
Era bravo. Con las mujeres. Dicen, que no podía dejar de ser infiel. Y como en aquellos años eso estaba de alguna manera “permitido” para los hombres, él no se privaba de disfrutar de la compañía de cuanta dama cayera rendida frente a sus encantos. Así era Luis Sandrini, el actor al que muchos señalan como el mejor comediante de los años de oro del cine argentino. El mismo que logró enamorar perdidamente a Tita Merello. Y quien, luego de que ella se cansara de sus aventuras, decidió formar una familia con Malvina Pastorino.
Había nacido en la ciudad de Buenos Aires el 22 de febrero de 1905, pero se crio en San Pedro. Era hijo de inmigrantes genoveses, el actor Luis Sandrini Novella y Rosa Lagomarsino. Y, siendo muy chico, empezó a trabajar como payaso en un circo junto a sus padres. Se recibió de docente, pero llevaba la vocación en su ADN. Por eso, en 1927, su papá le escribió una carta de recomendación al productor Leandro Reynaldi, en la que le pidió que le diera una mano a Luisito. Y éste lo contrató para trabajar en la obra Gallo Ciego, de Otto Miguel Cione, por cinco pesos al día. El teatro estaba montado en un terreno lleno de yuyos. Así que empezó de abajo, pero ganándose con trabajo y talento cada una de sus oportunidades.
Su sueño era ser galán. Pero su potencial, sin lugar a dudas, estaba en la comedia. De manera que dejó su dotes de seductor para su vida privada. En 1931, comenzó una amistad con la actriz Chela Cordero, quien le había dado una gran mano al sumarlo a la compañía de Enrique Muiño y Elías Alippi cuando él todavía era un desconocido en el medio y hasta se hizo cargo de aportar su sueldo. Al año siguiente se casó con ella y, de a poco, comenzó a despegar en su profesión. Sin embargo, tras un viaje de un par de días al Uruguay por razones de trabajo, la mujer regresó al país y se encontró con una sorpresa: su esposo había iniciado un romance ni más ni menos que con Tita Merello.

Luis había conocido a La morocha argentina durante el rodaje de la película Tango!, que se estrenó el 27 de abril de 1933. Y el flechazo, cuentan, fue inmediato. Sin embargo, no se supo de la relación hasta mucho tiempo después, cuando la cantante lo presionó para que se fueran a vivir juntos. Así las cosas, Sandrini y Merello recién se mostraron públicamente como pareja en 1942. Y él, finalmente, se decidió a divorciarse de Cordero, a quien, según cuentan, habría dejado desvalida cuando ella estaba atravesando su peor momento económico.
Pero la relación con Tita nunca fue armoniosa. Ella era una mujer de carácter. Y, quisiera o no, los rumores sobre las infidelidades de Luis siempre llegaban a sus oídos, generando serias discusiones en la pareja. “Las minas lo pierden”, decían los amigos del actor tratando de justificarlo. Pero la Merello, que estaba perdidamente enamorada de él, no dejaba de sufrir. Era un vínculo a la que hoy muchos calificarían como “tóxico”. A tal punto que, cuando en 1946 a él lo contrataron para filmar una serie de películas en México, ella se resignó a interrumpir su exitosa carrera para acompañarlo.
Aunque solo eran “concubinos”, una situación no muy bien vista por aquellos años, en tierra azteca Sandrini presentaba a Merello como su legítima “esposa”. Y ambos oficiaron como testigos del nacimiento de Enrique Luis Discépolo Díaz de León, el hijo que Enrique Santos Discépolo tuvo con la actriz Raquel Díaz de León y que nunca llegó a conocer, ya que abandonó a la mujer embarazada de seis meses para volver a la Argentina junto a Tania. De manera que ellos no solo acreditaron que el autor de Cambalache era el padre de la criatura, para que pudiera ser inscripto con su apellido, sino que se convirtieron en sus padrinos y siguieron en contacto con él durante años.

Luis y Tita, en cambio, nunca se casaron ni tuvieron hijos. Cuando regresaron a la Argentina en 1948, La Merello recibió la propuesta de Eduardo de Filippo para protagonizar la obra Filomena Marturano en el Politeama, en plena Calle Corrientes. Y Sandrini quiso que la rechazara para acompañarlo a España, donde le habían ofrecido rodar la película Olé, torero, de Benito Perojo, junto a Paquita Rico. “Nos vamos”, le dijo él seguro de que ella no dudaría en priorizar su amor por sobre su carrera. Pero la cantante estaba muy cansada de soportar humillaciones. Así que decidió quedarse. “Si no venís conmigo, lo nuestro se termina”, sentenció entonces el actor. Y cumplió con su palabra.
Cuentan que La Merello lo siguió amando por siempre. Y que en la silla que él ocupaba en su departamento de Rodríguez Peña y Marcelo T. de Alvear, no dejó que fuera usada por alguien más. “Esa es de el que te jedi”, les decía a sus visitas para no nombrarlo. Por el contrario Sandrini, cuando regresó al país en 1949 conoció a la actriz Malvina Pastorino. Y se olvidó para siempre de la cantante, que plasmó su lamento en el tango Llamarada pasional, al que el maestro Héctor Stamponi le puso música. “Estoy pagada con castigo al recordarte, mi sangre grita que me quieras otra vez. Temor de vida que se escapa con el tiempo y no tenerte de nuevo como ayer. Es llamarada recordarte con la sangre, saber que nunca, nunca más, ya te veré. Mirar mis sienes que blanquean y detienen con mil recuerdos esta angustia de querer”, decía la letra.
Pero lo cierto es que a Luis tampoco le resultó tan fácil seducir a Pastorino. De hecho, en aquel momento ella se encargaba de hacer reemplazos y, cuando fue convocada para la obra Cuando los duendes cazan perdices que encabezaba Sandrini en el Teatro Smart, se negó con insultos a aceptar la propuesta. Pero él la desarmó con una cuota de humor, al pedir que le trajeran “árnica” para calmar los golpes que ella le estaba propinando con sus palabras. Y finalmente, ambos entablaron una amistad que al año siguiente y tras una gira por Montevideo se convirtió en un noviazgo. Se casaron vía Uruguay en 1952, ya que en la Argentina todavía no existía el divorcio vincular. Tuvieron dos hijas: Sandra y Marina. Y permanecieron juntos hasta que, finalmente, la muerte de él los separó.

El 18 de junio de 1980, Sandrini había terminado de rodar la película ¡Qué linda es mi familia!. Así que, al día siguiente, decidió disfrutar de una salida con amigos. Nada hacía prever el desenlace. Pero de pronto, el actor comenzó a torcer la boca al hablar. Sus acompañantes pensaron que se trataba de una de sus clásicas bromas. Pero después entendieron que algo no estaba bien y lo llevaron al Sanatorio Güemes, donde le realizaron los estudios correspondientes y determinaron que había sufrido un accidente cerebrovascular. A pesar de los esfuerzos de los médicos, luego de permanecer varios días en coma, el 5 de julio falleció. Tenía 75 años y había filmado 80 películas, incluyendo La cigarra no es un bicho, El profesor Hippie, Don Juan Tenorio y Los chicos crecen, entre muchas otras. “Soy un cómico sentimental”, solía decir cuando le preguntaban por el secreto de su éxito y del reconocimiento que se mantiene hasta el día de hoy.
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