En un laboratorio compartido entre universidades de China y Estados Unidos, un pequeño objeto metálico se derrite, atraviesa una reja y vuelve a solidificarse del otro lado. No es una escena de ciencia ficción, sino parte de una demostración científica real.
El responsable de esta transformación es un robot líquido controlado por campos magnéticos, capaz de alternar entre los estados sólido y líquido, y de regresar a su forma original sin perder funcionalidad.
Este avance combina galio, un metal que se funde a baja temperatura, con nanopartículas de neodimio, un material magnético. La mezcla resultante recibe el nombre de “material de transición de fase magnetoactiva”. Cuando se le aplican campos magnéticos variables, puede desplazarse, cambiar de forma, y ejecutar tareas complejas en espacios donde un robot convencional jamás podría operar.

El diseño permite que esta entidad robótica pase a través de ranuras mínimas, transporte objetos, suelde componentes electrónicos e incluso actúe dentro del cuerpo humano.
Fue en una prueba médica simulada donde los investigadores lograron que el robot extrajera un objeto del interior de un estómago artificial y luego depositara medicina en un punto exacto de ese mismo órgano.
Y aquí es donde la realidad parece alcanzar al cine: esta tecnología recuerda inevitablemente al T-1000 de ‘Terminator 2′, el robot metálico que se licuaba para atravesar obstáculos y luego volvía a su forma humana.
Aunque la intención ahora no es dominar al mundo, sino intervenir de forma precisa y no invasiva en los lugares más inaccesibles del cuerpo o de la tecnología, la inspiración no pasa desapercibida.

Una segunda línea de investigación, llevada adelante por la Universidad de Seúl, también logró avances significativos al desarrollar un robot blando que puede desplazarse tanto en tierra como en agua, resistir impactos fuertes, soportar compresión extrema y recuperar su forma original sin daños.
Este robot se construyó siguiendo principios inspirados en las llamadas “canicas líquidas”, utilizando partículas hidrofóbicas densas que encapsulan gotas deformables, lo que proporciona una combinación singular de flexibilidad y resistencia.
La revista Science Advances publicó los detalles de esta tecnología, señalando que uno de los objetivos centrales es superar los límites de los robots rígidos tradicionales, que tienden a fracturarse o inutilizarse ante deformaciones severas. “Este robot se beneficia tanto de la deformabilidad de los líquidos como de la estabilidad estructural de los sólidos”, aseguraron los investigadores a cargo del estudio.

El funcionamiento de estos robots no solo imita al cine, también toma prestados principios del mundo biológico. En particular, la capacidad de fusionarse, dividirse y rodear objetos recuerda a procesos celulares como la fagocitosis o la mitosis.
Esta analogía no es casual, los investigadores buscan que sus robots líquidos funcionen como organismos vivos, adaptándose a cualquier entorno y realizando tareas de forma autónoma sin requerir estructuras fijas o pesadas.
En escenarios médicos, esto podría significar una nueva era de intervenciones mínimamente invasivas, donde una entidad robótica fluida podría acceder a cavidades internas, liberar fármacos en zonas específicas o incluso destruir tumores inaccesibles mediante métodos quirúrgicos convencionales.
Además de su potencial en el ámbito de la salud, este tipo de tecnología tiene aplicaciones prometedoras en campos industriales y ambientales. Uno de los prototipos logró soldar un circuito de forma remota, lo que sugiere posibles usos en mantenimiento de equipos electrónicos de difícil acceso. También podrían utilizarse en zonas de desastre para limpiar escombros, transportar nutrientes o realizar exploraciones en entornos peligrosos.
Otra vertiente de desarrollo apunta a mejorar el control de movimiento de estos robots mediante campos eléctricos u ondas sonoras, lo cual permitiría manipularlos con aún mayor precisión en contextos complejos.
Por ahora, estos robots líquidos son apenas prototipos de laboratorio, pero su existencia marca un punto de inflexión en la robótica blanda. En lugar de depender de engranajes, cables y placas rígidas, estos dispositivos adoptan la fluidez como principio de funcionamiento, permitiendo que el diseño se adapte a las funciones, y no al revés.
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