
La violencia política no ataca sin firmar sus crímenes. El explosivo casero a control remoto, el caño de aluminio relleno de pólvora que voló el local de La Cámpora en la esquina de Donado y Beruti, en la ciudad de Bahía Blanca, llegó con un panfleto con varias consignas: las razones de los autores del atentado para comenzar “la purga” contra “periodistas militantes y cómplices”, “políticos cínicos y corruptos”, “sindicalistas millonarios y ladrones”. “Ahora a cuidarse, traidores, sabemos dónde viven”, siguieron con su amenaza. Tenían reclamos, ciertamente. “Matan a niños con el aborto”, “hipersexualizan a nuestros hijos con ESI y pornografía”, “subvierten los valores naturales”, continuaron.
Rastrear a los responsables va a ser difícil. Fuentes con acceso a la investigación confirmaron a Infobae que las cámaras de seguridad cercanas al local no funcionaban en la madrugada del martes 25. La apuesta, entonces, será rastrear los impactos de celulares en las antenas cercanas a la hora del golpe.
La retórica es clásica de la extrema derecha conservadora, un muy amplio espectro que creció en los últimos años en la Argentina, mientras el gobierno de Cambiemos se dedicó a perseguir anarquistas que se volaban los dedos en cementerios para hacer declaraciones en la tumba de un hombre muerto hace más de cien años. Sus colores son múltiples. El mapa ya no es simple ni evidente. Ya no son un cliché, o al menos no se ven como se vieron siempre.

Hay jóvenes que hablan de “nacionalismo católico” o directamente de nacionalsocialismo sin apelar a los símbolos del Tercer Reich, negacionistas de la dictadura cívico-militar de entre 20 y 25 años, con elementos de otras edades. También se ven mezclados en otras cosas, entre rémoras de la era carapintada, antisemitas fanáticos, cristianos violentos y “libertarios” que ocultan un discurso mucho más radicalizado.
Rafael C. y Daniel F., los dos jóvenes detenidos en San Miguel de Tucumán a fines del mes pasado por supuestamente planear un atentado en Telegram contra la comunidad judía, arrestados por la PFA, tenían media docena de carabinas y rifles, dos handys, dos pistolas Bersa calibres 40 y 9 milímetros, más de mil balas. También tenían libros que no se consiguen en cualquier librería. Clásicos del nazismo profundo como El Mito del Siglo XX de Alfred Rosenberg, ministro de Hitler y su principal teórico sobre la eugenesia racista. Pero los acusados no cayeron en una cueva, sino en sus casas familiares.
Rafael C. tiene apenas 21 años. Por sus fotos, parece un post-adolescente común y corriente. “Revuelta contra el mundo moderno”, decía en sus redes sociales, una frase atribuida al filósofo fascista Julius Evola.
De vuelta en Bahía Blanca, la Justicia actúa.

La Unidad Funcional de Instrucción Judicial (UFIJ) 8, cuyo titular es el fiscal Marcelo Romero Jardín, motorizó un expediente que investiga delitos tipificados en los artículos 186, 189 y 213 del Código Penal, referidos a estrago doloso por “explosión, tenencia de bombas y materiales explosivos y organizaciones que tienen por objeto imponer ideas o combatir las ajenas por la fuerza o el temor”.
La hipótesis que tienen los funcionarios del Ministerio Público provincial apuntan a un atentado o un acto de terrorismo de naturaleza política.
Por su parte, la Fiscalía General de Bahía Blanca, que encabeza como subrogante Horacio Azzolín, abrió una investigación preliminar propia por considerar que el hecho se trata de un acto de “intimidación pública”, incluida en el artículo 211 del Código Penal de la Nación.

La Justicia federal, en sus cálculos, sospecha que el atentado a La Cámpora fue cometido, precisamente, por un grupo de extrema derecha. La Justicia federal también encontró una inquietante coincidencia: el ataque a la Asociación Israelita de Bahía Blanca, que fue vandalizada con pintadas que decían “los vamos a matar, ratas judías”.
El ataque, repudiado por el intendente Héctor Gay y ocurrido el 16 de mayo, sí fue filmado por cámaras de seguridad: un joven aparece con su cara cubierta con gorro de lana y tapabocas. En el lugar funciona una escuela. El contenido de los mensajes y la cercanía temporal de los hechos son evidentes.
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