tuviste que irte al exilio. ¿Qué huella dejó esa experiencia en vos y tu música?
—Fue como un antes y después, porque acá tenía mis afectos y raíces, pero me di cuenta que no podía continuar haciendo mi trabajo porque había un grado de censura y de persecución que era peligroso. Entonces me fui primero para Latinoamérica, viví un tiempo en Colombia y después pasé a España, donde pude seguir con la tarea musical. Las dificultades que uno vive en otro país ayudan a madurar, a arreglárselas en un medio distinto. Si uno tiene persistencia y sigue haciendo lo que le gusta, eso te agiliza para las próximas etapas, como me pasó a mí con el regreso. Después de cinco años fuera, volví a la Argentina y me encontró bastante entrenado, por haber estado forcejeando para seguir haciendo música en otros ambientes. Siempre estoy emparentado con España, pero sin perder las raíces de acá, que son las que me traen cada año a cantar para la gente.

—Cuando volviste al país fue con Punch y hubo un giro musical, hasta en la imagen. ¿Cómo viviste ese desafío y el recibimiento del público?
—Fue traumático en algunos aspectos, porque la gente acá no se calla la boca y cuando algo no le gusta, lo manifiesta. Para ellos, pasar de haber sido un hippie que cantaba canciones de protesta a aparecer como un punk, new wave, todo vestido casi teatral, fue fuerte. Eso produjo un rechazo en algunos lugares, en otros no. Hubo festivales donde nos agredieron bastante, como en La Falda o en Prima Rock. Esas agresiones igual nos estimularon a seguir adelante. El premio fue que conseguimos un éxito de difusión, con “Adonde quiera que voy”, que compuso el baterista Isa Portugheis, que nos abrió la puerta para una continuidad de trabajo y después salieron canciones con mucho éxito. El grupo después se fue desgastando y nos separamos, pero fue una experiencia muy intensa.
—Muchas veces, tu obra se nutre de algún hecho real. Por ejemplo, el año pasado editaste Soto, sobre uno de los participantes de La Patagonia Rebelde.
—Es homenaje a un personaje hispanoargentino, un gallego de La Coruña que vino aquí a Argentina en el contexto de las protestas de los obreros en la provincia de Santa Cruz. Fue un líder sindical muy querido, muy valiente en su accionar, pero que cuando hubo una matanza muy grande de obreros logró escapar hacia Chile y ahí siguió su vida y su emprendimiento cultural. Tenía una especie de bar, un café, donde iban los artistas. Y bueno, lo hicimos junto con un sociólogo de Río Gallegos que se llama Miguel Oliva. Fue el que nos proporcionó los detalles, y armamos las canciones.
—¿Por qué tu nuevo trabajo se llama “Amigo”?
—Es una palabra que se repite a lo largo del álbum en diferentes oportunidades. Está pensado no como un amigo cualquiera, sino el amigo que cada uno de nosotros tiene internamente, con el que puede comunicarse a diario, al que le pide consejos, con el que se refugia a veces de las situaciones que vive. Antonio Machado decía: ‘Converso con el hombre que siempre va conmigo’.
—¿Y qué te dice tu amigo interno?
—Más que nada me dice que no me involucre en la locura que generan el odio y la violencia… me aconseja generalmente tratar de buscar por otro lado. Por el lado de la relajación, de la evolución, sobre todo. Precisamente, una de las canciones del álbum se llama Evolución. Es la necesidad de estar evolucionando permanentemente para no caer en lo contrario, que es la involución, lo que ocurre en gran parte del mundo y, por supuesto, en nuestro país, donde es bastante evidente en algunos estamentos, sobre todo del poder.
—¿Cómo ves hoy la escena musical argentina y la aparición de tantas propuestas nuevas?
—A mí me pasa que hay cosas que me gustan, por supuesto, y algunas nuevas que aparecen, como por ejemplo grupos como Eruca Sativa o, por supuesto, Divididos, que ya tiene su largo recorrido. Hay otras cosas que me sorprenden, como una canción de Pedro Aznar con la murga Agarrate Catalina, “Libertad”, que me gustó mucho porque dice ‘No existe libertad sin igualdad’. Está muy bien compuesta, me alegra que alguien como Aznar aborde esos temas. Hoy hay muchísima variedad, porque antes uno armaba una banda con los pocos que tocaban en su entorno escolar, por ejemplo, y ahora, en cada aula, puede haber dos o tres grupos. La gente se junta mucho más para tocar. Eso va sumando capas y capas de oferta y no solo en rock o blues, sino también en rap, con ritmos latinoamericanos fuertes.

—¿Te interesa la música de artistas más jóvenes que, aunque parecen lejanos a tu generación, hoy ponen el cuerpo en canciones que por su contenido, no por su forma, podrían ser catalogadas como “de protesta”?
—Sí, sí. Se dieron cuenta de que a través de la canción se pueden decir cosas y hasta influir en la gente y hacer reaccionar a un presidente. Se dan cuenta del alcance que tiene la palabra. Lo que no hay, creo, es un tratamiento más delicado, más elaborado con las letras, como el que había en décadas pasadas, con gente como Spinetta o Moris. Lo que se ha perdido un poco es ese culto al refinamiento en la palabra. Pero a cambio, apareció el rap, donde la palabra también es la protagonista y es una modalidad nueva. Igual, yo disfruto más lo que está hecho con dedicación y pulimento, no solo en el rock sino en las fusiones con tango, folclore o cualquier música bien trabajada. La vulgaridad y lo hecho por conveniencia de mercado no me atrae. Cuando me doy cuenta de que es música hecha para lucrar, no quiero saber nada con eso.
—¿Cómo hacés para mantener la energía de seguir tocando y creando a los 75 años, después de tantas décadas sobre el escenario?
—Hay que cuidarse porque es cansador, claro. Pero sigo… mi mujer dice que soy injubilable (risas). A mí estar arriba del escenario, pensar nuevas canciones, compartir con los músicos y con el público me da mucha energía. Eso es lo importante y por eso sigo.
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