El Día de Todos los Santos: el recuerdo de los nombres canonizados, los honores a los héroes anónimos y la conexión con Halloween

Los orígenes y tradiciones de una celebración que entrelaza lo divino con lo humano, lo eterno con lo efímero y llama a hacer una pausa para reflexionar sobre el verdadero significado de la santidad

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En muchos países del mundo,
En muchos países del mundo, el 1 y 2 de noviembre las personas visitan los cementerios y rinden homenaje a sus muertos (Foto: Andina)

En el calendario litúrgico de la Iglesia Católica, el 1 de noviembre se erige como un faro de esperanza y reflexión espiritual. Es el Día de Todos los Santos, una solemnidad que invita a los fieles a elevar la mirada hacia el cielo, recordando no solo a los grandes nombres canonizados por la historia eclesiástica, sino también a esos innumerables héroes anónimos cuya santidad brilla en la eternidad. Como cronista que ha visto innumerables eventos religiosos a lo largo de los años, siempre me ha fascinado cómo esta fecha entrelaza lo divino con lo humano, lo eterno con lo efímero. En un mundo acelerado por la tecnología y el consumismo, este día nos obliga a pausar y contemplar el significado profundo de la santidad. Pero, ¿de dónde surge esta celebración? ¿Por qué se fija en esta fecha precisa? ¿Y cómo se vincula con la víspera de Halloween, esa noche de disfraces y dulces que parece tan ajena al recogimiento católico?

La historia del Día de Todos los Santos se remonta a los albores del cristianismo, cuando la fe naciente enfrentaba persecuciones feroces en el Imperio Romano. En aquellos tiempos, los mártires —esos valientes que preferían la muerte antes que renegar de su creencia en Cristo— eran venerados como ejemplos supremos de santidad. La Iglesia primitiva, consciente de la multitud de estos testigos, sentía la necesidad de honrarlos colectivamente. Según relatos históricos, ya en el siglo IV se observaban conmemoraciones locales para todos los santos, especialmente en Oriente, donde se celebraba una fiesta en honor a los mártires el domingo después de Pentecostés.

Pero el punto de inflexión llega en el año 609 d.C., bajo el pontificado de Bonifacio IV. Este papa, en un gesto simbólico de conversión cultural, dedicó el Panteón romano —antiguo templo pagano dedicado a todos los dioses— a la Virgen María y a todos los mártires. La fecha elegida fue el 13 de mayo, y así nació formalmente lo que hoy conocemos como el Día de Todos los Santos.

La fachada del Panteón de
La fachada del Panteón de Roma, donde tuvo origen esta celebración (EFE/ Gonzalo Sánchez)

Imagínense la escena: un edificio imponente, testigo de cultos politeístas, ahora rebautizado en nombre de la fe cristiana. Es un ejemplo perfecto de cómo la Iglesia ha sabido integrar elementos culturales preexistentes, transformándolos en vehículos de evangelización. Como comenta el historiador eclesiástico John McManners: “Esta dedicación no fue solo un acto litúrgico, sino una declaración de victoria espiritual sobre el paganismo romano, recordándonos que la santidad conquista incluso los espacios más profanos”. Sin embargo, la fecha no permaneció inalterada. En el siglo VIII, el papa Gregorio III (731-741) trasladó la celebración al 1 de noviembre, al dedicar una capilla en la Basílica de San Pedro a todos los santos.

¿Por qué este cambio? Algunos historiadores sugieren que fue una estrategia para contrarrestar las festividades paganas celtas de Samhain, que marcaban el fin del verano y el inicio del invierno, asociadas con el mundo de los espíritus. Gregorio III, al fijar la fecha en noviembre, buscaba cristianizar estas tradiciones ancestrales, convirtiendo un tiempo de miedo a lo sobrenatural en una ocasión de gozo por la comunión de los santos.

El padre Thomas Reese, jesuita y analista religioso, explica en sus comentarios: “El traslado a noviembre no fue casual; representaba la Iglesia adaptándose a las culturas locales, recordándonos que la fe no destruye, sino que redime y eleva lo humano”. Esta evolución no se detuvo allí. En el siglo IX, el papa Gregorio IV extendió la celebración a toda la Iglesia universal, consolidándola como una solemnidad obligatoria.

Desde entonces, el 1 de noviembre se ha mantenido como el día dedicado a honrar a todos los santos, conocidos y desconocidos, que han alcanzado la visión beatífica en el cielo. Es fascinante cómo esta fecha, nacida de la necesidad de recordar a los mártires, se expandió para abarcar a toda la “comunión de los santos”, un concepto central en el Credo Apostólico.

Una mujer en el cementerio
Una mujer en el cementerio de Almudena (Madrid, España), en el Día de Todos los Santos, una festividad para reflexionar y recordar no solo a los santos ilustres sino a los héroes anónimos y a los familiares difuntos (AP Foto/Paul White)

¿Qué es o qué se entiende por “comunión de los santos”? Es la Iglesia misma, que une a todos los fieles. Significa la comunión en las “cosas santas” (sancta): sacramentos, fe, carismas y caridad; y entre las “personas santas” (sancti), donde se comparten los bienes espirituales. La Iglesia abarca tres estados: el Militante (peregrinos en la Tierra, luchando por la santidad), el purgante (almas en el purgatorio, purificándose) y el Triunfante (santos en el cielo, intercediendo). Esta unión fomenta la ayuda mutua a través de oraciones, méritos e intercesión, fortaleciendo la unidad eclesial.

