
Parece una noticia del siglo XX. Esta semana, la presencia de decenas de miembros de la organización de motociclistas Hell’s Angels en La Plata generó un poco de alteración. Se pasean por la capital provincial con sus característicos tatuajes y chalecos, con todo el deseo en el mundo de hacerse ver.
¿Vinieron a destruir y matar? Más probablemente, llegaron para comer un asado. En rigor, los Hell’s Angels en La Plata celebran una suerte de congreso social, un gran viaje de amigos; ya lo habían hecho en territorio porteño en 2014, donde se los podía ver por Lavalle y Florida en busca de ofertas en camperas de cuero.
Vinculados en Estados Unidos al tráfico de drogas, al crimen organizado y a sucesos infames como el festival de Altamont, California, 969, donde los Rolling Stones le delegaron la seguridad del evento que terminó con un muerto -un hecho que marcó el fin de la era hippie-, su presencia no es una novedad en Argentina.
Tienen una filial en el país desde 1999, su “Buenos Aires Chapter”, con otros seis grupos a lo largo del territorio. Marcelo Mazza, su presidente local, aseguró a un medio local que la situación en La Plata se trata de una “reunión internacional” y que la capital provincial “está de fiesta”, con 500 hombres y mujeres de la organización listos para gastar en hoteles y bares.
A nivel argentino, los Hell’s Angels tuvieron ciertos momentos incómodos. En mayo de 2016, protagonizaron una feroz batalla a la vera de la Ruta 5 en Luján con los Tehuelches, otro motoclub. La situación terminó en números: más de cien balas disparadas, cuatro heridos y doce detenidos, con una causa por tentativa de homicidio y lesiones a cargo de la UFI N°10 de la zona.
Entre los detenidos de la banda se encontraba el boxeador Gustavo Mazzitelli, acusado de dislocarle la mandíbula a golpes a su ex pareja.
En la otra punta del conurbano, en el penal de Ezeiza, su miembro más famoso en la Argentina los esperaba. Su nombre era Paul Merle Eischeid.

Ex financista y corredor de bolsa, según los diarios de su país; licenciado en finanzas, según sus amigos, eligió la vida motorizada y el delito. Eischeid había sido detenido en febrero de 2011 por la Sección Investigación Federal de Fugitivos, la entonces área de Interpol de la Policía Federal tras escapar al país, con una circular roja en su contra.
Estuvo ocho años prófugo de la Justicia estadounidense, que lo buscaba por el delito de secuestro y homicidio en Mesa, Arizona. La víctima: Cynthia García, muerta de 20 puñaladas en octubre de 2001.
El motivo del crimen: simplemente criticar a los Hell’s Angels locales.
Luego, recibió la prisión domiciliaria con monitoreo electrónico. Sin embargo, en julio de 2004, abandonó su domicilio en California. Su captura internacional, insólitamente, se dispuso cuatro años más tarde.
La investigación de Interpol para seguirle el rastro apuntó finalmente a la zona norte del Gran Buenos Aires. Cuando lo encontraron aquí, se identificó con una fotocopia de un pasaporte de los Estados Unidos de América y una licencia de conducir, documentos truchos a nombre de un tal Robert Tutokey.
Podría decirse que Eischeid cayó por amor; fue capturado en Villa Adelina, donde vivía con su concubina, una mujer argentina, madre de un chico con el que el prófugo se encariñó.
La mujer lo visitaría, más tarde, en el penal de Ezeiza, a donde entró días después de su arresto y donde pasó casi siete años encerrado a la espera de su extradición a los Estados Unidos, supervisada por el Juzgado Federal N°1 de Sandra Arroyo Salgado.
¿Podría decirse que la red local de su banda motoquera le dio cobijo durante sus años bonaerenses? Uno de los autorizados para visitarlo en la cárcel fue uno de los máximos referentes de los Hell’s Angels a nivel local.

Entre los archivos vinculados a su nombre existe un documento: la ficha de inteligencia de Eischeid durante su encarcelamiento, encerrado en la Unidad V de Ezeiza, el llamado “pabellón internacional”, con otros presos extranjeros igual de célebres como Yuri Kepych. Detalla su legajo de visitas, peleas varias, como un enfrentamiento con un hombre africano en el gimnasio. Eischeid siempre repartió; nunca cobró. Pidió casarse en el penal con su novia argentina en noviembre de 2013. Realizó un planteo formal al respecto.
También, según el Departamento de Inteligencia del SPF, Eischeid habría planeado fugarse. La ficha tiene un subtítulo, en mayúsculas: “PRESUNTA PLANIFICACION DE FUGA Y/O EVASION CON APOYO EXTERNO”.

“Como primera premisa que se estableció a partir de los datos obtenidos a través de fuentes propias, es que el interno estaría gestando su rescate en momentos de ser trasladado en comisión a hospital extramuro, movimiento que se produciría a pedido del mismo", asegura el informe. Los espías penitenciarios apuntaban a un posible “soporte logístico” “por medio de personas fuertemente armadas con vinculaciones a organizaciones criminales trasnacionales de trascendencia por su presumible capacidad de medios, capacidad y logística”. Sin embargo, Eischeid nunca escapó.
La tensión era evidente: el área de Inteligencia del SPF todavía sangraba por la fuga de la cárcel de Ezeiza ocurrida en agosto de 2013, con sus responsabilidades penitenciarias irresueltas por la Justicia hasta hoy, donde trece presos de alto perfil como “Banana” Espiasse se fueron por un supuesto túnel en medio de la noche.

En el medio, Eischeid panfleteaba dentro de la cárcel por su situación judicial. Pedía quedarse aquí. Invitaba a otros detenidos y sus familias con notas manuscritas a que firmen la proclama contra su extradición en el sitio Change.org, que cerró con 4159 adhesiones.
Su planteo para evitar su extradición llegó hasta la Corte Suprema, con un recurso presentado en 2012 ante la Corte Suprema de Justicia, que fue tratado por los jueces Zaffaroni, Petracchi, Argibay y Highton de Nolasco. En el máximo tribunal, al menos según registros consultados por este medio, Eischeid no tuvo éxito.
En marzo de 2016, dos meses antes de la batalla motoquera en Luján, la Sala I de la Cámara Federal, con los magistrados Mariano Borinsky y Gustavo Hornos, había rechazado su última apelación, de cara a todos los riesgos evidentes.
Dos años después, finalmente, Eischeid fue extraditado a su país.
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