
Alexandr Wang, fundador de Scale AI, no está listo para ser papá. El empresario de 28 años, que está enfocado en el desarrollo de inteligencia artificial, aseguró que solo estará dispuesto a ser padre cuando los chips cerebrales, como los desarrollados por Neuralink, estén disponibles.
En entrevista con el youtuber Shawn Ryan Show, contó los motivos de esta decisión, que le parece fundamental para la evolución de la humanidad, considerando que los primeros años de vida son fundamentales para que niño adapte su cerebro y por eso prefiere esperar hasta que este avance esté listo.
Cuál es la razón para que Wang no quiera tener hijos
Alexandr Wang ha sostenido públicamente que solo estará listo para formar una familia cuando el entorno tecnológico permita conectar a los recién nacidos con las computadoras mediante interfaces cerebro-máquina sofisticadas.
Su razonamiento radica en la falta de armonía entre la biología humana y el avance acelerado de la inteligencia artificial. Mientras el desarrollo cerebral de los niños ocurre en un proceso que demanda años, los sistemas artificiales evolucionan a una velocidad mucho mayor, lo que lleva a Wang a considerar indispensable una integración tecnológica temprana para las futuras generaciones.
El directivo opina que los primeros años de vida son clave para la adaptación y adquisición de capacidades tecnológicas avanzadas. Sostiene que “los primeros siete años de vida son cruciales: es cuando el cerebro es más maleable, más capaz de integrarse con las interfaces tecnológicas”.
Desde esta perspectiva, cualquier futuro hijo suyo debería contar con la posibilidad de evolucionar junto a dispositivos capaces de potenciar y expandir sus habilidades mentales desde los primeros años, una convicción que ha sumado intensidad a la discusión global sobre las transformaciones derivadas de la convergencia entre biología y tecnología.
La argumentación de Wang se apoya en la noción de neuroplasticidad, el fenómeno por el cual la estructura cerebral se muestra especialmente adaptable a influencias y aprendizajes durante los primeros años de la vida.
Esta ventana de permeabilidad neuronal ―que algunos especialistas sitúan aproximadamente hasta los siete años― permitiría que la integración con dispositivos avanzados como chips cerebrales se asiente de manera natural y permanente en los niños.

Wang establece una comparación entre la facilidad con la que los más pequeños adquieren idiomas en la infancia y el potencial para incorporar tecnologías disruptivas. En este sentido, plantea que vivir la niñez vinculada a una interfaz cerebro-computadora, como la propuesta por Neuralink, representaría para el aprendizaje una revolución semejante al salto de la imprenta o internet.
Por lo que para él, la educación podría consistir en la “descarga” instantánea de habilidades complejas, desde idiomas completos hasta patrones matemáticos o musicales.
La crianza de Wang apunta a una en la que el acceso constante y directo al flujo de información permita a la nueva generación asimilar el conocimiento con una rapidez desconocida para modelos tradicionales.
Con esto, se abren interrogantes en torno a la naturaleza misma de la infancia, el valor de la experiencia humana no mediada y la definición de lo que se entenderá por capacidades cognitivas en el siglo XXI.

Cómo va el desarrollo de chips cerebrales
Aunque la visión de Wang anticipa una simbiosis simbiótica entre humanos y máquinas, los dispositivos capaces de hacer realidad este horizonte todavía se encuentran en etapas iniciales de desarrollo.
Neuralink, la empresa de neurotecnología impulsada por el empresario Elon Musk, ha iniciado pruebas exitosas en humanos, demostrando ya algunas de las posibilidades de las interfaces cerebro-computadora. El caso de Noland Arbaugh, el primer paciente con un implante Neuralink, ilustra los avances alcanzados en los últimos meses.
Tras la intervención quirúrgica en enero de 2024, Arbaugh recuperó la capacidad de interactuar digitalmente solo con el pensamiento. El paciente, que quedó tetrapléjico en 2016, relató cómo volvió a usar una computadora, escribir y jugar videojuegos, actividades que consideraba perdidas.

El dispositivo implantado mide 23 milímetros de diámetro y 8 milímetros de grosor, e integra 1.024 electrodos capaces de transformar señales neuronales en comandos digitales. Gracias a este avance, Arbaugh consiguió retomar funciones clave en su vida cotidiana y experimentar una autonomía digital novedosa.
No obstante, el propio proceso reveló retos importantes. El paciente enfrentó fallos puntuales, como la pérdida temporal de la conexión entre su cerebro y la interfaz, lo que le permitió comprobar tanto las posibilidades como los riesgos de estos sistemas.
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