Los martes eran de la Nouvelle Vague en Cinemateca. De sitios icónicos, de librerías. Los martes eran de citas con papá. De charlas a solas, de tentempiés que nutrían intelectos. Los martes eran de Pedro y de Marthita. De un idilio que dejó tanto y, además, tanto vacío que la talla de ningún otro hombre logró llenar “nunca jamás”. Resulta, éste, el primero y más inmediato corte de sus memorias de camino a entender cómo esa niña judía de aires sionistas, observadora y prodigio, se instaló entre los exponentes nacionales de la cultura under porteña en los gloriosos 80. Es que de influencias (y algunas otras presencias) se tratará este encuentro en el que, a veces díscola y siempre sensata, Martha Gloria Goldsztern (63), aceptará el desafío de correr a un lado a Divina Gloria para definirse mucho allá de la Chica Olmedo o del viejo intento de Madonna argentina.
Siete años pasaron ya de su participación en Extinguidas (2018) y algún tiempo más de Si solo si (2017), en Televisión Pública. Claro que en materia de actuación, que la tiene “en abstinencia por el orden que da a mi vida”. Entonces, desestimando aquel mito que promulga eso de que ningún séquito artístico de el Negro volvió a sentir siquiera cerca un éxito rutilante, ella prefiere hablar de “rachas”. Hoy, y dos años después de la conducción de la serie documental Los 80, divino tesoro (Canal Encuentro), la entusiasma cada ensayo con Shalom, baby!, el trío a la que da voz y que conforma con Pedro Onetto (piano) y Nicolás Rainone (contrabajo), de cara a la presentación del 24 de mayo en Lamroth y del 8 de junio en el Chacarerean Teatre. Divina (tan sintiente y urdidora) no nació para estar quieta. A priori dirá que sí. Que disfruta “de la ausencia de mi voz”, como llama al silencio. Porque, en definitiva, “siempre habrá un Roberto Arlt en el que sumergirme”. Pero será cuestión de segundos admitir que ni un confinamiento mundial la detuvo.



Tal es así que en tiempos pandémicos (“de tanta incertidumbre que hasta llegué a pensar ‘¿qué hago? Me mato ¡Me tiro por el balcón!’”, según dice), se dedicó a “convocar ángeles”. Todo comenzó con la inquietud de un tal Mark Johnson, conmovido por la historia familiar de Ros (Rosalyn Ariel), su mujer y, en algún punto del árbol, prima de Divina. Así fue que esta pareja, oriunda de Coventry (Gran Bretaña) e interesada en el rastreo de parientes americanos, llegó el encuentro porteño “que siempre había desvelado a mi madre”, cuenta. Y el contacto fue tan inspirador que así nació Sangre no es agua, el documental que ella se propuso producir, dirigir, editar y narrar cuando aún nadie se animaba a trabajar. “Y te juro que de no haber hecho este trabajo emocional, hoy no estaría vida”, asegura. Dejaremos los pormenores de una trama maravillosamente artesanal para los curiosos de YouTube. En resumidas cuentas, Mark y Rose encendieron en Divina la imperiosa necesidad de refrendar a los suyos y, por ende, al origen del teatro yiddish en Buenos Aires: “Finalmente la génesis de todo esto que soy”, según define.


De trayecto sobre una genealogía de fábula, aparece Bella Ariel: “Una gloria del arte” que había debutado cuando niña en el Gran Teatro de Lodz, ciudad polaca donde nació y se consagró como actriz precoz durante la Primera Guerra Mundial dirigida por popes como Vaksman y Zandberg. “Mi abuela rocks”, cuenta Divina. “Tenía la boca siempre de rouge bien colorado, una miraba de avanzada y ningún prejuicio. Para ella todo era un gran ‘ok’ y lo único que le importaba era estar flaca para que la contratasen en los teatros”, recuerda. Bella fue mucho más que una gran mentora, “fue mi primera amiga y, aparte, la primera actriz que conocí y que admiré”, señala. “Al punto de decirte que la amé mucho más que a mi propia madre”, sentencia. “Mi abuela estaba muriendo y yo dormía en el piso, pero literalmente en el piso… Ni mantita, ni nada. En el piso y al lado de su cama, como si estuviésemos unidas por un cordón indisoluble. Porque yo estaba de novia con papá, entonces con mi vieja nos llevábamos pésimo”, revela respecto de un vínculo que ya desandaremos.

