
En su lecho de muerte, rodeada de sus más cercanos colaboradores de la Sociedad Teosófica, Helena Blavatsky, pronunció una frase que era a la vez un ruego y una manifestación de soberbia. “Mantengan la unión, no hagan que esta, mi última encarnación, sea un fracaso”. Con lo de su última encarnación afirmaba que había llegado a lo más alto de la evolución espiritual que podía alcanzar un ser humano, la que le permitía no tener que volver a este valle de lágrimas; en cambio, el pedido de mantener la unión aludía al cisma inminente dentro de la sociedad esotérica creada por ella, con la que pretendía lograr una “síntesis entre la ciencia, la religión y la filosofía”.
Madame Blavatsky —o “La Esfinge”, como también se la llamaba— despertaba pasiones encontradas. Para unos era una conocedora profunda de la filosofía perenne, esa que atraviesa las bases de todas las religiones, una médium incuestionable, maestra espiritual y escritora de grandes obras del ocultismo y, por supuesto, teósofa, esa disciplina que ella misma había dado a luz. Para otros era una impostora —en su vida y en su oficio— cuyas supuestas obras eran plagios descarados y sus prácticas esotéricas un simple fraude. Decía que sus saberes los había aprendido personalmente de grandes maestros en la India, Egipto, Grecia y el Tibet, pero no había pruebas de que hubiese realizado todos esos viajes.
Más allá de las polémicas, Helena Blavatsky no solo ha quedado en la historia como una de las más famosas e influyentes ocultistas del siglo XIX sino que sus obras más notables, como Isis sin velo o La Doctrina Secreta, siguen leyéndose como verdades reveladas; y su Sociedad Teosófica, lejos de haber desaparecido por obsoleta, sigue gozando de buena salud en pleno siglo XXI. No solo eso: el relato que ha quedado de su vida, una mezcla de realidad y ficción cuyas proporciones resultan difíciles de calcular, continúa leyéndose como el tránsito por un fascinante mundo espiritual.

De Rusia al mundo espiritual
Helena Blavatsky nació en Yekaterinoslav, la actual ciudad ucraniana de Dnipro, por entonces perteneciente al imperio ruso, el 12 de agosto de 1831. Su padre, Peter von Hahn, era un coronel de origen alemán que se había establecido en Rusia al casarse con Helena de Fadéyev, una novelista de familia noble. Por parte materna, era nieta de la princesa Helena Dolgorúkaya, botánica y escritora, casada con el gobernador de Saratov. Tenía 11 años cuando murió su madre y quedó al cuidado de sus abuelos. Desde muy chica mostró ser una eximia pianista y, según su propio relato, estaba dotada de ciertos poderes psíquicos o sobrenaturales. Eso la llevó a interesarse por el esoterismo y leer algunos libros sobre el tema que juntaban polvo en la biblioteca de su bisabuelo, que había sido iniciado en la masonería a finales del siglo XVIII.
Cuando tenía 17, en 1848, Helena se casó con el vicegobernador de la provincia de Ereván, Nikífor Vasílievich Blavatsky, de 40 años, para poder independizarse de su familia. Pero después de tres meses de unión lo dejó y huyó a caballo cruzando las montañas hasta llegar a casa de su abuelo en Tiflis. Según ella, seguía siendo virgen porque la unión nunca se había consumado en el lecho.
Poco después comenzó su camino espiritual —contaría— con una serie de viajes iniciáticos por Egipto, Turquía, Grecia y Tibet —un lugar por entonces casi inaccesible para los viajeros occidentales, aunque al parecer no para ella— donde conoció a maestros que la introdujeron en los secretos de saberes ancestrales que solo ellos guardaban. Por esa época, siempre según su relato, no solo aprendía de maestros de carne y hueso, sino también de otro que se le aparecía en sueños desde su infancia, un mahatma hindú que le enseñaba mediante visiones. Ese maestro, al que los teósofos llaman Mahatma M. o Maestro Moya, salió del plano espiritual para aparecérsele en persona en 1851, cuando Blavastky tenía 20 años, en las calles de Londres, a donde había viajado para encontrarse con su padre.
Más tarde todo ese relato fue puesto en cuestión por el investigador de fraudes paranormales, James Randi, quien denunció en su libro Enciclopedia de quejas, fraudes y engaños de lo oculto y sobrenatural, que en los años durante los cuales Blavatsky dijo haber realizado esos viajes y haber tenido esos encuentros con sus maestros en realidad estaba en Europa trabajando como profesora de piano, jinete de circo y ayudante de un médium. De él habría aprendido los trucos que utilizaba para simular apariciones de fenómenos sobrenaturales y apariciones de fantasmas ante los clientes.

