
Microsoft ha cerrado oficialmente el ciclo de vida de Windows 10, el sistema operativo que dominó el mercado informático durante más de una década. Con esta decisión, millones de dispositivos en todo el mundo dejarán de recibir actualizaciones de seguridad, lo que no solo plantea un problema tecnológico, sino también un desafío ambiental de grandes proporciones. Expertos advierten que esta medida podría generar una ola sin precedentes de residuos electrónicos y aumentar la huella de carbono global.
De acuerdo con estimaciones recientes, cerca de 400 millones de computadoras aún utilizan Windows 10 y no podrán actualizarse a Windows 11 debido a limitaciones de hardware. Esto significa que, en muchos casos, los equipos quedarán fuera del ciclo de uso, impulsando su reemplazo por nuevos dispositivos. Organizaciones ambientalistas y defensores del “derecho a reparar” advierten que esta transición forzada representa un golpe directo a los esfuerzos de sostenibilidad tecnológica.
Aunque Microsoft asegura que los dispositivos con Windows 10 seguirán funcionando, la falta de parches de seguridad los volverá vulnerables a ciberataques y fallos del sistema. En consecuencia, muchas empresas, instituciones públicas y usuarios particulares se verán obligados a reemplazarlos, generando millones de toneladas adicionales de desechos electrónicos.

Un impacto ambiental que podría evitarse
La decisión de terminar el soporte gratuito para Windows 10 marca un punto de inflexión en la industria tecnológica. Según la organización Public Interest Research Group (PIRG), el 42% de las computadoras con Windows quedarán desprotegidas, lo que afectará especialmente a instituciones educativas y gubernamentales que no cuentan con los recursos para renovar su parque informático.
Nathan Proctor, director de la campaña “Derecho a Reparar” del PIRG, calificó la medida como un “desastre ecológico anunciado”. Explicó que millones de equipos que podrían seguir funcionando perfectamente serán descartados por razones de compatibilidad, no por fallos técnicos. “Estamos frente a una obsolescencia programada a escala global”, advirtió.
El impacto ambiental de esta situación va más allá de los vertederos. La fabricación de nuevos equipos implica una mayor extracción de minerales, el uso intensivo de energía y un aumento considerable de las emisiones de carbono. Cada computadora desechada implica recursos que podrían haberse aprovechado durante más tiempo con actualizaciones extendidas o programas de reciclaje efectivo.

Obsolescencia programada: el otro lado del progreso tecnológico
La transición hacia Windows 11 ha sido polémica desde su lanzamiento. Los requisitos técnicos del nuevo sistema —como la necesidad del chip de seguridad TPM 2.0 y procesadores recientes— excluyen a millones de dispositivos que aún funcionan correctamente. Para los expertos, esto representa una forma indirecta de incentivar la compra de hardware nuevo y mantener activa la industria de componentes electrónicos.
Microsoft ha señalado que la decisión responde a la necesidad de ofrecer un entorno más seguro y eficiente, pero la comunidad tecnológica insiste en que existen alternativas para extender la vida útil de los equipos, como actualizaciones limitadas o versiones ligeras del sistema operativo.
Varios países europeos ya han iniciado debates sobre políticas que obliguen a las grandes tecnológicas a garantizar actualizaciones más duraderas y compatibilidad extendida, en línea con las regulaciones del “derecho a reparar” y la sostenibilidad digital.

Iniciativas que buscan una solución
Frente a este escenario, el PIRG lanzó una campaña global para solicitar a Microsoft una prórroga del soporte de Windows 10. La propuesta busca replicar el precedente de Google, que en 2023 amplió las actualizaciones automáticas de sus Chromebooks a 10 años tras la presión de usuarios y organizaciones medioambientales.
Proctor, uno de los impulsores de esta iniciativa, señaló que la situación actual ofrece una oportunidad para que las grandes empresas tecnológicas asuman una mayor responsabilidad ambiental. “Si Google pudo hacerlo, Microsoft también puede”, afirmó.
La petición ha obtenido el respaldo de comunidades de usuarios, instituciones educativas y colectivos dedicados al reciclaje electrónico, que ven en esta decisión una forma de frenar la crisis ambiental derivada de la rápida rotación tecnológica.

Un desafío global en nombre del planeta
La suspensión definitiva del soporte para Windows 10 pone en evidencia la tensión entre la innovación tecnológica y la sostenibilidad. Aunque el progreso digital continúa a gran velocidad, el costo ambiental del reemplazo constante de equipos amenaza con agravar la crisis de residuos electrónicos, considerada ya una de las más grandes del siglo XXI.
La decisión de Microsoft podría marcar un precedente que obligue a la industria a repensar sus estrategias de actualización y soporte. Si no se toman medidas concretas, millones de computadoras en perfecto estado podrían convertirse en basura tecnológica antes de tiempo, en uno de los mayores desafíos ambientales provocados por la era digital.
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