“Mi apellido es Goldsztern: ‘gold’, de oro, y ‘stern’, de estrellas. O sea que soy Divina Gloria Estrella de Oro… ¡Pará! ¿Qué culpa tengo?”, bromea sobre lo que parecería casi un designio. Ya a los cinco, Marthita participaba en escenarios del teatro Yiddish, movimiento del que Bella y su marido, el actor polaco Suchard Handfuss (que luego la dejaría por la vedette Berta Loran), fueron pioneros en el país. Para entonces, y mucho antes de sus estudios en el Instituto Lavardén, la pequeña promesa cantaba jazz en perfecto inglés: “En vez del Arroz con leche yo ya te sabía Summertime de Gershwin”, se jacta. “Es que a esa edad pasaba las noches sentada entre bambalinas y a escondidas por ser menor, para ver a Alfredo Alcón (1930-2014) en Las brujas de Salem con Milagros De la Vega (1895-1980) y las quince brujitas. Esa también fue parte de mi formación, como lo eran las clases de flauta, guitarra, yiddish, francés y tap, por ejemplo”. Claro, sin contar las tertulias continuadas en el living de Lavalle 2762, tercero 23.

“Mi casa era verdaderamente un centro cultural”, evoca Divina. “El sitio del vernissage, de todas las tardes y todas noches, que olía a tei mit limene (té de limón) y al que llegaban divas rusas y polacas, como la Rabinovich y la Rafalovich, con peinados impecables para hablar fuerte y todas a la vez en la cocina de dos por dos. Así se esperaba al resto (en su mayoría músicos) para copar el comedor en plan de cantar hasta el alba y ensayar lo que vendría”. Mindele, como la llamaban a Marthita, debutó de la mano de Bella en Se puede vivir pero no dejan, “con mucho público, con mucho éxito y, por sobre todo, con mucha alegría”. ¿Infancia poco convencional? “No, la mía fue muy normal. Porque así deberían ser todas las infancias. Con incentivos, con estímulos constantes por parte de los mayores, porque solo así se despabilan talentos y pasiones”. De todos modos, y así como leyeron en las primeras líneas de esta nota, Divina tachaba calendarios esperando cada martes.

“Cuando digo ‘mi papá’, puedo ver su carita, sus manos… ¡Y me emociono un montón!”, dice quebrada. “Siento orgullo de ser la hija de ese pibe. Porque hoy es un pibe para mí”, indica en referencia a que Pedro Goldsztern falleció a la edad de 42. “Él era un apasionado. Tenía fascinación por muchas cosas, pero también por Hugo Guerrero Marthineitz (1924-2010). Y cuando echaron a ‘el negro’ de la radio, él armó un grupo de escuchas que iban a arengarlo”, dispara así, en memoria random. “Mi viejo era muy raro. Muy curioso. De repente me decía ‘mirá para allá’ y veía el Cabildo de Tucumán; Vení para acá, y el cambio de guardia de los Patricios; Subite al caballo, y a cabalgar envuelto en un poncho. ¡Porque era una gaucho judío! ¿Entendés?”, cuenta. “¡Y a la vez el teatro! ¿Qué es todo esto? ¿Cómo no voy a ser así?”.

