
Aquel 12 de abril de 2010, cuando falleció de un paro cardíaco, María Aurelia Bisutti se encontraba en un geriátrico de la localidad de Ingeniero Maschwitz. Y ya no era ni la sombra de lo que algún día había llegado a ser. Había sido ingresada en ese lugar unos meses antes. Después de luchar contra una profunda depresión, la actriz estaba afrontando un cuadro de demencia senil. Y, con 79 años, “se fue de gira” para siempre, dejando el recuerdo de una carrera que pasó del éxito al olvido con toda la crueldad de la que es capaz de emplear el medio artístico.
Siempre había soñado con la actuación. Había nacido el 20 de junio de 1930 como fruto del matrimonio de dos inmigrantes italianos: un albañil, Ezio Bisutti, y una ama de casa, Lidia Carbonelli. Y, a pesar de no pertenecer a una familia con grandes recursos, sus padres se esforzaron por darle todos los gustos posibles. Como cuando la acompañaron en su deseo de tomar clases de danza y anotarse en un concurso que, para sorpresa de todos, ganó con apenas 12 años. Desde entonces, su destino estuvo marcado.
Estudió arte dramático con Milagros de la Vega y empezó su carrera en la compañía de teatro de la española Ana Lasalle, siempre acompañada por su madre que se ocupaba de que estuviera bien cuidada y hasta le preparaba las viandas para sus almuerzos. En sus inicios, también fue conocida como Zelma Bisú, Aurelia Bisú y María Bisutti. Y, de a poco, se fue ganando un lugar en el mundo de los radioteatros de Radio Nacional, donde arrancó con Las dos carátulas. A los 18 años, en tanto, desembarcó en el cine con el film La hostería del caballito blanco, dirigida por el español Benito Perojo, y La serpiente de cascabel, del guionista Carlos Schlieper.

Pero, además de talento, María Aurelia tenía una belleza que no pasaba inadvertida para los grandes popes de la televisión. Y fue de la mano de don Alejandro Romay y autores de la talla de Alberto Migré y Abel Santa Cruz, que terminó convirtiéndose en uno de los rostros favoritos de las telenovelas. Su primera aparición en la pantalla chica fue con Teleteatro para la hora del té, en 1956. Y participó de hitos como Cuatro hombres para Eva, La pulpera de Santa Lucía, Trampa para un hombre solo, Coraje mamá, Inolvidable y Libertad condicionada, entre muchos otros.
Era la heroína con la que todos soñaban. Y, como era de esperar, tuvo algunos romances resonados. Uno de ellos fue con Máximo Sabbag, dirigente del club River Plate, y otro con el productor y cantante Tito Martino, que no terminó de la mejor manera. Pero, finalmente, en 1962 se casó con el empresario Fito Papini, con quien tuvo a su única hija, la también actriz Paola Papini. Y, recién ahí, abandonó el hogar de sus padres. El matrimonio, sin embargo, duró tan solo dos años. Y su esposo la abandonó cuando la beba de ambos tenía ocho meses, para recién reaparecer después de casi tres décadas.
Cuentan que, coqueta como era, cuando María Aurelia vio al padre de su hija después de tanto tiempo, ni siquiera lo reconoció. Es que, para entonces, ya había pasado demasiado en su vida. Incluyendo el exilio al que se vio obligada en plena dictadura militar y que ella nunca pudo comprender. En aquella época oscura se radicó en Perú, donde por suerte fue muy bien recibida y tuvo varias ofertas de trabajo. Pero no había sido una situación para nada grata para una mujer sola con una niña. “Se dieron manejos muy oscuros. Por otra parte, nunca me metí en política y soy actriz por vocación, en consecuencia, sigo sin poder entender las causas de toda esta desagradable circunstancia”, comentó al respecto.

Bisutti nunca más volvió a oficializar una pareja, al menos, frente a la prensa. Decía que estaba casada con su profesión y que ya era demasiado tarde para divorciarse. Sin embargo, supo combinar a la perfección su aura de estelaridad con su trabajo de madre. Y construyó una sólida relación con su hija, que ya siendo una adulta la llevó a vivir con ella y con sus dos hijos a zona norte del Conurbano bonaerense, donde ella seguía comportándose como la diva que era aún en situaciones cotidianas y ejerciendo su rol de abuela.
En 1999 fue reconocida con un premio Martín Fierro a la Trayectoria. Sin embargo, con el tiempo el trabajo empezó a escasear. Y el hecho de que el teléfono no sonara como antes, la hizo caer en una profunda tristeza. Después de algunos años alejada de los medios, no obstante, en 2009 volvió a las tablas de la mano de José María Muscari con la obra Piel de chancho. Y, de alguna manera, pudo despedirse de sus admiradores antes de alejarse de la escena pública para siempre.
“No se trata solamente de la seguridad económica, sino de estudiar un personaje, armarlo, empezar a encontrarle cosas, conectarse con algo que para uno es importante. Una vez me encontré con Alfredo Alcón en un trabajo a beneficio para la Casa del Teatro y teníamos que hacer una escena en la que tenía que entregar una carta, simplemente. Lo vi nervioso y le pregunté por qué tenía tanto miedo. Y me respondió: ‘Tené miedo porque el día que no lo tengas, te bajás del escenario’”, dijo en una oportunidad tratando de explicar el por qué de su pasión.

Partió hace ya 15 años. Injustamente, no la pasó bien en los últimos tiempos. Y no solo por sus problemas de salud, sino también por el olvido. Ese que tantas figuras que le dedican su vida al espectáculo, muchas veces, no pueden soportar en el ocaso de sus vidas. Y que no hay homenaje póstumo que pueda reparar jamás.
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