¿Qué significa realmente el Día de Todos los Santos? No es solo una lista de nombres ilustres como el cura Brochero, la mama Antula, Artémides Zatti o Nazaria March; sino que es una invitación a reconocer que la santidad es accesible a todos los bautizados. La Iglesia enseña que los santos son aquellos que, por gracia divina, han vivido las Bienaventuranzas en plenitud, convirtiéndose en intercesores ante Dios.

Como bien lo expresa el Catecismo de la Iglesia Católica, esta solemnidad celebra “la victoria de Cristo en sus miembros”, recordándonos que el cielo no es un club exclusivo, sino un destino para todo aquel que busca la voluntad de Dios. El cardenal Raniero Cantalamessa, antiguo predicador franciscano de la Casa Pontificia, comenta al respecto: “El Día de Todos los Santos nos recuerda que la santidad no es un privilegio de unos pocos, sino la vocación universal de los cristianos. Es un día para celebrar no solo a los canonizados, sino a esos ‘santos anónimos’ que vivieron la fe en el silencio de la cotidianidad”.

Esta perspectiva democratiza la santidad, alejándola de pedestales inalcanzables. En mis coberturas de peregrinaciones, he visto cómo fieles comunes se inspiran en esta idea, sintiéndose parte de una gran familia espiritual. Historiadores como Eamon Duffy, en su obra sobre la tradición católica, enfatizan que esta fiesta surgió de la devoción popular: “En la Edad Media, el Día de Todos los Santos se convirtió en un bálsamo para las almas, recordando que incluso los olvidados por la historia son recordados por Dios”. Es un antídoto contra el olvido, en una era donde la memoria colectiva se diluye.

Buñuelos y huesos de santo,
Buñuelos y huesos de santo, dos dulces tradicionales del Día de Todos los Santos (Adobe Stock)

Pero no se puede hablar del Día de Todos los Santos sin mencionar su víspera, el 31 de octubre, conocido como Halloween o “All Hallows’ Eve”. Contrario a lo que muchos piensan, Halloween no es una invención pagana moderna ni un culto al mal; sus orígenes son profundamente cristianos, entrelazados con la solemnidad del 1 de noviembre. El término “Halloween” deriva de “All Hallows’ Eve”, es decir, la víspera de Todos los Santos. En la tradición cristiana medieval, las vigilias eran tiempos de preparación espiritual, a menudo con ayuno y oración. Sin embargo, elementos celtas de Samhain —como fogatas para ahuyentar espíritus— se fusionaron con la fe cristiana cuando el papa Gregorio III movió la fecha. Los disfraces, por ejemplo, originalmente representaban santos o demonios para dramatizar la batalla entre el bien y el mal. El historiador Nicholas Rogers, en su libro sobre Halloween, afirma: “La relación entre Halloween y la festividad de Todos los Santos es innegable; la primera es la preparación litúrgica para la segunda, transformando el miedo pagano en esperanza cristiana”.

El padre Chad Ripperger, exorcista católico, agrega: “Halloween, bien entendido, nos recuerda la realidad del mal, pero también la victoria de los santos sobre él. No es ocasión para el ocultismo, sino para afirmar la fe”.

En la actualidad, mientras el mundo secular celebra Halloween con terror y dulces, la Iglesia invita a redescubrir su esencia cristiana, quizás asistiendo a misas vespertinas o recordando a los santos en familia.

La celebración de Halloween, previa
La celebración de Halloween, previa al Día de Todos los Santos, no solo está íntimamente ligada a esta fecha sino que tiene raíces cristianas. Los disfraces, por ejemplo, originalmente representaban santos o demonios para simbolizar la batalla entre el bien y el mal (Imagen ilustrativa Infobae)

Historiadores y sacerdotes coinciden en que esta fiesta nos une a la “gran nube de testigos” (Hebreos 12:1), inspirándonos a vivir con esperanza. En un mundo de crisis, esta celebración ofrece consuelo. El padre James Martin, SJ, reflexiona: “En este día se celebra a los imperfectos que se convirtieron en santos; es un recordatorio de que Dios obra en nuestra debilidad”.

El papa Francisco, el 1 de noviembre del 2023, nos decía: “Los santos no son héroes inalcanzables o lejanos, sino que son personas como nosotros, nuestros amigos, cuyo punto de partida es el mismo don que nosotros hemos recibido: el Bautismo. De hecho, si lo pensamos bien, seguro que hemos conocido a algunos de ellos, algún santo cotidiano, alguna persona justa, alguna persona que vive la vida cristiana en serio, con simplicidad… aquellos que a mí me gusta llamar “los santos de la puerta de al lado”, que viven con normalidad entre nosotros. La santidad es un don que se ofrece a todos para tener una vida feliz. Y, al fin y al cabo, cuando recibimos un don, ¿cuál es nuestra primera reacción? Precisamente que nos ponemos felices, porque significa que alguien nos ama; y el don de la santidad nos hace felices porque Dios nos ama… Ellos son nuestros hermanos y nuestras hermanas mayores, con los que siempre podemos contar: los santos nos sostienen y, cuando en la ruta erramos el camino, con su presencia silenciosa nunca dejan de corregirnos; son amigos sinceros, en los que podemos confiar, porque ellos desean nuestro bien. En sus vidas encontramos un ejemplo, de sus oraciones recibimos ayuda y amistad, y con ellos nos enlazamos en un vínculo de amor fraternal”.

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