Pedro “laburaba de muchísimas cosas”, dice en intentos de ordenar cierta currícula. “Era contador y ‘un de todo’. Fue gerente del Club Chacarita Juniors. ¡Y trabajaba en una agencia de investigaciones privadas, tipo Sherlock Holmes!”, revela. ¿Goldsztern fue espía? “Sí, tal vez”, responde Divina. “Por ahí me decía: ‘Vení, vamos a la séptima (comisaría de Lavalle y Pueyrredón) a ver a mis amigos… Todavía recuerdo que uno de los canas me esposó para hacer ‘el chiste a la nena’. O, de repente, había una cirugía y él la presenciaba desde la platea vidriada que hay arriba de los quirófanos, ¿viste?”, relata. “Tenía amigos, muchos amigos en todos lados. Cuando padeció su primer infarto se divertía anotando, en su libretita, los nombres de todos aquellos que habían ido a verlo.” Además, era un gran cocinero de buseca y la repartía, puerta a puerta, a los vecinos de la cuadra…. En ollitas, ¿viste? Porque en ese entonces no existían los tuppers”, aclara. “Él siempre tenía un salamín colgado detrás de la puerta y un chocolate bien cortadito para ver S.W.A.T. (ABC, 1975) todos los lunes, la única noche de la semana en la que no había teatro”.

El llavero de Pedro era algo así “como la batería de Def Leppard”, describe con gracia. “Ya me emocionaba escuchar su silbido y el ‘chiki-chiki’ de las llaves acercándose a casa. Así lo esperaba yo… (se sostiene la cara con una de sus manos y mira hacia arriba con una sonrisa) ¡La novia! ¿Viste? Y todo eso mientras mi vieja, espléndida y durmiente, ni siquiera se enteraba”, relata siempre nostálgica y efusiva cuando de su padre se trata. “Sutilmente, él me llevaba a las librerías a revolver textos. Me compraba Stanislavski, Chéjov y Strasberg, con dedicatorias de caligrafía soñada. Yo tendría siete u ocho años y me escribía cosas como ‘Si Dios y tu talento permiten que seas una actriz, todo esto va a ayudarte. Y si no sucede, te ayudará a entender mucho mejor los espectáculos que quieras ver’. Y yo le hice caso. ¿Viste que, al final, no soy tan loca ni tan mala ni tan rebelde?”, dice. Divina ha sabido guardar varias de las cartas de su padre, en especial la que recibió a sus once años y hoy comparte por un final que no ha olvidado. “En el pie, me escribió: ‘Para mí no sos un jeroglífico’. Y con esas palabras la abrazó para siempre. “Fue decirme: ‘No creas que nadie te entiende. Yo banco tus silencios. Te cazo al vuelo. Conmigo no hay nada que explicar, inclusive tus llantos tantas veces a escondidas’.” ¿Qué otro hombre sería capaz de decirme eso?”, se pregunta emocionada.


Sí, aquella frase se convertiría en “una sentencia”, reflexiona. “¿Quién pudiera quererme más y mejor que él? Y fue así. Pero bueno, papá era el novio de mamá”, dice con ironía. “El marido de la gran Cecilia Hansfull. Una princesa de cinturita envidiable. Una muñeca hija de actores, lo más cercano a Liz Taylor que yo haya conocido”, define. “Y Pedro se enamoró de ella, de la ex mujer del legendario Leibele Schwartz (Yehuda Kirzner Schwartz)”. Recordemos, este último, no solo una eminencia artística de la liturgia judía sino que, además, quien años más tarde sería padre de Adrián Suar (57). Leibele y Cecilia tuvieron dos hijas, Miriam y Susana, “a las que amo. Bueno, a veces”, asegura. “Y… ¿Sabés qué? No sé si a Adrián le gusta que yo cuente que compartimos hermanastras… ¿No? Pero, bueno, es así”, piensa y se responde en voz alta evitando más detalles. “Mi viejo le llevaba trece años a mamá, y juntos eran dos locos hermosos que bailaban por la casa enamorados”, evoca. “Así fue mi infancia, increíble pero un manicomio. Criada por dos actores que hablaban en polaco… Todo era mucho. Mucho. Mucho.” Entonces hoy, cuando ecualizo toda esa energía, elijo silencios de cuatro días. Me convierto en un Buda con un tímpano que no tolera ni mi propia voz.


