
La declaración de Celeste Magalí González Guerrero, la única de los 9 detenidos que habló como arrepentida en la causa que investiga el triple femicidio de Florencio Varela, es -por ahora- una de las más importantes en el expediente a cargo del fiscal Adrián Arribas.
Y no solo es relevante por los detalles que aportó sobre la noche de los crímenes de Lara, Morena y Brenda, sino también porque esclareció los roles de la banda narco que estuvo detrás de los asesinatos. En este sentido, dejó en claro que Pequeño J no era el máximo líder de la estructura, sino que él respondía órdenes de Víctor Sotacuro, el detenido en Bolivia que asegura ser solo un remisero.
Celeste es la inquilina de la casa del horror. La capturaron horas después del hallazgo de los cadáveres en un hotel de alojamiento cerca de su vivienda. Estaba junto a su novio, Miguel Ángel Villanueva Silva, otro de los sospechosos que está en prisión y a disposición de la Justicia.
Ante el fiscal Arribas, la mujer detalló que la banda narcotraficante estaba organizada según una estructura piramidal en la que cada integrante cumplía un rol definido y estaba sujeto a órdenes directas de los superiores.

Según la declaración de Celeste, en la cúspide de la estructura hay dos personas que en la jerga se los llama “abuelo” y “papá”. El primero es el productor, responsable de la fabricación de la droga y de coordinar la cadena de abastecimiento. “Papá” es quien recibe sus órdenes directas y el encargado de bajar grandes toneladas de estupefacientes.
Sobre estos dos eslabones superiores, la detenida aseguró que nunca conoció sus identidades reales, ya que “solo se movían en los escalones más altos, lejos del contacto habitual con los miembros de la base”.
El cargo que le sigue a esos dos es el del “tío”. Ese rol lo ocupada por Víctor Sotacuro Lázaro, apodado “Duro”, quien ejercía el liderazgo sobre la operación local. Era quien gestionaba la relación directa con los encargados intermedios y disponía la distribución de tareas.
“Duro” recibía instrucciones de “papá” y estaba a cargo de la logística de acopio, reparto y comercialización en la zona. Pero también tenía una responsabilidad clave para la investigación: era quien decidía castigos y autorizaba movimientos sensibles y organizados de la banda. “Todo lo importante debía pasar primero por las manos de Duro. Nadie podía actuar por fuera sin su visto bueno”, manifestó la detenida.
Después de abuelo, papá y tío vienen los “pequeños”, la siguiente jerarquía. Este era el rol que ocupaba Pequeño J, mencionado por Celeste en su declaración como Julio.

Su función central era manejar cantidades menores de droga, entre 7 y 10 kilogramos, controlar distintos puntos de venta y gestionar un grupo de vendedores de nivel bajo, llamados “bebés” o “mulos”.
La detenida especificó que Pequeño J recibía órdenes directas de “Duro” (Sotacuro), quien le delegaba tareas, incluyendo la coordinación de acciones logísticas y la asignación de droga para el narcomenudeo. Su domicilio servía como punto de reunión y almacenamiento temporal del material, así como base de operaciones y resguardo de otros implicados.
Dentro del grupo controlado por Pequeño J se encontraba Matías Ozorio, que integraba el grupo de los “mulos”. Se trata del hombre detenido en Perú, sindicado como la mano derecha del narco peruano de 20 años.
Ozorio cumplía un papel central en la distribución al menudeo: trasladaba droga a cuenta y orden de Tony Janzen Valverde, la repartía entre otros “mulos” y, en ocasiones, participaba en maniobras de ocultamiento o limpieza de pruebas.
La declaración de Celeste ubica a Ozorio como “el encargado de contactar con los compradores en la calle y garantizar el flujo de la droga de la casa al punto de venta”.
Además de él, en el grupo de “mulos” o “bebés” también están: Kevin Valverde, conocido como Rulos (el primo de Pequeño J que se dedicaba al transporte de droga); un sospechoso llamado José y conocido como Nero (un menor de edad dedicado al reparto y tareas de ocultamiento) y Paco (un adolescente dedicado a la venta menor)
Ella y su novio, Miguel Ángel Villanueva Silva, incluyen este grupo. La inquilina de la casa de Florencio Varela, donde mataron a las tres jóvenes, aclaró que su rol era la venta de dogas en la calle, siempre a clientes que enviaba Pequeño J.
A Villanueva Silva, lo identificó como uno de los operadores de confianza de Tony Janzen Valverde: se encargaba de hacer entregas, custodiar los celulares utilizados para organizar los movimientos internos, y organizar la logística de cada grupo en los días de mayor actividad.
Según se desprende de la declaración de Celeste, la distribución de tareas en la banda criminal incluía desde la recepción y venta minorista, transporte, uso de comunicaciones cuidadas (WhatsApp Business con chips controlados), hasta tareas de encubrimiento y ocultamiento de pruebas (como ocurrió con los crímenes).
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