“REVIVIÓ EL ROCK”, twitteó Dillom en mayúsculas minutos después de haber firmado su página en la historia del Luna Park. Razón no le falta, porque sabemos que el rock no es solo un género ni un estilo, sino también una manera de pararse ante el mundo, una cuestión de actitud. Tantas veces lo mataron, tantas veces se murió. Y sin embargo está aquí, resucitando de la mano de un rapero que partió desde el trap pero sin descuidar jamás su bagaje punk, su fascinación por la distorsión pesada ni su paladar deformado por las texturas electrónicas.
El rock gana una nueva vida en manos de alguien que se murió. Al menos así lo dio a entender al lanzar su fascinante POST MORTEM, un sólido álbum debut que encuentra concepto, delirios y obsesiones en torno a la muerte. Ahora lo llevó a otro nivel al convertir el Palacio de los Deportes en un gran cementerio por el que pulularon fantasmas, zombies, esqueletos, tumbas, espíritus y entes de todo tipo.
¿Dillom es un fantasma? ¿Viene del más allá para darle un nuevo sentido a esto de juntarnos alrededor de un puñado de canciones? “POST MORTEM es más que un disco. Trascendió eso, es un movimiento ya”, dijo en uno de los pocos momentos que se tomó para reflexionar sobre lo que estaba pasando en Buenos Aires en esta húmeda y ventosa noche de miércoles: una multitud fascinada por su flash y que agotó todos los tickets varios meses antes de la fecha señalada.

Así como ya lo había hecho en las cuatro funciones de mayo en Vorterix, el artista demostró su elástica capacidad de manejo de escenario y de su propio repertorio. Por un lado, la puesta tenebrosa dividida en tres plataformas flotantes, las visuales psicodélicas y las penumbras acentuaron los aspectos más mortuorios y sad de sus letras. Y después, el hecho de alterar el orden de las canciones del disco -concebido como obra conceptual- para mezclarlo con tracks anteriores dejó a la vista todos los Dillom posibles.
Acompañado por el Gringo, Haye, Lamadrid, Fermín y varios de los integrantes de la Rip Gang como invitados, fue del forreo (”A$AP”, con Muerejoven) al reggaetón (”Orgániko”, con Broke Carrey) y de ahí al rkt (”Hegemónica”, originalmente grabada con L-Gante). También le sacó filo death metal a “Side”, se enredó en la distorsión de “Latas” (con K4 y Proyecto Gómez Casa), se puso melanco-pop para “Bicicleta”, hizo saltar a todos con su rap industrial a la Kanye West (”Reality”) y la subió a Saramalacara para punkrockear juntos en “Rocketpowers”. Todo en la misma peli de terror, como si fuera una historia de Stephen King o un videoclip de Marilyn Manson.
También hubo tres guiños al “puro rock nacional”, algo que de alguna manera pedían esos trapos de Los Piojos y del barrio de Pompeya que flamearon durante todo el show. Primero, una inesperada versión de “Una vela”, de Intoxicados, antes de la propia “Rili Rili” (”Más drogao’ que el Pity”, se describe a sí mismo en esta canción). Después, consolidó un trío con los Miranda! -quienes cumplieron con el dress code sugerido para este y todos los shows de Dillom: remera blanca con manchas de rojo sangre- para “Dos”: la canción que lanzaron juntos hace unos meses y que había sido adelantada por el rapero y Ale Sergi en Pogo o Nada, ciclo de Infobae.
Y después, la aparición entre las sombras de Gillespi para una introducción misteriosa y jazzera sobre la confesional y emotiva “La primera”. Mientras el ex Sumo y Las Pelotas dibujaba en el aire con su trompeta, Dillom pasó del escenario a una plataforma simil muelle abandonado que instalaron en el superpullman del Luna Park. Y desde allí, bailó y cantó con los ojos cerrados, acompañado por un grupo de fantasmas ahorcados que colgaban por encima de la platea. Cuando terminó, volvió con sus compañeros a bordo de un gomón propulsado por el mar de gente que seguía transpirando en el campo.


Ávido lector de su época y con un gran sentido del humor, Dillom regala múltiples referencias en todo momento. Desde un falso Bizarrap (interpretado por Lamadrid) que amagó a hacer la “BZRP Music Sessions #9″ y que derivó en su hit “Opa”, hasta el irónico interludio de Bohemian Groove Corp -el selló que fundó junto a sus socios- interpretado por Ricardo García, también le tira a sus colegas (”No es porro lo que fumo, son cenizas de rapero”, frontea en “Coach”), se ríe de sí mismo (”En el stage me vuelvo tonto como Frankestein”, dice en “Pelotuda”) y entiende cómo es esto del éxito (”Es muy fácil que me quieran ahora que no tengo sarna”, cuenta en “Piso 13″).
“Esto es una puta locura”, dijo y se agarró la cabeza sin poder creer después la multitud a sus pies. Después de “Sauce” y la enrevesada y romántica “220″ (imposible no conmoverse cuando dice eso de: ”Yo no sé mucho de amar, pero si sé del dolor”), se despidió prendiendo una luz al final del túnel: por los parlantes comenzó a sonar la maradoniana “Live is Life” (Opus), un reverso esperanzador del réquiem “Post Mortem” con el que había salido al escenario. Es que después de haber sido protagonista de un show irrepetible como este, sin dudas vale la pena estar vivo.


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