El cine nació silente. No había sonido en las películas y no lo hubo hasta finales de la década del 20. Al empezar los 30 el cine sonoro creció de forma veloz y en poco tiempo todas las películas ya tenían sonido. Hay miles de historias fantásticas, divertidas y también trágicas alrededor de esa transición. Pero una de las más delirantes y también curiosas tuvo que ver con la más famosa adaptación del clásico de Bram Stoker: Drácula. El miedo a perder el gigantesco público hispanoparlante por culpa del idioma llevó a los estudios Universal a pensar en una decisión extrema: filmar dos versiones de una misma película, aprovechando los costosos decorados construidos para una de ellas.
Todos identificamos a Drácula con la imagen de Bela Lugosi. El famoso actor había interpretado al conde en teatro, y con esa imagen arribó al cine. Su vestuario, su capa, su peinado y todo su estilo se convirtieron en la irremplazable imagen del vampiro creado por Stoker. Este éxito de taquilla asegurado, sin embargo, no convencía a los productores acerca de cómo vender el personaje a los enormes mercados de habla hispana. Entonces fue cuando decidieron filmar de día la versión que hoy es un clásico, y durante la noche la versión en castellano, que se volvería una de las piezas más raras de la historia del cine mundial.

Cuando todo el equipo de la película oficial -con su director Tod Browning y su estrella Bela Lugosi- se iba a dormir, otro staff llegaba a los sets y filmaba el mismo guión, pero con otros actores y en castellano. Como verdaderos niños de la noche dignos de un filme de terror, intérpretes de habla hispana ocupaban sus lugares y se convertían en los personajes de la novela al caer el sol.
Los problemas no estaban en los horarios, sino en varios inconvenientes que en Hollywood no tuvieron en cuenta en aquel momento. El primero de todos fue, irónicamente, el idioma. El concepto de castellano neutro que hoy es común no existía para los estudios. El abismo que separa al español de España y el latino tampoco era tomado en cuenta. Esto, por supuesto, fue un gran error. El actor destinado al rol de Drácula era el español Carlos Villarías. Su acento español era total, sin medias tintas. Si a eso le sumamos el histrionismo del intérprete y su gestualidad exacerbada, el resultado es por lo menos ambiguo, por no decir cómico.

Pero eso no era todo. La chica de la película, llamada Eva, era interpretada por Lupita Tovar, actriz del cine mexicano. Y Juan Harker tenía la cara de Barry Norton, actor argentino. La ensalada de acentos incluía a toda Hispanoamérica, ninguno de ellos con acento de Transilvania. Esto no le preocupó demasiado a George Melford, director del filme. El motivo es fácil de entender: Melford no hablaba una palabra en castellano.
Aunque no todas fueron malas noticias para los noctámbulos. Al no ser la versión realizada para los Estados Unidos, la película no tuvo ningún control ni censura. A nadie le importó si había más o menos piel a la vista o si los mordiscos estaban pasados de rosca. Si había momentos más perturbadores o violentos, nadie lo objetó. Se trabajó con más libertad y la película tiene algunos destellos de locura que son destacables. En Estados Unidos se volvió inconseguible y objeto de obsesión para los cinéfilos amantes del género. En nuestro país fue exactamente lo contrario.

Cuando la versión de Drácula con Carlos Villarías llegó a la Argentina, con todos sus acentos y sin Bela Lugosi, el resultado fue catastrófico. No provocó miedo, solo risas, y la gente criticó mucho el cambalache idiomático que tenía. Sin saberlo, ese público permitió algo maravilloso: que nuestro país se inclinara por el subtitulado de ahí en más. Aunque hoy está en retroceso, lamentablemente, Argentina es un país que se caracteriza por ver la mayor parte de las películas en idioma original.
Pasaron muchos años hasta que el clásico con Bela Lugosi, el verdadero Drácula, llegara a verse en los países de habla hispana, pero no pasó ni un año antes de que los estudios de Hollywood dejaran de intentar esos experimentos delirantes. De esa locura queda una prueba tan rara como adorable, el Drácula en español interpretado por Carlos Villarías que en voz alta y mucho acento exclamaba: “¡La sangre es la vida, señor Renfield!”.

Agradecimientos: Estudio Faiketen (@faiketen)
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