“Si hoy soy una atrevida es porque amo y amé muchísimo a mi viejo. Siempre fui una niña consentida, sobreestimulada. Y eso te da un mega power, ¿viste? Decís: ‘¿Y a esta enana qué le pasa?’ ¡Está ‘en alta’! Sí, es que tuve ese papá y por eso no me casé jamás: Nadie superaría su amor”, suelta. Hilando memorias, Divina concluye que ha transitado una “difícil adolescencia”. Y la explicación también tiene que ver con Pedro: “¡Porque se murió justo cuando me tocaba a mí!”. Se refiere a sus medias hermanas. “El quince de una. El quince de la otra. Primero tuvo que casar a una, después debió casar a la otra… ¿Y a mí? ¡Pero qué atrevido! Eso es un abandono, ¿o no?”, pregunta. Goldsztern se fue iniciado los 80. “Y no dejó un vacío… ¡Todo estaba lleno de muerte, de falta!”, define Divina. “No sé cómo hubiese reaccionado otro adolescente en mi lugar, porque no sé cuántos han amado así a su padre, a estar en familia… Porque yo era una nena de su casa”, recuerda. “Entonces empecé a trabajar, a trabajar, a trabajar. El dolor me hizo workoholic”, asegura. “Yo no soy una persona social. Soy un bicho raro: O me temen o meto miedo. Por lo general, la gente me atemoriza a mí. Y el hecho de estar afuera, tener que relacionarte, entrar en una disco, grabar con Cachorro López o ser una chica Olmedo, fue dándome cintura en eso de los roces y, principalmente, llenando esos espacios”.

Es entonces que descubre un pasaje inédito de su historia: “Estuve presa durante siete días y siete noches”. Fue al cumplir los dieciocho. “Yo tampoco entendía ni analizaba… ¿Viste cuando las cosas suceden sin que las veas venir? Así como de un día para otro me encontré al lado de Olmedo, de repente un día me vi entrando a la cárcel de mujeres en Ezeiza”, cuenta. Todo comenzó una mañana en la que Loquillo, su primer novio, se disponía a dejar la casa que compartían en Ramos Mejía. “Abajo lo esperaban ocho canas de civil”, recuerda. “Al subir, Loqui me dijo: ‘Divi, estos señores son policías. Está todo bien’. Y empezaron a romper todo. Parece ser que buscaban un kilo y medio de marihuana”. Dice que, además de haber encontrado solo “una tuca”, aún hoy sigue reprochándose la ingenuidad. “Yo no sabía que debía pedir una orden judicial… Hoy, en un momento así, hasta una chica de doce te grita: ‘¡Ey, pará, a mi casa no entrás!’”, explica. “Pero era lógico, yo estaba en otro planeta: enamorada y perdida sin mi viejo”. “No sé por dónde viene la oscuridad. Yo siempre estoy en la luz, en estado de amor. No sé de perversiones, ni de lo que otro cocina o de quién buchonea. A mí no me gusta fumar marihuana porque me pasó todo eso que me pasó…”, confirma. “¡No fumo! Si yo soy psicodelia pura en mí misma. Porque, además, no te lo sacás más el olor. Ni el olor de la marihuana ni mucho menos el de la cárcel… Nunca pude olvidar ese olor ¡Behind bars!”, asegura. La experiencia aún duele. “Yo me cagaba, pasé el período en condiciones fatales, dormía en una litera sin colchón y lloraba”, describe. “Me acuerdo que tenía un libro, Flores robadas de los jardines de Quilmes (Jorge Asís, 1980), y una lamparita quemada. Entonces hacía esfuerzos por leerlo con la poca luz que entraba de una ventanita diminuta que daba a una ruta. Creo que por eso que hoy soy tan adaptable que hasta podría dormir dentro de un sarcófago en Japón”, suelta con gracia.