La Sociedad Teosófica
Donde sí hay pruebas de la presencia de Madame Blavatsky es en Egipto, en 1871, porque allí fundó, más precisamente en El Cairo, la Sociedad Espiritista, cuyo objetivo era estudiar “los fenómenos mentales”. No le fue bien con el emprendimiento, porque la flamante institución no tardó en ser acusada de cometer fraudes financieros y debió disolverse. Para escapar del escándalo, Blavatsky viajó a Estados Unidos, donde en 1873 comenzó a trabajar como médium.
Estaba ganándose la vida con eso —y no le iba mal— cuando en 1874 conoció al coronel retirado, abogado con inclinación por la agricultura, Henry Steel Olcott, que había comenzado a buscar verdades en el mundo espiritual. Juntos —supuestamente guiados por los maestros de Helena— al año siguiente fundaron la Sociedad Teosófica para difundir un conocimiento que, sostenían, superaría las tensiones entre la ciencia y la religión y dejaría atrás a las religiones instituidas para instalar un nuevo saber, hasta entonces oculto, surgido de la India. Según el acta escrita por su secretario, la sociedad que sería un nuevo faro espiritual fue fundada el 17 de noviembre de 1875 por los siguientes miembros: “Helena Blavatsky, Henry Steel Olcott, William Quan Judge, Charles Sotheram, Dr. Charles E. Simmons, W.L. Alden, G.H. Felt, J. Hyslop, D.E. de Lara. C.C. Massey, E.D. Monachesi, Henry J. Newton, H.M. Stevens, Jonh Storer Cobb, Dr. Britten y su esposa”.
Ese mismo año, Madame Blavatsky publicó la que se considera su primera gran obra, Isis sin velo, un libro sobre la historia y el desarrollo de las ciencias ocultas, la naturaleza y el origen de la magia, las raíces del cristianismo y la posición de la autora, los fallos de la teología cristiana y los errores establecidos en aquel entonces por la ciencia oficial. En 1878, Blavatsky y Henry Olcott trasladaron la sede de la Sociedad Teosófica a la ciudad de Adyar, en la India, y poco después iniciaron la publicación de The Theosophist, la revista de la institución que se sigue publicando hasta hoy.
Con el impulso de la revista y los libros de Blavatsky, la Sociedad creció rápidamente y atrajo a muchas figuras destacadas, no solo de la India sino también de Estados Unidos y varios países europeos. Sin embargo, en 1885, nuevas denuncias por fraudes financieros —como la que había acabado con la Sociedad Espiritista— y espirituales obligaron a Helena a abandonar la India y radicarse en Londres.

La Doctrina Secreta
Cuando Blavatsky volvió a la capital inglesa, la Sociedad Teosófica local había crecido a pasos agigantados. Con la dirección de su máxima autoridad comenzó a publicarse la revista Lucifer, para difundir aún más sus ideas, mientras Helena continuaba la redacción de la que sería su obra cumbre, La Doctrina Secreta. Ese éxito se vio empañado cuando la Sociedad para la Investigación Psíquica, una organización sin ánimo de lucro cuyo propósito era el estudio de sucesos y habilidades descritos como psíquicos o paranormales, descalificó en público sus actividades teosóficas por fraudulentas.
Parecía el principio del fin, porque en medio del escándalo Blavatsky enfermó gravemente y los médicos le pronosticaron pocos meses de vida. Según el relato de Helena, cuando ya no tenía esperanzas se le apareció un día uno de sus instructores tibetanos y le planteó una alternativa: “O morir liberándose del cuerpo enfermo o continuar viva para terminar de escribir La Doctrina Secreta”. Entonces se recuperó y pudo, con la ayuda de dos colaboradoras, culminar su mayor obra, que fue publicada en 1888 en Londres y en Nueva York.
Dedicada a “todos los teósofos verdaderos”, la última obra de Blavatsky tiene dos volúmenes. El primero aborda la cosmogénesis y estudia, básicamente, la composición y la evolución del universo desde una perspectiva espiritual, y además busca explicar los símbolos básicos que existen en las grandes religiones y mitologías del mundo. El segundo busca explicar la evolución humana, con una visión anti-darwinista y es considerado por los críticos como una obra abiertamente racista.
Madame Blavatsky murió de gripe en la capital inglesa, el 8 de mayo de 1891, a los 59 años, mientras la sociedad Teosófica se debatía en una lucha interna por la sucesión entre su secretaria, Annie Besant, y uno de los fundadores, Henry Steel Olcott. De ahí que las últimas palabras de Helena hayan sido un llamado a la unidad para que su obra no terminara en un fracaso. Su cuerpo fue incinerado y sus cenizas fueron divididas en tres partes: un tercio quedó en Europa, otro tercio fue llevado a Estados Unidos y el restante permanece en la sede internacional de la Sociedad Teosófica, dentro de un monumento levantado en su memoria.
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