
El jueves 12 de diciembre de 2019, Ricardo Francisco Bruno salió por la cochera de su casa en Mataderos con las manos en señal de paz, sin mostrarse demasiado sorprendido de que los policías de la división Precursores Químicos de la Policía Federal le hicieran algunas horas de guardia para detenerlo por orden del fiscal federal Ramiro González. Su historia con la ley ya era vieja, de cierta oscuridad. Empresario farmacéutico integrante de una sociedad anónima dedicada al rubro, Bruno ya había acumulado causas en su contra en 2006 y 2007 por los delitos de falsificación de moneda, estafa y documento público, según datos de la Cámara Federal. En 2011, Bruno se vio involucrado en la megacausa por el escándalo de medicamentos adulterados que recayó en el Juzgado N°5 en ese entonces bajo Norberto Oyarbide. Un año después, el farmacéutico fue encerrado en una cárcel federal.
Los documentos en aquel entonces hablaron de “maniobras vinculadas con la comercialización irregular de medicamentos, en su mayoría de alto costo, que han sido hurtados o robados, o adulterados en cuanto a sus envases o contenidos, o erradicados los sellos que indicaban que eran para ser distribuidos de manera gratuita, habiéndose determinado que en tales maniobras no sólo participaban los responsables de farmacias, droguerías y obras sociales, sino también funcionarios de las áreas estatales relacionadas con la salud”. Por esta causa, Bruno fue procesado y embargado por un millón de pesos. Finalmente pactó una pena en un juicio abreviado en el Tribunal Oral Federal N°3, tres años de cárcel por vender mercaderías peligrosas para la salud y defraudar a la administración pública.
Sin embargo, todo este prontuario de delitos graves parecería poca cosa con el tiempo. Ese 12 de diciembre de 2019, Ricardo Bruno fue arrestado por su parte en uno de los crímenes más viles del hampa en la historia reciente, un símbolo del desprecio del negocio narco por la vida humana.

El 2 de julio de 2017, Miriam Alencar Da Silva, una bailarina brasileña de 19 años, fue encontrada muerta en el cordón de una vereda de Villa Devoto, cuatro días después de que llegara al país desde Rio de Janeiro: congestión y edema pulmonar fueron las causas de muerte que marcó su autopsia. Había tragado 94 cápsulas con MDMA puro, el principio activo del éxtasis. Solo pudo expulsar 28, según relató su hermana mayor, luego de que la encerraran en un hotelito de la avenida Rivadavia en el centro porteño. Otras 66 quedaron en su cuerpo, más de 600 gramos de una droga que podría hacerla explotar por dentro. Así, Miriam perdió la vida. Descartaron su cadáver como si fuese la colilla de un cigarrillo, desde un auto en movimiento.
Hendrik Binkienaboys Dasman, alias “Gino”, nacido en Surinam, ex novio de Daiana Ontivero, la modelo que saltó a la fama policial en 2011 como la supuesta cómplice secundaria de una banda que traficaba cocaína a Europa, fue el hombre detrás de esta muerte. La pagó caro: fue condenado en 2019 a prisión perpetua en el Tribunal en lo Penal Económico N°2 por el hecho.
El 2 de febrero último, Ricardo Bruno pactó un juicio abreviado otra vez: asistido por una defensora oficial, el empresario acordó seis años de cárcel en el mismo tribunal que condenó a Dasman con el juez Jorge Zabala por su participación secundaria en el homicidio agravado de Miriam, así como los delitos de contrabando y tenencia de estupefacientes. Le decomisaron, por otra parte, el dinero que le secuestraron en sucesivos allanamientos, más de diez mil dólares, 1200 euros, 305 mil pesos. La investigación de la división Precursores Químicos de la PFA fue exhaustiva, el material que capturaron permitió vincular ampliamente a Bruno con Dasman.
No solo se encontró un contrato de alquiler celebrado entre Bruno y Dasman por una propiedad en la calle Emilio Mitre, que resultó ser el domicilio fiscal del empresario: el teléfono de Dasman reveló gran cantidad de conversaciones evidentemente en código. “El repuesto del auto va a tratar de tenerlo para mañana a última hora o el sábado a la mañana. Vos andá preparando la pintura, que el domingo pinto y el lunes armo el auto”, se dijeron en una ocasión.
Para la Justicia federal y para los investigadores de Precursores Químicos, Dasman y Bruno participaban junto a una curiosa serie de cómplices en un esquema un tanto brutal de tráfico de drogas: ingresaban mulas al país ingestadas con MDMA, que luego se convertía en pastillas de éxtasis con un aparato de ensamblaje local, para luego enviar cocaína a Europa. La lógica de arriesgarse con mulas para ensamblar éxtasis, en un país que en los últimos años experimentó un superávit de pastillas de alta calidad en el mercado negro, no tiene mucho sentido. Aparentemente, Dasman ya había perdido en ese frente: un ciudadano belga que cayó en 2017 en Uruguay con 23 mil pastillas lo habría señalado como su contacto. Se habla de una pequeña fortuna en remesas de dinero enviado a través de sistemas globales de giros al portador: 150 mil dólares y 170 mil euros en dos años.
La muerte de Miriam es otro capítulo. Los teléfonos revelaron una pieza particularmente incriminadora contra el farmacéutico, algo que llevó a los fiscales y a la Justicia en lo penal económico a convencerse del rol de Bruno en el crimen.
En su acusación, el Ministerio Público Fiscal habló del “rol que se verifica le correspondía a Bruno dentro de la organización”, “la recepción de la sustancia estupefaciente llegada del extranjero, su acondicionamiento en pastillas y la posterior comercialización, siendo Dasman quien se ocupó de concurrir al domicilio en el que se encontraba alojada y llevarla a otro en el cual pudiera controlarla en la evacuación de la sustancia estupefaciente”, continúa la condena del TOPE N°2 a la que accedió Infobae.
El 2 de julio de 2017, de acuerdo a las pericias citadas en la condena del Tribunal Nº2, Dasman y un hombre agendado como “Bruno” en su teléfono tuvieron una charla. Ese día, Miriam era arrojada ya muerta a la vereda.
Bruno: ¿Cómo va el tema ése? ¿Pudiste llevarla?
Dasman: Ya fue, ahora voy a casa.
Bruno: Cambiá el chip, cambia la foto del teléfono.
Horas después, otro hombre le escribía a Dasman, sumamente alarmado: “¡Está muy blanca! ¡Su cara y su boca también!”
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