Hasta entonces, “Ezeiza había sido la puerta hacia el mundo” para Divina. A partir de ahí, el Complejo Penitenciario Federal IV de Mujeres, sería “el infierno”. Una semana después de su ingreso, “se hizo presente un juez y me preguntó: ‘¿Usted tiene abogado?’ Y le respondí: ‘¿Un qué? Yo soy una niña de escuela, de Borges, de teatro y la purpurina, de la sonrisa… ¡No sé! ¡No sé qué dice! Y se fue sin decirme nada”, recuerda. “Cuando tenés dieciocho no sabés nada de nada. Todavía hoy no sé nada de nada… Y no me importa”, refiere. Divina no sabe quién ni cómo salió de prisión. “Dejame que lo piense…”, me pide. “Nunca me esperé que, en aquel entonces, pasase eso… Como tampoco que me lo preguntases ahora. Lo inmediato que sí recuerdo con claridad es que me bañé diez veces seguidas. Y al toque aparecí en el estudio de No toca botón, al lado de ‘el negro’, y en otro de grabación poniendo la voz a primer disco (Desnudita es mejor, 1985)... ¡¿Qué pasó con la vida?!” Nunca tuve mucha idea de sus hilos y sus tramas.

Otra vez entrará Pedro a escena. Porque él tuvo mucho que ver con que Divina encontrase a su “otro papá”, según comenta. Resulta que Don Goldsztern era “amigote” de Hugo Sofovich (1939-2003) y jamás faltaba oportunidad de pedirle ‘¡Meteme a la nena!’. “Pero a esta nena no le daba la altura”, suelta con humor. Y como pago por haberlo ayudado a conseguir locación para Las mujeres son cosas de guapos (1981), el productor cedió una breve participación en dicho film. Ese fue el primer aproach, que finalmente remataría Inés Quesada, vecina de Olmedo en Punta del Este. “Ella me recomendó después de haberme visto en Mar del Plata, con el grupo Caviar. Entonces ‘el negrito’ me llamó para conocernos. Vino a casa, donde le canté, le recité, le hice de la Singerman y hasta le bailé tap para convencerlo”, relata. “Me citó en canal 11 y al llegar, Hugo me vio y gritó: ‘¡¿Qué haces, Marthita?!’ Y todo comenzó como si hubiese sido escrito”, recuerda de sus inicios con el ícono del humor nacional al que, dice, “nunca llamé por su nombre, sino como ‘señor Olmedo’”.


Ya tenía un nombre. Y se hace inevitable contar la entraña de la designación. Fue en tiempos de Los peinados Yoli, “la agrupación que le dio un nuevo lenguaje a la escena under de los 80”, como supo definir Doris Night, uno de sus creadores. “Ni bien nos liberaron de la cárcel, comenzó el pop otra vez… ¡La preciosa juventud! Fueron tiempos de seudónimos increíbles: Tino Tinto, Batato Barea… ¿Viste? Y yo tenía por ahí libros de las grandes figuras femeninas de Hollywood. Las tapas decían: ‘Divina Greta’, ‘Divina Marilyn’… Entonces, utilizando mi segundo nombre, pensé: ‘Divina Gloria’. Y quedó”, relata. Pero Marthita es “tan judía”, que encontró en su fe la confirmación de una buena elección. “Viajando en el 101, ya participando del programa más popular del país, escuché que una chica le decía a su novio: ‘Mirá, es la de la tele. Yo no sé por qué, siendo judía, se puso un nombre tan cristiano’. ¿Entendés las psiquis de las personas? Yo no entiendo ni la mía, imagínate… Pero yo nunca había pensado en el Muro de los Lamentos ni en la Iglesia Ortodoxa ni en Jerusalén.. ¡Qué se yo! Entonces, algo dentro de mí hizo que bajase y me metiese en una librería de Pueyrredón y Corrientes para comprar La Torá con traducción. Y ahí leí que después de quinientos años de esclavitud, el pueblo ya cansado de vagar durante cuarenta años, se asentaba a descansar… ¿Sabés dónde? Debajo de ‘nubes de gloria divina’ ¿No es genial toda esa mística?”.

