
La primera víctima del tabaco no murió de cáncer, ni de un infarto, ni de EPOC. El primero en sentir en carne propia los perjuicios de gozar del placer de fumar fue Rodrigo de Jerez, un marino que sirvió a las órdenes de Cristóbal Colón.
El almirante anotó en su diario cómo, el 6 de noviembre de 1492, algunos de sus hombres seguían a los nativos que caminaban con un tizón encendido de hierbas que aspiraban con deleite, exhalando un humo aromático. Apenas un mes después del “descubrimiento” de lo que Colón creía que eran las Indias, la humanidad había descubierto el tabaco.
Esto aconteció en una isla que más tarde sería conocida como Cuba, donde esa hierba que humeaba ya tenía un nombre: tabaco. Cuando Colón llegó allí, mandó a dos de sus hombres a explorar tierra adentro. Uno de ellos, el tal Rodrigo, volvió al campamento fumando.
Los nativos ya le habían dado al tabaco todos los usos que lo habrían de popularizar en Europa: unos lo fumaban, otros lo mascaban; los sacerdotes lo inhalaban para comunicarse con los dioses, y algunos lo pulverizaban para inhalarlo por la nariz, como tiempo después lo harían los aristócratas con el rapé.

Don Rodrigo regresó a su pueblo, Jerez de la Frontera, con hojas de tabaco, dispuesto a compartir este raro placer con sus paisanos. No sabía que estaba iniciando un vicio que, con el tiempo, mataría a millones.
Los vecinos, alarmados al verlo exhalar humo por la boca y la nariz, fueron a denunciarlo ante la Iglesia: eso no podía ser cosa de cristianos. La Inquisición lo vio así, y el tal Rodrigo de Jerez fue a dar a la cárcel porque su hábito parecía obra de Satanás (y, visto retrospectivamente, así lo parece).
Siete años pasó en prisión Rodrigo, convirtiéndose así en la primera víctima del tabaco y, probablemente, en el primero en sufrir el síndrome de abstinencia.
Los ingleses cuentan que fue Sir Walter Raleigh el primero en introducir el tabaco a Gran Bretaña. Resulta raro que no le hayan echado la culpa a España –como solían hacer con la leyenda negra–, quizás porque a la larga fue muy buen negocio que ellos supieron aprovechar mejor que los hispanos.
Curiosamente, Raleigh, al igual que Rodrigo, también terminó en la cárcel. El rey Jacobo I de Inglaterra detestaba el humo del tabaco (la historia es más complicada, por ahora lo dejamos allí).
Si la Inquisición declaró que el uso de tabaco era algo diabólico, ¿por qué un siglo después andaban todos los cardenales fumando en Roma? Resulta que uno de ellos, llamado Prospero Santacroce, introdujo esta plantita en los huertos de los conventos en 1585. Lo hizo diciendo que traían beneficios a la salud. Pero resulta que al rato, todos los habitantes del convento terminaban fumándose un puchito “para preservar su salud”.

Cuando los fumadores se multiplicaron, los gobiernos intentaron prohibirlo. Pero pronto entendieron que, si tanto le gustaba a sus súbditos, mejor sería cobrar impuestos y convertir el vicio en negocio.
Siglos después, el negocio creció tanto que las ganancias resultaron astronómicas. En las guerras del siglo XXI y XX, la provisión de tabaco estaba a cargo del ejército –incluso de las fuerzas de Hitler aunque el Führer lo detestaba–.
No había película de los años 50 y 60 donde el héroe de turno o la vampiresa de moda no estuviese saboreando un cigarrillo... Fumar era casi un rito iniciático.
Hoy el tabaquismo causa más de ocho millones de muertes anuales, de las cuales siete millones son fumadores activos y 1,3 son fumadores pasivos, es decir, víctimas del humo ajeno. El tabaquismo está asociado con ocho de las diez principales causas de muerte: cardiopatías, accidente cerebrovascular, fibrosis pulmonar y cáncer, entre otras. El 90% de los fumadores empieza en la juventud, y la mitad lo hace antes de los quince años.
En Uruguay, pionero en políticas antitabaco bajo el liderazgo del presidente Tabaré Vázquez —oncólogo de profesión, fallecido en 2020 por cáncer de pulmón (¿fumador pasivo?)—, el 21% de la población mayor de catorce años fuma, y el 60% de ellos son varones. En América, el cigarrillo es responsable del 15% de las muertes cardiovasculares, del 24% de las muertes por cáncer y del 45% de las enfermedades respiratorias crónicas.
En resumen, según la World Health Organization, el tabaco mata a la mitad de las personas que lo consumen.
Algo que, sin duda, Rodrigo, jamás se imaginó aquella tarde de 1492, cuando encendió el primer pucho de la historia…
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