A Olmedo llegó a llamarlo “papá”. A Fito Páez (62), “hermano”, aunque a veces “mi tía, toda una señora mayor”, bromea. Y para coronar el mayor de los tridentes de la cultura popular, Charly García (73). Y éste último entra a la conversación con un interrogante: ¿Por qué no funcionó el amor entre ellos? “¿Y quién dijo que no funcionó? Sí funcionó. Porque también así son los amores… ¿O cómo debería ser el amor?”, responde. “El amor es un loco y yo más loca que él. Mamá, refiriéndose a mí, le decía a mi hermanas: ‘Ahí está. Otra vez volvió llorando… Y sí, estuvo con Charly García. ¡Ella está más loca que él!’”, cuenta. Se conocieron en 1981, “cuando hice de extra en Peperina (Serú Girán)” y cuatro años después “abrí Piano Bar en el Luna Park, tirando purpurina antes de que él subiese al escenario. Y sin pedirlo. Después entraron los músicos, los extras, los putos y todo lo demás. Pero primero fui yo”, subraya. Desde entonces no salieron del radar, “y todo fue un ida y vuelta, un estar y no estar, un algo eterno”, describe.

En empeño de citar un inicio entre memorias “desordenadas”, Divina evoca: “Una noche soñé con un piano y al día siguiente, al entrar al cumpleaños de Torto (Umberto Tortonese, 60), vi a Charly tocando. Y en cierto momento, él me miró y dijo: ‘Home’ (a casa). A partir de ahí, las madrugadas fueron de miriñaques. Hasta que él un día me dijo: ‘Esta está embarazada’, me sacó la ficha. Y empezamos a jugar y, de repente, a no aguantarnos más. Tal cual es el amor de cortos circuitos”. Ya nada ni siquiera se parece a ese vínculo “tan nuestro” que sobrevivió a las décadas. “Cuando lo tenía cerca, pero muy cerca, no solo veía su música. Yo veía sus pecas, su genialidad. Y a mí me hacía llorar de amor, de sensibilidad… Tuvimos un affaire espiritual”, define. “Pero él era demasiado alto para mi apenas uno cuarenta, ¿no?...”, ironiza. “Siempre había como una lucha. Yo llegaba al Faena con un tutú negro y él decía: ‘Después no me digas que tenés un hijo, eh’. ‘Y sí, tengo un hijo’”, monologa. “Pero no. No puedo tener pareja... ¡Pareja! ¿Sabés lo que es ser pareja? ¡Parejo! Yo no puedo…”, balbucea. “Bueno, en algún momento voy a tener que poder”, piensa en voz alta.

Hace tiempo que no sabe de él. “Ya no tengo relación. Todo el tiempo escucho, veo, me preocupo, no me preocupo, me gusta y no me gusta lo que pasa con él. Es que después los hombres tienen novia o esposa y se hace como un muro de Berlín… ¡Y yo no voy a hacerle daño a nadie! O tal vez sí, porque molesto, porque soy genia, atrevida, compongo letras y canté el primer rap. Pero no puede haber competencia de otra mina o novia de Charly conmigo. ¡Las minas son bravas!... Y yo también”, analiza de corrido, así sin puntuaciones. Jura que no lo extraña, “pero después sí. Y escribo”. Ahora se enamora “platónico”, afirma. O sea, “de muertos, de newyorkinos, de musulmanes… ¡Para que nada pueda realizarse! Para que no se dé el fideo, lo cotidiano. Porque después si yo me quiero ir con el polcado del violín, no quiero que me lo hagas a mí… ¡Quiero también yo ser el varón que curte con ‘otras minas’! Si no… ¿Qué sé yo? Es un caretaje si todo el tiempo todo enamora”.

Finalmente, entre tanto de hombres y amores, hablará de León Villafañe Goldsztern (25), a quien llamaremos Lenny. Se trata del hijo que tuvo con el músico y compositor Horacio Carlos Oscar Villafañe (1963-2011), más conocido como Gamexane, creador y vocalista de Todos tus muertos, cofundador de La sobrecarga y Los 7 delfines. “Esa sí que fue una amistad eterna con mucho erotismo”, define Divina. “Ayer leí algo genial. Dicen que el primer hijo varón hereda los rasgos su abuelo materno. Y sí, Lenny es muy parecido a papá”, apunta orgullosa. “Pero a la vez, y también, yo vi en Gamexane algo de mi viejo. Así, negrito, ¿viste? Nunca nos celamos, ni siquiera discutíamos… ¡Nos divertíamos juntos! Y yo quedé embarazada en Madrid”, recuerda al pasar. “Era una groupy con plata que estaba en la cama, agarraba el teléfono y preguntaba: ‘¿Dónde tocan?’ ‘En El revólver’ ‘¡Bueno, voy!’” Y aquella vez, en España, ‘llegué para irme’ como diría Gabriel Chame Buendía (64). Ya en Buenos Aires, re flaca y divina, el día de mi cumpleaños (6 de febrero de 2000) dije: ‘No sé si comer o vomitar’. Así me enteré de que tendría un bebé”.


Tiempo atrás, mamá lo definió a este “chico exótico, de aspecto egipcio, chino, judío y jujeño”, como “un ser iluminado, educado, un gran alumno con notas inmejorables y muy adulto para las decisiones”. Lenny “habla perfecto inglés, portugués y francés”, es aficionado al cine, “lee sobre fitness y anatomía”, sabe analizar arte pictórico, ama la música, “toca increíblemente la guitarra y la batería” y “canta genial”. Pero hoy, a esta hora, parece no resultar un buen momento para hablar de su maternidad. ‘¿Qué es hoy de su vida?’, pregunto. “Brilla... ¿Qué se yo? Ni idea”. Porque, como explica: “Hace tiempo que no vivimos juntos y ya no sé mucho de mi hijo. Es más, ayer cuando nos vimos, nos trompeamos”, dispara figurativamente, claro.

“Lo que pasa es que, de repente, soy como cíclica, ¿viste? Cuando no tengo ganas, no tengo ganas. Y cuando arranco y pongo primera, todo se abre, se alínea y tengo ganas de atender el teléfono, de venir hasta acá, de charlar con vos… Ya está. Hay un ‘luz, cámara, acción’”, explica Divina. “Y ayer, Lenny me vio como distinta de antes, porque yo puedo estar un año en una cama, deprimida… Como cualquiera de nosotros. Todos podemos todo. No conviene, pero a veces hace falta y es lo único que querés hacer”, asegura sin intención de explayarse demasiado. “Y es estado muy personal que me permitiría mucho más, a mí misma, si no tuviese que trabajar de Divina Gloria”, relata. “No es fácil ser yo, eh… Nací con una carta natal rarísima: soy Acuario-Acuario-Tigre. O sea: aire, aire, aire. ¡Realmente un jeroglífico!…”, remate suspicaz. “¿Vos crees que papá me mintió?”.
Últimas Noticias
Tini Stoessel brilló con su show en Madrid y recibió el apoyo de Rodrigo De Paul desde la tribuna
En medio de los rumores de romance, el futbolista del Atlético de Madrid asistió al recital de la cantante junto a Julián Álvarez

Nicole Neumann reveló los detalles de la dieta vegetariana de su hijo: “Espinaca, pepino y manzana verde”
La modelo compartió detalles sobre la alimentación basada en plantas que sigue su pequeño, resaltando que está diseñada para cubrir todas sus necesidades nutricionales

Noelia Marzol contó qué le responde Ramiro Arias cuando hablan de tener un tercer hijo: “Sigue en la mesa”
La bailarina habló sobre su presente como madre, su vínculo de pareja y las dificultades para sostener la intimidad. También reveló que propuso tener un nuevo bebé y la respuesta de su esposo

El error ortográfico de Julieta Poggio que desató una ola de críticas en las redes sociales
La exparticipante de Gran Hermano se convirtió en una influencer de la moda, marcando tendencia con sus outfits y estilo, sin embargo, una equivocación la convirtió en blanco de los haters
